Han pasado once años desde que Anne Hidalgo fuera elegida alcaldesa de París. Algunos de sus detractores le achacarán que su intento de transformar la ciudad se quedó solo en el eslogan de la “ciudad de los quince minutos”.
Pero lo cierto es que once años bien empleados dan para mucho, y han cambiado la forma en que los parisinos disfrutan su ciudad y la manera en que el resto del mundo vemos las nuestras. París ha reducido drásticamente el tráfico motorizado, ha ganado miles de metros cuadrados para disfrute de los vecinos y ha recuperado algo tan esencial como la vida en común de muchos barrios. Está lejos de ser una ciudad perfecta, pero nadie duda de que el cambio ha sido a mejor.
Transformaciones como la de París las hemos visto antes en Copenhague, Ámsterdam, o aquí en España en Pontevedra o Vitoria, pero la gran mayoría de ciudades europeas sigue esperando su turno.
En el Día Mundial del Urbanismo, viene bien recordar que durante las últimas décadas el urbanismo ha sido colonizado por gestores económicos que, calculadora en mano, solo han visto en las ciudades un espacio para hacer negocio, olvidando a quienes vivimos en ellas. Es hora de cambiar el foco y reconocer que el urbanismo bien planteado es una de las disciplinas con mayor capacidad de transformación social que existe.
Decidir si se invierte en transporte público o se regala espacio al coche, si se rehabilitan viviendas o si se dejan crecer las ciudades sin orden, es también decidir el tipo de sociedad que queremos ser.
Un urbanismo justo amplía libertades y reduce desigualdades. Un urbanismo sostenible mejora nuestra calidad de vida y reduce enfermedades. Un urbanismo realmente social devuelve bienestar y autonomía a la ciudadanía. Los que vivimos en entornos urbanos ocupamos menos del 4% de la superficie terrestre, pero generamos entre el 60% y el 70% de las emisiones globales de CO2. La transición ecológica no será posible sin transformar nuestros espacios urbanos.
La salud del planeta se resquebraja. Cada calle sin árboles, cada vivienda mal aislada o cada desplazamiento innecesario en coche contribuye al empeoramiento de un cambio climático que cada año nos advierte que va de mal en peor. No solo con la subida de temperaturas, también con inundaciones, sequías e incendios cada vez más extremos, frecuentes e imprevisibles.
Pero también sufre la salud de quienes habitamos las ciudades. Cada ruido excesivo, cada partícula de contaminación respirada de más o cada noche sin dormir por falta de oscuridad empeora nuestra calidad de vida, nos genera problemas sociales, y nos hace gastar innecesariamente. Si a ello sumamos que la escasez de vivienda asequible está cercenando el futuro de miles de ciudadanos en toda Europa, el cóctel resulta explosivo.
Ya sea por la salud del planeta o por la nuestra propia, o sea por garantizar un techo a quienes no lo pueden pagar o por mejorar las viviendas de quienes sí lo tienen, es el momento de actuar.
La Unión Europea tiene en sus manos la capacidad de acelerar ese cambio. En menos de un mes conoceremos la nueva Agenda para las Ciudades, que deberá poner el punto de partida para iniciar la senda del cambio en nuestras polis europeas. Una Agenda para las Ciudades que necesitará del apoyo financiero suficiente de fondos europeos de la Política de Cohesión, una de las palancas más poderosas para transformar nuestras ciudades y reducir las desigualdades territoriales.
Construir ciudades sostenibles no solo significa reducir emisiones, también significa garantizar que todo el mundo tenga un lugar digno donde vivir
Es hora de orientar los fondos estructurales a mejorar nuestro bienestar urbano. Justo como acabamos de hacer en el Parlamento Europeo, aprobando por amplia mayoría el informe que promoví para que los fondos puedan redirigirse hacia la creación de un parque público de vivienda asequible. Construir ciudades sostenibles no solo significa reducir emisiones, también significa garantizar que todo el mundo tenga un lugar digno donde vivir, mejorar la calidad de vida urbana y reducir desigualdades. Porque la escasez de vivienda asequible es hoy uno de los principales factores de exclusión y desigualdad urbanos.
Porque no somos individuos atrapados en una jungla de cristal, sino una sociedad que aspira a vivir en espacios amables, saludables y habitables, donde la ciudad vuelva a ser un lugar de encuentro y no de aislamiento. Es el momento de recuperar nuestro “derecho a la ciudad” que nos proponía Lefebvre allá por los años 60.
Construir una sociedad es una tarea de generaciones, adaptar nuestras ciudades para que esas sociedades puedan desarrollar un proyecto que deje al lado los individualismos, pero nos permita desarrollarnos plenamente como personas, es una tarea de décadas. Las transformaciones urbanas no se hacen en un año, ni en una legislatura, ni en dos, pero sus frutos se ven desde el principio y el resultado llega, está demostrado. Pongámonos en camino.
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Marcos Ros Sempere es eurodiputado por el Grupo de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas.
Han pasado once años desde que Anne Hidalgo fuera elegida alcaldesa de París. Algunos de sus detractores le achacarán que su intento de transformar la ciudad se quedó solo en el eslogan de la “ciudad de los quince minutos”.