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Rosalía o lo que nos ofende

José Javier León

El repertorio de estilos que se bailaban a la flamenca en el último tercio del siglo XIX, aquello que se hacía en la primera mitad de la pasada centuria o luego, tras la Guerra Civil, y lo que se baila hoy en día ha ido cambiando y renovándose, se ha ido ensanchando. Puede afirmarse sin ventura que, en el café, sobre el tablao o en el teatro, lo que en cada época era anatema danzar se ha impuesto luego, gracias a los aportes de los artistas, esto es, a las creaciones personales de bailaores y coreógrafos, tanto hombres como mujeres. Que en el presente no se teja una cartagenera no quiere decir que no se vaya a hacer mañana. El futuro del baile parece, así, garantizado. Pero ¿podemos decir lo mismo del porvenir del cante? Es decir: ¿seguirá coleando, con o sin bata, o quedará restringido a una arqueología de fonoteca y conservatorio?

Yo le he oído decir a José Luis Ortiz Nuevo que Por la mar chica del puerto, la hermosa canción o cante de tres minutos que compuso Mayte Martín sobre versos de Manuel Alcántara, merecería ser ya un nuevo estilo flamenco, y no puedo estar más de acuerdo. Parece que la propia Mayte lo hubiera entendido así cuando decidió abrir y cerrar su álbum alCANTARaMANUEL con dos temas de estructura idéntica en los que se trocaban los versos, mas no el diseño rítmico ni melódico: coplas octosílabas calzadas como un guante de la más fina piel en la mano justa. ¿No hay ningún valiente que se atreva a secundar, a reescribir esas… porteñas, o esas… marineras? Cuánta resistencia a modificar el para algunos acabado e intocable árbol lírico del arte de Silverio.

Entretanto otra catalana, Rosalía, tiene dividida a la afición flamenca –pero dividida asimétricamente: casi todos están en su contra– al tiempo que ella colma estadios interpretando estilos que su público multinacional baila o intenta acompañar con palmas, una exhibición de fuerza nunca antes experimentada por la sección vocal de este arte. Todo comenzó hace solo tres años, cuando una chica del Bajo Llobregat grabó, con 23, un video musical a partir de los tangos arrumbaos que en 1926 impresionaran Manuel Vallejo y Manuel Borrull: Catalina, el homenaje al gran cantaor sevillano, se incluiría luego en su primer álbum, Los Ángeles, un proyecto que luce el sello distintivo de Raül Refree. Aquel trabajo fue el inicio de un éxito global al que pronto acompañaron las críticas, cada vez más feroces en los contornos de la afición. En términos de virulencia, yo solo recuerdo algo semejante cuando, hacia 1980, mis amigos mayores que yo lanzaban contra Morente sus invectivas, y lo hacían públicamente, en un bar o en una emisora de radio. Hoy se les ha olvidado; a mí, no tanto. Claro que hay diferencias entre ambos casos, por ejemplo: Enrique Morente Cotelo tenía entonces 37 años y 6 LPs en el mercado; Rosalía Vila Tobella acaba de cumplir 26 y ha editado 2 CDs.

Tres factores resultan determinantes en el combinado de emociones que los cabales condensan o subliman. El primero es el desprecio a la mezcla de juventud y desparpajo de la cantante. Que le propinen descargas de tan alto voltaje a una mujer que, en realidad, acaba de empezar, aunque tenga detrás apoyos poderosos y su ascenso haya sido fulminante, se compadece poco con dos virtudes morales, la templanza y la prudencia. Leyendo el grado de algunas imprecaciones uno recuerda de modo inevitable los versos con los que Cernuda comenzaba el poema que dedicó en 1962, desde México, A sus paisanos:

No me queréis, lo sé, y que os molestaCuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende.¿Culpa mía tal vez o es de vosotros?Porque no es la persona y su leyendaLo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve.Mozo, bien mozo era, cuando no había brotadoLeyenda alguna, caísteis sobre un libroPrimerizo lo mismo que su autor: yo, mi primer libro.Algo os ofende, porque sí, en el hombre y su tarea.

En tan poco espacio gráfico he cometido ya dos pecados graves, de leso parangón: conectar a la coautora de Di mi nombre con los de Enrique Morente y Luis Cernuda, nada menos. Pero antes de que me alcance el impacto de la primera piedra, permítanme recordarles al vuelo que muchas de las censuras que recibió el poeta de Sevilla fueron ad hominem: afirmadas en su carácter rebelde y acre y en su homosexualidad. Hoy es un autor intocable, justamente intocable, pero un día fue injustamente tocado.

Al lado de la efebofobia que despliega una parte de la vieja guardia jonda habría otro factor, difícil de medir, pero aparente si se leen con quinqué el lineado y el interlineado de las diatribas esparcidas por las redes sociales como viscoso chapapote: sexismo blando y mojigatería. ¿Cómo se atreve, con esas pintas, a cantar por tangos o seguiriyas? ¿Cómo osa dar una patá por bulerías sin el compás ni el decoro debidos? (Por cierto, ¿sería alguien tan amable de fijar la fecha exacta de los desposorios entre doña Bulería y don Decoro? Es que no la localizo en las hemerotecas). Puede desagradar, dejar indiferente o cautivar su indumentaria, o que nos enseñe más o menos centímetros cuadrados de carne sin percal, pero la joven diva practica, lidera incluso, una parcela estética de su tiempo, algo alejada de la de saya larga, tobillos cruzados y pose estatuaria de una Enriqueta la Macaca o una Antequerana.

Por último está la proyección, su enorme proyección y el recelo que levanta, junto a su consecuencia habitual: la envidia. Este es un arte vocal de circuitos cerrados cuando prescinde del baile y un éxito así le viene grande a las visiones de campanario; Rosalía no parece empeñada en acercarle todo el corpus flamenco, pero sí ciertos palos y ciertas canciones aflamencadas, a una audiencia mundial a la que las voces de este género le son, en realidad, muy ajenas. Los profesores que observamos cómo cada vez más extranjeros se adentran, desde Helsinki, Detroit o Shenzhen, en aulas donde se imparten materias de teoría y práctica flamencas, atraídos no ya por el baile o el toque, que es lo común, sino por el cante, sabemos bien que es porque han oído y visto a Rosalía en un vídeo de YouTube, y les ha seducido. Cabe la fortuna de que, un mes después, se nos aficionen también a Tomás Pavón. De nuestra pericia didáctica depende.

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El resto es esperar y ver. Si, como parece, el flamenco es en ella seña importante, tal vez nos aguarde oír de su boca cantares que nos deleiten. Si, en cambio, decide apartarse, ¿qué daño irreparable y jifero le habrá hecho la catalana al arte musical andaluz? Ninguno. Al contrario.

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José Javier León es profesor y autor. En breve se publicarán sus libros La sangre derramada (ed. Athenaica) y De Federico a Silverio, con amor (ed. Universidad de Granada).

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