Palestina, disolución y saturación

Álvaro Zamarreño

En unos pocos días, la comunidad internacional "tradicional" ha pasado de la escasa actividad, sólo rota para mover en los morros del palestino el dedo acusador, a una ferviente actividad en torno a la idea de El Puerto. 

Los cargamentos aéreos de comida, lanzados sobre el circo sin pan de Gaza, y el corredor marítimo culminado con el proyecto del puerto humanitario, han devuelto la actividad a unos ministerios de Exteriores adormecidos desde octubre. El orden diplomático ha vuelto, y las élites políticas de las medio potencias han recuperado sus mejores galas dialécticas sobre procesos de paz, conferencias, "las partes", "los mediadores". 

La distancia que hay entre el lenguaje empleado para describir estas iniciativas y su realidad ética es tan grande como la que va desde donde Ottawa, Londres, París o Berlín creen que está el resto del planeta y donde queda de verdad. 

El lanzamiento de comida, el pasillo marítimo, o el puerto, son a efectos jurídicos algo más próximo a una implicación directa en los crímenes israelíes que a "ayuda". La complicidad, el apoyo, han dado paso a una participación directa, y sobre el terreno. La inmensa mayoría del planeta lo sabe, y no necesitó más de un par de minutos para asignar una categoría ética a sus protagonistas. 

Varios de los líderes políticos implicados carecen de una ética personal sólida que respalde su quehacer en el poder. Pero es especialmente preocupante el caso de la Unión Europea, cuya estructura permite que, siempre que no "cante" en los controles presupuestarios, el aparato burocrático siga adelante coparticipando en el genocidio. 

La Unión tiene una amplia trayectoria de ponerse al servicio del agresor, para "internacionalizar" las cuentas de la ocupación, a la vez que debilita la internacionalización política de la lucha palestina. Vamos a denominar esto simbólicamente como “la disolución de la identidad del pueblo de Palestina en el océano de la internacionalización”. 

La verdadera comunidad internacional (las sociedades humanas agrupadas en la ONU), tiene cauces perfectamente diseñados para hacer "suya", es decir de todos, la resolución del conflicto por Palestina. Sin embargo, las instituciones europeas, así como los demás actores políticos de las grandes potencias, y de las potencias medias europeas, han optado por participar siempre mediante mecanismos bilaterales: acuerdos entre Israel y una tercera parte, entre la que la UE se sitúa como mediadora, garante, facilitadora, etc. 

Este tipo de fórmulas ha propiciado la coparticipación europea en el asedio a Gaza, endurecido -que no iniciado- en 2007. Es un mecanismo que gusta mucho al sistema israelí, porque deja en manos de Estados -y no de la ONU- unas negociaciones enmarañadas para oscurecer su ausencia de mecanismos de control, y de garantías para la parte más débil. El disimulo de los acuerdos bilaterales diluye el axioma básico del conflicto: hay un pueblo ocupado, desposeído, cuyos derechos no son garantizados por nadie. Pero que, como no podía ser de otra manera, es siempre el que incumple los acuerdos bilaterales y el que se lleva el golpe.

El disimulo de los acuerdos bilaterales diluye el axioma básico del conflicto: hay un pueblo ocupado, desposeído, cuyos derechos no son garantizados por nadie

La forma de actuar de la diplomacia israelí desde 1948 ha sido la de "diluir’" el tremendo "nudo" del conflicto por Palestina en pequeños nudos bilaterales, que hicieran perder la perspectiva.  Y desviar así una cuestión política que puede resolverse con la aplicación del derecho internacional en una maraña de cuestiones humanitarias y de otra índole que permite prolongar la colonización. Es un asombroso proceso por el que los "demás" se han convertido en responsables de los incumplimientos de los acuerdos, de las garantías dadas a Israel, que básicamente consisten en asegurarse de que la gente de Palestina no haga lo que está legitimada a hacer para ser libres. 

En el contexto actual, si no se entiende esto, es difícil entender la posición de Egipto, presionada de las maneras más obscenas para que acepte convertirse en "el responsable" de los palestinos de Gaza. Que eso sea dentro o fuera de la propia franja es algo secundario. 

Antes de ser reconocido como el primer neohistoriador israelí que habló abiertamente de limpieza étnica en Palestina, Ilán Pappé escribió una obra, considerada ya clásica, The Making of the Arab-Israeli conflict, 1947-51. La obra no está editada en castellano, y es una pena, porque explica excepcionalmente bien algo que, 75 años después, volvemos a ver: las ofertas para negociar acuerdos de diversa índole, no pararon de llegar en aquellos años. Pero fueron sistemáticamente ignoradas por el poder israelí, que imponía tres condiciones: fuera del marco de la ONU, sin representación palestina y sin "frente árabe". 

La mecánica se ha repetido desde entonces, hasta el punto de que, sólo a regañadientes, aceptaron la presencia de una delegación palestina, dentro de la delegación jordana, en la conferencia de Madrid. Los Acuerdos de Oslo, la piedra angular del "Proceso de Paz", son un ejemplo de ingeniería jurídica en el que, a las pruebas nos remitimos, el pueblo de Palestina, como tal no obtenía nada parecido a un concepto de Derecho sólido, como es el principio de soberanía. 

Naciones Unidas no ha sido bien recibida en los círculos de poder israelíes desde que dejó de ser un club de potencias coloniales, para reflejar mejor un mundo pos-imperial. Un mundo que entiende bien la causa de Palestina, porque no es tan diferente de la de cada uno de ellos. Y ese mundo es el que, en la Asamblea General, reitera una y otra vez su negativa a dejarse seducir por las artimañas estadounidenses en favor de Israel: reafirmando las resoluciones básicas sobre el derecho al retorno, o el fin de la ocupación. 

Las Naciones Unidas -no una "oficina" de burócratas en Nueva York, sino las representaciones de esas naciones- han sido la garantía de que, en Derecho, Gaza y Cisjordania, Jerusalén incluida, sigan siendo territorios ocupados. Y que Israel sea, incluso tras su treta de la ‘desconexión’ de la franja en 2007, la potencia ocupante. Esas naciones unidas son las que han decidido, sin paliativos, que mientras los refugiados de Palestina no vean colmada su ambición de "volver a casa", no se desbande la organización creada para acompañarles en ese objetivo. 

La UNRWA está sufriendo un ataque de una ferocidad increíble. Algunos actores internacionales, incluso humanitarios, se están dejando seducir por la idea de que la ayuda a Gaza llegue por otros cauces. La abrumadora mayoría de las naciones no se dejarán engañar. Saben que el objetivo es diluir la dimensión internacional de la lucha del pueblo de Palestina. Bilateralizar la ayuda de emergencia, para vaciarla de significado político pero que el origen del dinero sea el mismo. Alejado de la ONU, que es el cauce legítimo creado por nuestras sociedades para que lo que se reparta en Palestina no sea limosna, sino Derecho y Justicia, con control de pueblos soberanos. 

Corremos el riesgo de que, por apabullamiento israelí, una parte de la sociedad acabe saturada. Pero creo que, otra vez más, serán las naciones del mundo unidas la mejor garantía de que ni los derechos, ni la identidad, ni el propio pueblo de Palestina se diluyan.

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Álvaro Zamarreño es periodista y ha informado sobre Palestina durante dos décadas.

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