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Rusia, aventajada discípula de España

Juan Manuel Aragüés

Como siempre que suenan tambores de guerra, los maniqueos de una y otra parte se apresuran a repetir el conocido eslogan de “conmigo o contra mí”, reproduciendo esa nefasta lógica dual que la tradición filosófica dominante, la idealista, imprimió en nuestras conciencias con hierro candente. Cuando estalla un conflicto, al parecer, resulta obligado situarse en uno de los bandos, pues si no, inmediatamente, quienes se arrogan la posesión de la Verdad y la Justicia (con mayúsculas socrático-platónicas) te expulsan a las tinieblas del Mal. Es cierto que, en algunas ocasiones, esa lógica resulta pertinente. En la II Guerra Mundial, resulta evidente, para toda persona comprometida con la democracia y la libertad, cuál era el bando que representaba esos valores y al que, a pesar de los (algunos) pesares, resultaba preciso respaldar. Ello permite, dicho sea de paso, ver dónde se colocan personajes como Isabel Díaz Ayuso, cuyo “lado bueno de la Historia” viene a coincidir, dramáticamente, con aquellos que causaron los crímenes de Auschwitz o Gernika, pues fueron los mismos quienes los protagonizaron.

Pero bueno, dejando de lado este (aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid), volvamos al tema del maniqueísmo político. No es difícil recordar aquellos tiempos en los que posicionarse contra la intervención de EE.UU. y sus súbditos en Irak, bajo la falsedad de las armas de destrucción masiva, te convertía acto seguido en fiel seguidor de Sadam Hussein; o cómo la crítica a las acciones de la OTAN contra Serbia, sin el apoyo de Naciones Unidas y con la denuncia de Amnistía Internacional al patético Javier Solana por crímenes de guerra, merecía la consideración de ferviente partidario del criminal Milošević. Por todo ello, no debe resultar extraño que cuando se produce una escalada de tensión entre Rusia y EE.UU., Ucrania interpuesta, se reproduzca esa lógica dual y quienes objetamos a los tambores de guerra seamos inmediatamente tildados de prorrusos y admiradores de Putin. Ya sabemos que el nivel intelectual y ético de la derecha política española, acompañada últimamente por un PSOE dispuesto a pisar todos los charcos que le pongan en el camino, alcanza la misma altura sobre el nivel del mar que la de cualquier ciudad costera, pero al menos, en este caso, debiera darse cuenta de que en este conflicto Europa se está jugando mucho más que EE.UU. (por ejemplo, el suministro de gas) y que, por ello, su posición debe ser, además de ética, inteligente.

Sorprende la inquina que los nostálgicos españoles de la dictadura muestran contra los herederos rusos del estalinismo, pues bien pudieran ver en ellos a colegas en la labor de mantener el poder a todo trance, a pesar del maquillaje de un cambio de régimen

En todo caso, sorprende la inquina que la derecha española sigue manteniendo por Rusia (casi tanto como la fe que una pequeña parte de la izquierda le continúa profesando). Y digo esto porque  si algún país se ha mostrado alumno aventajado del proceso de transición española, no en vano, y muy acertadamente, considerado como modelo a escala internacional, ese es Rusia. Si la lógica gatopardiana habla de que "todo cambie para que nada cambie", nuestra lógica cañí es mucho más directa y sincera: "que nada cambie para que nada cambie". En ambos países, las élites anteriores a las respectivas transiciones han mantenido sus posiciones de privilegio e influencia, cuando no las han aumentado con el desmantelamiento de las empresas públicas. En ambas transiciones, las mafias militares, políticas y judiciales han seguido controlando las estructuras del Estado. En ambas transiciones, muchos símbolos del poder, como el himno, (uno silenciado por demasiado evidente en sus querencias fascistas, el otro, con un cambio de letra que no empaña, sino acrecienta, el nacionalismo estalinista), se han mantenido, marcando esa senda de continuidad; incluso las banderas tienen sus elementos de proximidad, en la medida en la que España no ha tenido empaque en mantener, maquillada, la bandera de un régimen criminal, mientras que Rusia la ha sustituido por la de otro régimen criminal como fue el zarismo; o las respectivas jefaturas del Estado, en un caso ostentada por una monarquía reinstituida por el anterior dictador, en el otro ejercida por un antiguo miembro de los servicios de seguridad del Estado. No hablamos de un hilo de unión con el pasado, sino de una muy bien trenzada maroma. Por todo ello, sorprende la inquina que los nostálgicos españoles de la dictadura muestran contra los herederos rusos del estalinismo, pues bien pudieran ver en ellos a colegas en la labor de mantener el poder a todo trance, a pesar del maquillaje de un cambio de régimen. Lo que aquí conocemos bajo la expresión de “demócratas de toda la vida”. Como también sorprende que cierta izquierda siga escuchando "Rusia" y crea ver lo que (casi) nunca fue.

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Juan Manuel Aragüés es profesor de filosofía de la Universidad de Zaragoza.

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