Tecnología, desarrollo humano y crisis sanitaria

Gaspar Llamazares | Miguel Souto Bayarri

China domina una gran parte del desarrollo y el emprendimiento tecnológico del planeta, pero la revolución digital, que ha acelerado su marcha en las dos primeras décadas de este siglo, no está siendo utilizada para lograr avances hacia la democracia, sino más bien para lo contrario, esto es: controlar aún más a los ciudadanos de una manera invasiva por medio de las tecnologías digitales. Con la disculpa de la discutible estrategia de Covid cero, es habitual la revisión en la calle de los teléfonos móviles, de tal forma que los ciudadanos se defienden borrando su historial de conversaciones y entradas a Internet, para que la policía no tenga acceso a las denominadas "actividades ilegales", o sea, criticar al poder, asistir a las manifestaciones, navegar por las aplicaciones occidentales, etcétera. Aun así, China comparte con Estados Unidos un liderazgo tecnológico que está fuera de toda duda.

Es verdad que en estos aspectos ese país no está en su mejor momento, pues está viviendo una situación inédita de gran inestabilidad, con importantes protestas en las calles de sus principales ciudades capitalizadas por la generación nacida tras los sucesos de la plaza de Tiananmén de 1989.

Por eso es importante que el papel de China como potencia tecnológica no se vea acompañado de un papel determinante como modelo a seguir ni en lo político ni tampoco en lo social.

Hay que reconocer que también en nuestras democracias occidentales, muchas de sus instituciones se han verticalizado por la tecnología digital y, así, la revolución tecnológica tampoco revierte en los ciudadanos siguiendo un modelo social y político transparente y horizontal. En este sentido Europa no debería dejar de profundizar en la calidad de sus democracias y de sus servicios públicos.

Decir que la defensa de la democracia representa uno de los pilares básicos de las sociedades de los países de la UE no es una simple frase hecha. Se trata, más bien, de un ejercicio de afirmación, habida cuenta de que es algo normalizado en nuestra realidad. Por eso no puede quedar impune el desafío a la UE de ultras como Orbán, en una deriva autoritaria permanente hacia el desmantelamiento del Estado de derecho. Europa tiene que responder de manera firme con sanciones y reducir o congelar sus ayudas en fondos estructurales o subvenciones si quiere preservar su modelo.

Europa no debería dejar de profundizar en la calidad de sus democracias y de sus servicios públicos

Y por eso también es grave la situación a la que han llevado los sucesivos gobiernos de la derecha en nuestro país a algunos de los más importantes servicios públicos como el sanitario, que constituye la joya de la corona del Estado de bienestar. Y esto sucede cuando lo más necesario es fortalecer las instituciones democráticas y el estado del bienestar en los países de la UE, en contraste con el mal momento que viven algunas de las autocracias más poderosas, China y Rusia, con el declive de su poderío ideológico, y la crisis de liderazgo de algunos de los líderes más representativos del populismo ultra: Trump, Bolsonaro, Jameini. Es el momento de demostrar la superioridad de la democracia, tanto en la gestión política y económica, como sanitaria, incluso en unas condiciones de incertidumbre y de encadenamiento de catástrofes como las actuales. En España, los políticos más próximos a los dirigentes del populismo ultra son los de la extrema derecha, y están en Vox y algunos en el PP, y se les reconoce porque son los que a lo largo de la pandemia han puesto, muy por delante de la ciencia y la defensa de los servicios públicos, el negacionismo y la libertad para beber cervezas. Ahora pretenden solucionar de un plumazo la crisis de la atención de urgencias extrahospitalarias recurriendo a las plataformas para mover a los sanitarios y al sucedáneo de la telemedicina.

Hoy, la crisis sanitaria está en las portadas de la prensa. No hay espacio para explicar, y es una pena, todas las situaciones que han contribuido a la situación actual: recortes, privatizaciones, hospitalocentrismo, contratos precarios de semanas e incluso días, salarios muy bajos cuando se comparan con los de los países de nuestro entorno, etcétera. No se puede ocultar que en España se ha dado una situación de menosprecio a los profesionales de la sanidad. La situación, en algunas comunidades como la de Madrid, que no habríamos creído posible hace bien poco tiempo, confirma hasta qué punto impedir el deterioro de la sanidad pública es algo que no está en la agenda de los partidos de la derecha y que sin embargo debería ser una prioridad compartida. El nuestro no pretende, tampoco, ser un diagnóstico exhaustivo de la situación actual. El origen está en la conjunción de dos circunstancias: las ansias privatizadoras de las derechas y el gran predominio de la medicina hospitalaria sobre la asistencia primaria. Nuestro hospitalocentrismo está muy arraigado: nace con los hospitales de la beneficencia del franquismo, sigue con la construcción de los grandes hospitales de la seguridad social de principios de la democracia (a pesar de un cierto impulso a los centros de salud) y se consolida con los sucesivos y distintos gobiernos autonómicos del partido popular, y no solo de la derecha. De modo que todo esto no ha sido el producto de una catástrofe natural, sino también el resultado de la voluntad y de la incapacidad de muchos de nuestros gestores políticos. Pero hemos llegado a un punto en que hay un gran desequilibrio entre la medicina hospitalaria y la asistencia primaria.

Las condiciones de trabajo y la carrera profesional en hospitales y centros de salud son malas si se las compara con las de países de nuestro entorno, y la gestión pública de los recursos humanos es muy deficiente sin profesionales con conocimientos al frente de la misma. A pesar de todo, el sistema sanitario sobrevive en España. No nos apuntamos al catastrofismo. Y no solo lo hace en una situación de aparente normalidad, sino que lo hace después de afrontar una situación de estrés durísima como la pandemia. Y no solo sobrevive: en cualquiera de los centros del país se realizan cada día procedimientos de nivel internacional.

Afirmar que la asistencia primaria importa significa sencillamente insistir en la importancia de una cuestión fundamental. Reconocer esas diferencias no implica tampoco que debamos rebajar las expectativas de la medicina hospitalaria, aunque sí del hospitalocentrismo. La cuestión es justamente que la atención primaria debería importar mucho más de lo que importa. Porque disponer de una buena asistencia primaria condiciona, entre otras cosas, la posibilidad de tener un buen diagnóstico al ir al centro de salud, de tener una lista de espera aceptable, de que haya los cuidados necesarios para las personas dependientes o de acceder a medidas preventivas, de promoción de salud y de educación sanitaria. Depende nuestra salud.

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Gaspar Llamazares es fundador de Actúa y Miguel Souto Bayarri es médico y profesor de la Universidad de Santiago de Compostela

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