En respuesta a Antonio Maestre: "y después de Putin, ¿qué?"

Miguel Martín

Sostiene Antonio Maestre en su artículo La izquierda, la OTAN y una paz con rendición que mantener una postura pacifista “sólo es posible en tiempos de guerra como acto de resistencia cuando formas parte del agente agresor”. Para ilustrar esta reflexión nos retrotrae a la Guerra Civil y de modo irónico afirma que “la culpa de que hubiera tantas muertes y de que la guerra se alargara fue de aquellos republicanos que decidieron resistir y no sucumbir ante el golpe de Estado fascista”. Que lo mejor, por tanto, desde una postura pacifista, hubiera sido rendirse o, tal y como hicieron las potencias democráticas de la época, mantenerse al margen del conflicto y no intervenir en apoyo del gobierno republicano.

Por supuesto, esta no es la postura del autor, ya que utiliza la referencia de la agresión que sufrió la II República para llamar la atención de las personas de izquierdas a no repetir el mismo error del pasado, justificando, así, el apoyo armamentístico que EE.UU. y la UE están brindando al gobierno liderado por Volodímir Zelenski. Al respecto, con el fin de reforzar su argumento, alude también a las palabras del filósofo Éttiene Balibar, quien, aun temiendo que haya una escalada militar, afirma que en la situación actual “el pacifismo no es una opción” y que “el imperativo inmediato es ayudar a los ucranianos a resistir”.

Hasta aquí parece una reflexión sin ningún tipo de fisura. Sin embargo, si se analiza pausadamente el modo en el que se trata de alertar y convencer al lector de que una persona de izquierdas debe aceptar la estrategia belicista adoptada por los países de la UE, nos daremos cuenta de que su posición es poco rigurosa.

En primer lugar, es desacertado equiparar una posición pacifista con la decisión que tomaron gobiernos como el francés o el británico en el año 1936. Su no intervención en la guerra que se desencadenó en España nada tenía que ver con el pacifismo, sino con un dilema bastante más trascendente para la época: si se apoyaba al gobierno de la República Española, ¿se estaba apoyando a una democracia europea o a un gobierno comunista aliado con los intereses de la URSS? Ganó el anticomunismo y la República no recibió ningún apoyo, salvo de Stalin, curiosamente. La misma figura que, según Maestre, debe ser denostada al mismo nivel que el fascismo que representaban Hitler y Mussolini, ya que ambos son enemigos de la democracia y de las libertades.

Si esta es su posición, no se entiende muy bien la equiparación que se hace de la Guerra Civil y de la invasión de Ucrania. No hay ningún punto de comparación posible, salvo que, como en cualquier guerra, hay dos bandos enfrentados. Parece más bien un intento torpe de generar mala conciencia en un tipo de lector que se considera progresista, tratando de convencerlo de que negarse a la estrategia militar de la OTAN es similar a aceptar la rendición de la República al franquismo.

Otro punto que considero engañoso de su artículo es la frase que destacaba al comienzo de esta réplica: “el pacifismo sólo es posible en tiempos de guerra como acto de resistencia cuando formas parte del agente agresor”. Afirmar esto sin ningún tipo de matización resulta absurdo, ya que precisamente esa misma posición es la que sostienen los movimientos yihadistas frente a aquellas personas musulmanas que se niegan a aceptar su lectura del Corán y su postura beligerante frente a los que ellos identifican como sus enemigos.

Tanto es así que, por ejemplo, en la propaganda de organizaciones terroristas como ISIS se afirma sin tapujos que el Islam, lejos de ser pacifista, es la “religión de la espada”. Según sus planteamientos, abrazar el pacifismo no significa sencillamente tener una conducta pacífica, sino que también implica renunciar a hacer la yihad y, por tanto, aceptar que, como en el pasado, Oriente Medio pueda ser colonizado y gobernado por pueblos incrédulos. Para ellos, asociar el Islam con un valor como la paz significa renunciar a utilizar la espada contra el idólatra, el apóstata o cualquier otro enemigo de Alá que se sienta tentado de extender la falsedad en Dar-al-Islam.

¿Significa esto que si estoy contra el colonialismo de Oriente Medio debo justificar su violencia? Evidentemente, no. A pesar de que su razonamiento sea comprensible y persuasivo para un sector de la población, el régimen de valores sobre el que se sustenta su discurso es contrario tanto a nuestras formas y estilos de vida como a nuestros ideales y, por tanto, debe ser refutado. Del mismo modo, posicionarse contra la invasión de Ucrania no tiene por qué implicar aceptar la estrategia de la OTAN respecto a este conflicto, basada fundamentalmente en una mayor presencia militar estadounidense en Europa, sobre todo en el este del continente. ¿Para cuándo una estrategia militar y de seguridad que sea autónoma por parte de los países europeos?

Se debe reflexionar sobre el futuro: ¿alguien en Europa se está planteando seriamente qué relación se quiere establecer con Rusia en el día de mañana?

Me detengo en esta cuestión porque criticar la actual estrategia de la UE respecto a la guerra en Ucrania no significa negar que haya que tomar una posición o que haya que rendirse pacíficamente ante el agresor. Precisamente, la postura que los países europeos han adoptado en este conflicto refuerza el discurso de Vladímir Putin previo a la invasión, cuando alertaba, tanto a su equipo de diplomáticos como en ruedas de prensa con medios internacionales, de que la estrategia de EE.UU. a través de la OTAN era la de constituir una “anti-Rusia” frente a sus fronteras. Al respecto, acusaba a los gobiernos europeos de plegarse a intereses ajenos y de no querer establecer lazos constructivos con la Federación de Rusia.

Dice Maestre que “nunca saldremos de una organización belicista al servicio de EE.UU. […] con enemigos empeñados en mantener viva la OTAN para justificar su propia existencia”. La UE, sin embargo, lejos de alejarse de este organismo, parece haberse plegado a su estrategia y, con ello, ha fortalecido el antagonismo sobre el que se sustentan los planteamientos de Putin. En ese sentido, OTAN y Putin se retroalimentan mutuamente.

Ahora bien, si siguiendo esta lógica se vence a ese nuevo Leviatán de nuestro tiempo, ¿cuál será el siguiente paso? O, dicho de otro modo, después de Putin, ¿qué? Porque en el desarrollo de esta guerra no sólo es importante dirimir si se debe armar a Ucrania o si ésta debe ceder parte de su territorio para alcanzar una paz poco duradera. También se debe reflexionar sobre el futuro: ¿alguien en Europa se está planteando seriamente qué relación se quiere establecer con Rusia en el día de mañana? En función de las respuestas que se den, eso marcará las decisiones de nuestros gobernantes.

Tras la caída del muro de Berlín y la posterior disolución de la URSS no tenía sentido la continuidad de la Guerra Fría. No obstante, lo que prevaleció fue la estrategia de la OTAN de expandirse hacia los países del este de Europa. Tomando como referencia este hecho, Putin ha justificado la invasión de Ucrania. Un pez que se muerde la cola y que amenaza con generar una división social que será difícil de extirpar de la sociedad ucraniana y, por tanto, también de la europea. Ya que, si en las condiciones actuales se acepta a Ucrania dentro de la UE, también se integrará en su proyecto la animadversión que se está inoculando en el pueblo ucraniano frente a lo ruso y, con ello, el afianzamiento de movimientos nacionalistas y segregadores que pondrán en peligro las bases sobre las que se sustenta la Unión.

Pide Maestre que la izquierda sepa identificar a los monstruos de nuestro tiempo. Mucho me temo que esa empresa no es tan sencilla como identificar a Putin como el antagonista de la justicia y del bien común. También lo fue el régimen de Bashar Al Assad, que con la emergencia del autoproclamado Estado Islámico pasó de la noche a la mañana de ser considerado enemigo a aliado. ¿Cuál será el siguiente giro argumental en esta tragedia? Sin lugar a duda, no es nada halagüeño el anuncio de que Alemania haya aceptado el envío de tanques a Ucrania.

  

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 Miguel Martín es Licenciado en Filosofía por la Universidad de Valladolid y Doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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