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Palestina ya no existe...ni en nuestra memoria

Alfons Cervera

Ya sé que pasan muchas cosas en un solo segundo. Hoy la vida va a mil por hora y lo de ahora mismo ya es pasado. Lo que pensaba Primo Levi de la escritura: “cualquier escrito queda sepultado en pocos meses bajo la multitud de nuevos escritos que van apareciendo”. Así es lo que nos pasa. La sangre de ayer es sólo una fotografía llena de polvo bajo la pila de fotografías que fueron hasta hace un rato las imágenes del horror. La mirada del niño y a su espalda los derrumbes de Gaza han sido sustituidos por la insana presencia de Milei en una orgía nazi aplaudida también por el PP y los empresarios. Ese Garamendi, escoltado por su cuadro mayor de patriotas del dinero, haciendo de perro muerto con quien habla un iluminado que, motosierra en ristre, tiene la pinta de Jack Nicholson con ojos de loco y armado con un hacha en El resplandor, la terrorífica película de Stanley Kubrick.

Antes de la visita del presidente argentino y la reunión de la internacional fascista de hace unos días fueron las elecciones vascas y catalanas. Ahora estamos a tope metidos en las europeas. Y en medio de todas ellas, el llamado caso Koldo. Y ahora el del novio chorizo de Díaz Ayuso (¿hay que poner “presunto” aunque él mismo haya aceptado su choriceo?). A esta marcha noticiera, Ucrania y Rusia se han perdido en la casi absoluta inexistencia. El exterminio palestino a manos de Israel era, hasta que Pedro Sánchez abogó hace unos días por la creación del Estado de Palestina, apenas una nota a pie de página porque la página entera estaba siendo como las urgencias de un hospital donde se anestesia cínicamente la memoria. De dónde esa ilimitada capacidad para enterrar lo que sólo unas horas antes ocupaba nuestras horas de insomnio. Somos los ases del olvido. Me vienen a la cabeza los versos de Jenaro Talens en su libro Ritos de paso: “lo mucho que el olvido se parece a la muerte”. La mirada del niño y a sus espaldas los derrumbes de Gaza ya están muertos. No existen. El ruido de una motosierra enloquecida y su conversación con unos cuantos perros muertos, fotografiados en perfecta y militar formación de revista, han ocupado el sitio estratégico de las bombas y los tanques incendiarios de Netanyahu, el criminal de guerra al que nunca veremos juzgado. Ojalá me equivoque. Pero seguro que no me equivoco. Si llegara el momento, el presidente del tribunal sería Joe Biden. O alguien como él y sus cómplices en el genocidio contra el pueblo palestino. Todo cae en casa. La justicia desaparece en las obscenas revueltas de la desmemoria. ¡Qué bien las manifestaciones ciudadanas y las acampadas universitarias para denunciar el horror, qué bien!

Menos mal que al final el Gobierno progresista ha decidido sacar pecho y exige la creación del Estado de Palestina. Ya va siendo hora. Llevamos casi ochenta años con esa cuenta pendiente y a ver ahora si se van sumando más países en esa justa y legítima exigencia. Hay que parar el genocidio que está llevando a cabo Israel sobre el pueblo palestino. No va a quedar una piedra sana que no sea la que está sirviendo de sepultura a tanta muerte. Desde las derechas se atiza el fuego de una vileza que avergüenza el más mínimo sentido de lo humano. Desde FAES, Aznar y los suyos animan al holocausto, tratan a Feijóo de blando a la hora de reforzar a Israel y dejar que Palestina sea un cementerio en el que pronto ya no cabrán todos los muertos. Así que el monaguillo de Díaz Ayuso sabe que sin ella y FAES no es nada y se apresta sin remilgos a ser más de Vox que del propio partido que él mismo preside.

Lo suyo es la guerra permanente contra la razón, contra la posibilidad de entendimiento con quienes piensan diferente, a favor de la única victoria que conocen: la masacre, el acabamiento total del “enemigo”

Así son ellos, esa cuadrilla de misa diaria a la que el perdón le sale gratis porque la gracia divina ilumina sus desmanes. Ya les vale. Lo suyo es la guerra permanente contra la razón, contra la posibilidad de entendimiento con quienes piensan diferente, a favor de la única victoria que conocen: la masacre, el acabamiento total del “enemigo”, el bullicio festivo para celebrar el triunfo final del "Mal absoluto". En eso creen. En un lado, ellos. En el otro, nadie: la nada. Para esos desalmados, todo lo que no son ellos somos botín de guerra. Vienen de ahí, de esa cultura de la depredación, del odio a los colores de la pobreza, de la entrega sin miramientos de ninguna clase a la mentira.

Lo que vivimos hoy ya forma parte del pasado. Andamos por la vida como un avión supersónico y nos vamos dejando sin abrir el equipaje porque si lo hacemos no nos dará tiempo a coger el próximo vuelo. Ya sé que me ha salido una metáfora cursi —como tantas otras— con eso del equipaje y de los aviones. Igual es porque yo nunca me subo a un avión. Pero, metáforas aparte, hemos de parar ya mismo el genocidio a que está siendo sometido por Israel el pueblo palestino. Lo que le gustaría a Aznar es volver a retratarse, esta vez con Biden, en plan vaquero del Oeste, hablar en el mexicano de Texas como hacían en Mannix y otras series antiguas de televisión y dejar que las bombas de Netanyahu, servidas muchas de ellas por democracias cómplices, acaben definitivamente con el poco aliento de vida que va quedando en Palestina. ¡Malditos sean!

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