La política de bloques y la nueva guerra fría

Gaspar Llamazares

La conferencia de la OTAN en Madrid ha sido situada por la parte socialista del Gobierno al nivel de la caída del muro de Berlín o de la conferencia de Yalta al final de la segunda guerra mundial. Sin duda una exageración triunfalista, solo entendible en clave interna del nerviosismo post electoral después del nuevo retroceso de la izquierda, aunque esté comprobado que ni la política exterior y aún menos la política ficción sirven para ganar elecciones. Sobre todo si los precios están como hoy desbocados a consecuencia de la guerra, devaluando mes a mes las rentas de la mayoría de los ciudadanos o si el Gobierno progresista compra de nuevo la mercancía ideológica averiada de la derecha frente a la inmigración, haciendo la vista gorda sobre los derechos humanos y recurriendo al tópico de las redes ilegales del tráfico de inmigrantes como origen de la reciente tragedia en el asalto a la valla de Melilla o sobre la futura gestión de los retos migratorios por parte de una organización militar como la OTAN.

También la derecha, como el alcalde de la capital, para no quedarse atrás, ha aprovechado para calificar a Madrid, ciudad anfitriona de la cumbre, como una de las capitales más importantes del mundo, lo que sumado a que el único elogio de la oposición sea para la organización de la conferencia de la OTAN no deja de ser significativo por contraste con su beligerancia contra la consecución de los fondos de recuperación europeos. Con todo esto, corremos el riesgo de instalarnos también en la hipérbole y el atlantismo retórico más anacrónicos, al margen de una realidad social y política cada vez más compleja. Todo ello a pesar del contexto dramático de la guerra de Ucrania y de sus repercusiones sociales, y paradójicamente en el momento en que el eje de las relaciones económicas y políticas internacionales se ha trasladado del Atlántico al Pacífico. No es preciso abundar en que los recursos económicos, demográficos y de la tecnología hace tiempo que no pasan ya en su mayoría por Europa y los EEUU.

Esta conferencia de Madrid, a diferencia de la anterior de Lisboa, se da en un clima polarizado y de guerra en la frontera de Europa. Pone en evidencia el fracaso ruso de la invasión de Ucrania como estrategia de contención de la ampliación de la OTAN, provocando por el contrario su revitalización como alianza militar junto a una ampliación, hace poco tiempo impensable, a Finlandia y Suecia. Una conferencia que como consecuencia da impulso a una mayor polarización y militarización globales.

Son lo que podríamos denominar efectos paradójicos de la invasión, tanto económicos como de seguridad europea e internacional, que conforman el núcleo de la nueva Conferencia de la OTAN. En primer lugar el fracaso del objetivo inicial de la invasión relámpago y del cambio de régimen, ante la resistencia de Ucrania, y ahora con el avance actual de Rusia en la guerra de ocupación del Donbás. A los que se suma un retroceso de la economía internacional que empieza a resentirse después de la pandemia y sobre todo como consecuencia de la prolongación de la guerra y en particular de las sucesivas rondas de sanciones, no solo en la propia Rusia sino también en el resto del mundo. Todo ello en el inicio de un nuevo orden bipolar, el alineamiento militar y la escalada armamentística. 

Al mismo tiempo, la conferencia ha supuesto el primer paso en la definición de un nuevo concepto estratégico y en el consiguiente despliegue militar y escalada de armamentos, que forma parte de un pulso comercial y tecnológico entre potencias globales y apunta además a una nueva guerra fría entre el bloque de la OTAN norteamericana y la contraparte de los ausentes del bloque chino-ruso, uno como amenaza y el otro como riesgo, en proceso de construcción.

No es extraño que este cambio de paradigma en materia de defensa, junto con la guerra en la frontera de Europa, hayan sumido también a las diversas izquierdas europeas en la lógica confusión geoestratégica en materia de defensa y de seguridad. Nos movemos entre la nostalgia del pasado, la renuncia a un horizonte de paz y desarme y el idealismo europeísta.

Solo así se explican las reticencias iniciales al apoyo a Ucrania como país agredido y las dudas respecto a los argumentos y sobre las responsabilidades de Rusia para una parte de la izquierda alternativa.

Algo que no es nuevo. Hace tiempo que el antiimperialismo norteamericano arrastró a una parte de la izquierda a justificar el imperialismo de otras potencias en conflicto y más en concreto el imperialismo ruso, y todo ello cuando hacía mucho tiempo que la mayoría nos habíamos desmarcado del antecedente del expansionismo soviético, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo veinte.

Por eso, esta parte de la izquierda, que sigue anclada todavía en el orden bipolar del siglo XX, ha reaccionado buscando justificaciones a la invasión rusa, cuando no acusando a la OTAN de ser responsable o cuanto menos corresponsable de la misma. Sin embargo, después de meses de guerra ya no queda nada de este argumentario sobre el desencadenante de la expansión de la OTAN en Europa como causa última de la invasión de Ucrania, y aún menos con respecto a la supuesta naturaleza de régimen nazi del gobierno de Zelenski.

El fortalecimiento de la OTAN no garantiza ningún equilibrio y mucho menos la disuasión, sino la escalada militar, armamentística y nuclear entre los dos bloques que hoy están en ciernes

Por otro lado, la parte mayoritaria de la izquierda socialdemócrata, como hizo hace décadas con motivo del referéndum OTAN, ante la amenaza de la Rusia de Putin para Europa, ha asumido que se trata de nuevo de fortalecer el polo de las democracias en el mundo, que considera representado por la OTAN, frente al polo de las autocracias de Rusia y China. Una izquierda atlantista y eurocéntrica, que se revitaliza de nuevo por razones de oportunidad.

La otra izquierda que nos consideramos herederos del eurocomunismo, hemos tenido claro desde un principio el derecho a la existencia, la autodeterminación y la legítima defensa de Ucrania, frente a la lógica de las áreas de influencia de las grandes potencias como Rusia o China y a la alternativa no menos nociva de la extensión de la democracia mediante la lógica de la guerra defendida a partir de la guerra contra el terrorismo por parte de los EEUU.

Por eso, defendemos que la respuesta actual de apoyo a Ucrania frente a Rusia es la correcta y que para ello debe continuar la presión económica y militar mientras así lo quiera el pueblo ucraniano, con el objetivo de que Rusia abandone el uso de la fuerza como instrumento de expansión imperialista, pero todo ello sin abandonar la esperanza de un futuro basado en la convivencia y el derecho internacional en una necesaria relación entre Europa y Rusia.

La misma izquierda que en el último periodo unipolar, entonces hegemonizado por los EEUU, habíamos contestado en la calle y en las instituciones las invasiones bárbaras de los EEUU y la OTAN en Iraq, Afganistán o Libia, así como a las no menos trágicas intervenciones de grandes potencias y potencias regionales en Siria o en Yemen.  

Por eso, sigue siendo coherente el mantenimiento del rechazo de la OTAN como supuesta alternativa de seguridad en representación de los valores de la democracia y mucho menos de la izquierda, en primer lugar por su carácter agresivo e imperialista, al servicio de los intereses y del aparato militar industrial de los EEUU, y en el contexto actual también por la lógica falta de confianza en la regresión ultraconservadora que puede producirse de nuevo en el liderazgo de los EEUU. No hace falta remontarse muy atrás. Basta con recordar el reciente abandono de Afganistán a su suerte y las difíciles relaciones del trumpismo con los países democráticos y en particular frente a Europa y sin respeto alguno a la legalidad internacional.

Una izquierda que tampoco comparte la visión bipolar del mundo en dos modelos políticos y dos grandes bloques económicos y militares enfrentados, cada uno con sus satélites y con sus áreas de influencia respectivas, cosa que además de ser una imagen distorsionada de una realidad compleja, sitúa a la humanidad ante la perspectiva de un incremento de las áreas de conflicto, de la escalada de la guerra y el holocausto nuclear.

Tampoco renunciamos al futuro papel arbitral que debería jugar Europa, tanto dentro de una alternativa multilateral a la reconstrucción de la dinámica de bloques, como en favor de la legalidad y de los organismos internacionales, sobre todo en relación a un futuro común de Eurasia. Quizá demasiado papel para un pequeño porcentaje de la humanidad. Siendo esta una de las perspectivas de futuro, las izquierdas necesitamos también una respuesta en el contexto actual.

Porque estos dos o tres grandes modelos hoy enfrentados son los económicamente capitalistas e imperialistas y sus principales exponentes, unos son totalitarios en el caso de China y Rusia o bien con democracias en una situación de regresión e involución crítica como ocurre con el liderazgo de los EEUU al frente de la OTAN.

Eso significa que el fortalecimiento de la OTAN no garantiza ningún equilibrio y mucho menos la disuasión, sino la escalada militar, armamentística y nuclear entre los dos bloques que hoy están en ciernes. Por eso, esta misma izquierda europea debe mantener su compromiso por un mundo multipolar y basado en el derecho internacional y como parte de él en favor de una estrategia autónoma de seguridad europea.

Por lo tanto, nuestro modelo debe ser el apoyo a la Unión Europea y a su papel activo en la seguridad y defensa en el mundo, a pesar del retroceso en esta conferencia de la OTAN. Lo que significa unos ejércitos integrados en la UE y un gasto militar más eficiente, y no necesariamente mayor ni mucho menos en armamento ofensivo y sofisticado.Todo ello, en el marco de la imprescindible recuperación del papel del derecho internacional y de la ONU.

_______________________

Gaspar Llamazares es fundador de Actúa

Más sobre este tema
stats