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Soberanía ignorante

Anna Garcia Hom

Aprender eficazmente de la experiencia es una tarea de enormes proporciones para cualquier organismo o administración. Para cada resultado, sea bueno o malo, hay una inmensa cantidad de causas y asociaciones que deben considerarse. Para muchas decisiones, puede resultar casi imposible distinguir los pocos factores relevantes de los muchos factores irrelevantes, incluso con una amplia experiencia. Un obstáculo importante para el aprendizaje en estos entornos multidimensionales es la tendencia a formar creencias espurias: es decir, atribuir un papel causal a factores que no tienen ninguna relación real con el resultado. Si bien esas creencias en ciertas ocasiones tienen un impacto pequeño, en otras sus efectos pueden ser significativos.

Pongamos que hablamos de lo que hemos aprendido del papel soberano de nuestro país en materia energética y, concretamente, del caso catalán. Algunos medios se han hecho eco de datos no menospreciables con relación a esta cuestión: primero, el cercano horizonte –valga el eufemismo– del cierre de las tres centrales nucleares que reinan en la provincia de Tarragona; segundo, el arduo camino administrativo para la puesta en marcha de ciertos proyectos energéticos renovables; tercero, la ya más que conocida oposición social que generan algunos de esos proyectos; cuarto, el lobby político y empresarial que merodea cual buitre a la espera de una corriente de aire caliente que lo eleve a esa posición privilegiada que le permita identificar el momento idóneo para atacar; quinto, el parche oportunista del Govern que cree haber aprendido la lección creando una empresa pública (de recorrido incierto) para instalar paneles solares en sus edificios administrativos. 

Una toma de decisiones que aprendiera de los errores del pasado podría convertirse en una acción futura más sólida y fructífera

Hasta aquí me atrevo a aventurar que nadie que considere los puntos anteriores mostrará signos de hiperventilación o asombro. En realidad, podríamos estar haciendo referencia a una gran cantidad de proyectos (ambientales o no) que han seguido, siguen y seguirán la misma lógica: evidencia de la necesidad, incapacidad de gestión de la solución, enquistado “nymbismo” (no a todo), predominio del interés particular y oportunismo político. Lo que nos lleva a nuestra anticipada conclusión:  no hemos aprendido nada. Y, si bien, puede haber temas que a pesar de las consecuencias de su desaprendizaje o analfabetismo no acarreen graves problemas, existen otros, como este (la soberanía energética), que los provocan de entrada: la sequía, la gestión de infraestructuras, la ampliación del aeropuerto, etc.  

La anomalía energética catalana derivada del escaso desarrollo de las energías renovables paralelo al cierre de las tres centrales nucleares es un ejemplo palmario del esquema expuesto. Una toma de decisiones que aprendiera de los errores del pasado podría convertirse en una acción futura más sólida y fructífera. La complejidad que emana del asunto en cuestión merece una reflexión que separe el grano de la paja y sea capaz de abordarlo al nivel que le corresponde. La gama de resultados previstos debería poder acotarse (a la luz de la información anterior), a no ser que prefiramos dejar en “manos” de un algoritmo la indiferente disposición de decidir por nosotros: una soberanía conscientemente ignorante en toda regla. 

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Anna Garcia Hom es analista y socióloga.

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