Sectarios contra el sectarismo: el caso Alba Rico
Voy a dejar claro, desde la primera línea, que, sin ninguna duda, voy a votar a Sumar. Lo he defendido hace pocas fechas en estas mismas páginas sobre la base de dos argumentos. El primero, que el Gobierno de coalición ha sido el mejor de nuestra democracia. El segundo, que no cabe ninguna vacilación para frenar el paso al neofranquismo encarnado por la alianza PP-Vox, que nos remite a la historia más oscura de este país. Mi voto, por tanto, va a ser el mismo que el de Santiago Alba Rico. Sin embargo, por lo que vengo deduciendo de lo que le he leído en estos últimos tiempos, nos encontramos en una curiosa situación. Mi voto va a ser un voto con muy poco entusiasmo, cansado de los ejercicios de sectarismo vividos en el entorno de las elecciones municipales y autonómicas y en el propio proceso de cierre de listas de Sumar, pero desde una actitud de apoyo a la confluencia, al encuentro, de todas las gentes que, desde diferentes siglas, o sin siglas, entienden que el único camino que nos queda es el del camino compartido, como bien señala Deleuze (lo cito, claro, para provocar) en las páginas de Diferencia y repetición. Por el contrario, el voto de Alba Rico parece ser un voto muy convencido, aunque haya decidido desenterrar toda su artillería, y una buena dosis de sectarismo, para hacer astillas el debilitadísimo árbol de Podemos y, de ese modo, ponga en cuestión las dinámicas unitarias que se supone representa Sumar. Lo hizo en un primer artículo en el que proponía dejar a Podemos fuera de Sumar. Lo ha vuelto a hacer en otro, ya con Podemos incorporado a Sumar, en el que acusa a Podemos de anhelar, en el fondo, la derrota en las próximas elecciones.
Sigamos con las aclaraciones. Hace tiempo que me siento enormemente decepcionado con Podemos, o por mejor decir, con el “universo Podemos”. En Aragón creo que tenemos motivos adicionales, por cuanto la falta de vocación unitaria de Podemos ha sido una desgraciada constante, cuyo ejemplo más claro ha sido su actitud respecto a Zaragoza en Común, a la que nunca se apoyó con decisión, ni siquiera cuando se alcanzó la alcaldía, y con la que más tarde se ha competido electoralmente, en esas dinámicas suicidas que tanto repetimos y que han llevado a Podemos a quedarse fuera de los ayuntamientos de Zaragoza, Huesca y Teruel. Recuerdo, sin embargo, aquella ya lejana noche de las elecciones europeas en las que un recién nacido Podemos alcanzó un magnífico resultado haciendo sombra a una Izquierda Unida que había elegido su perfil más burocrático. Recuerdo mi inicial malestar como militante de IU. Sin embargo, a la mañana siguiente comprendí que, de repente, había un 20% del electorado entre Podemos e IU y eso me hizo sonreír y pasar a sentirme parte de ese movimiento que debía cobijar a todo lo que pretendía cuestionar el sistema. Las siglas, la verdad, me parecían lo de menos. Me lo siguen pareciendo. Por ello, la posterior deriva del universo Podemos, su sectarización, interna y externa, su envejecimiento a marchas forzadas, me pareció un verdadero desastre político. Pero mi desilusión hacia el universo Podemos no ha impedido, en ningún momento, que mi opción haya sido la del encuentro, la de las candidaturas conjuntas. Y sigue siéndolo, a pesar de que considero que Podemos ha actuado, en muchos lugares, de manera muy inconveniente. Y vuelvo a pensar en Aragón.
A mi modo de ver, hasta el 23-J deben imponerse, a pesar de todos los pesares, de los desencuentros, de las candidaturas construidas de manera nada ilusionante o participativa, actitudes de confluencia
En unos momentos en que lo que nos jugamos es el sentido del Gobierno tras el 23-J, en que existe el riesgo real de que la extrema derecha pase a gobernar nuestro país, me parece de una enorme irresponsabilidad no instalarse en una dinámica que busque a todo trance sumar. Utilizar estas pocas semanas antes de las elecciones, como está haciendo Alba Rico, para intentar enterrar a Podemos me parece, además de injusto –a pesar de los pesares–, de una enorme torpeza política y de un sectarismo del mismo calado del que él denuncia en Podemos. Por eso hablaba antes del “universo Podemos”, porque es en ese espacio político, representado no solo por Podemos, en el que se han generado unas dinámicas sectarias de enorme calado y que en nada benefician nuestros intereses políticos.
En el fondo lo que aquí late, en esta discrepancia entre Alba Rico y yo mismo, son diferentes posiciones filosóficas. Es curioso que siempre que he debatido con gentes del espectro filosófico que él representa, un marxismo que pretende engarzarse con la tradición idealista, he apelado a que, en lo político, a pesar de la distancia filosófica, pues yo defiendo un marxismo de raíz materialista, estábamos en la misma trinchera, lo que no me ha servido para evitar ataques muy virulentos. Probablemente, estas diferencias filosóficas expliquen las diferencias políticas y que cuando algunos hablemos de sumar lo hagamos con todas sus consecuencias, mientras otros parece que apuestan por sumar, pero no tanto. Porque el materialismo es sabedor de las diferencias que nos acompañan y caracterizan y de la necesidad de construir una política del encuentro.
A mi modo de ver, hasta el 23-J deben imponerse, a pesar de todos los pesares, de los desencuentros, de las candidaturas construidas de manera nada ilusionante o participativa, actitudes de confluencia, desde la conciencia de que tenemos una pelea compartida y una responsabilidad como pocas veces hemos tenido. Lo demás, sobra. Tiempo habrá tras las elecciones para poner sobre la mesa todas nuestras miserias, que son muchas, y en las que la responsabilidad está muy compartida.
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Juan Manuel Aragüés Estragués, profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza.