En tiempos de María

Eduardo Crespo de Nogueira

Hace unos días, la televisión pública estatal y otros medios de gran alcance nos informaban del desmantelamiento en nuestro país de la mayor estructura ilegal europea de cultivo industrial y  distribución de marihuana. Treinta y dos toneladas de hierba envasada al vacío, procedentes de más  de un millón de plantas cultivadas en tres Comunidades Autónomas, eran incautadas junto con las naves, la maquinaria y los materiales implicados en el círculo productivo. El valor de todo ello en el  mercado ilegal se tasaba en cerca de doscientos millones de euros. Veinte personas eran detenidas  por la Guardia Civil, por su presunta implicación en el negocio.  

En la misma semana, la prensa generalista nos informaba también sobre el plan de Alemania (sí, de  Alemania) para legalizar el uso recreativo del cannabis, incluyendo previsiones para su cultivo, posesión, y venta con licencia. La noticia no ocultaba las reticencias iniciales planteadas tanto por el  sector farmacéutico como por la Comisión Europea, pero hacía énfasis en la madurez de la propuesta,  y en su actual momento de debate con argumentos técnicos, sociales y económicos.  

En la historia de la Unión Europea han sido frecuentes los ejemplos de avances a distintas velocidades, e incluso de rumbos no coincidentes entre unos y otros países. Lo que no ha sido tan habitual (al menos hasta la consumación del Brexit, o el enconamiento de los problemas de respeto a los derechos básicos en Hungría y Polonia) ha sido la coexistencia en el seno de la UE de avances y retrocesos en un mismo asunto. En nuestra opinión, la postura oficial española respecto a la marihuana está siendo absurdamente retrógrada, y perjudicial para el conjunto de la ciudadanía.  

Lo ocurrido recientemente en España, aunque llamativo por su envergadura, no es sino el enésimo episodio de una forma de proceder demasiado lastrada por la oposición irracional a cualquier presencia de la marihuana en el debate público. Más allá del uso terapéutico del cannabis (una senda  bastante silenciosa, en la que ya se han adentrado en mayor o menor medida una decena de países  europeos, y que parece claramente trazada), la mera idea de que la hierba pueda adquirir en nuestro país un estatus de normalidad social en el ámbito llamado “recreativo” es objeto de rechazo visceral,  cuando no de obstruccionismo. En los informativos de la televisión, la marihuana suele aparecer  “casualmente” vinculada a drogas de diseño y armas de fuego.  

Mientras tanto, millones de euros de gasto público en recursos humanos y logísticos, en operaciones policiales por tierra, mar y aire, en procesos judiciales, en reclusiones penitenciarias… siguen  exprimiendo las arcas del Estado, cuando todo ello podría sustituirse por millones de euros de ingresos  fiscales procedentes de un comercio reglado, con los necesarios registros y controles. Y en el sector  privado, en un contexto de desempleo crónico, la producción de marihuana legal podría generar  numerosos puestos de trabajo directos e indirectos.  

Por otra parte, ya anticipábamos que calificar el uso social de meramente “recreativo” resulta muy insuficiente. La presencia normalizada de la marihuana sin duda presentaría alcances y repercusiones en ámbitos tan diversos y significativos como el arte, la cultura, la integración social, e incluso la teoría económica y el modelo productivo. 

En esta época de regresión generalizada, no es fácil encontrar referencias sensibles a esos potenciales de la marihuana, ni recetas para su promoción. Sin embargo, si nos esforzamos en buscar, y nos remontamos lo suficiente hacia los manantiales, aún podemos hallar algunas luces de antaño capaces de alumbrar caminos diferentes de futuro. Es, por ejemplo, el caso de Don Ramón María del Valle.

En nuestra opinión, la postura oficial española respecto a la marihuana está siendo absurdamente retrógrada, y perjudicial para el conjunto de la ciudadanía.

Inclán, que, ya en 1916, en esa obra inefable que es La lámpara maravillosa, nos dejó unas pautas de  valor extraordinario: “…antes de montar para ponerme al camino había fumado bajo unas sombras gratas mi pipa de cáñamo índico… Fui feliz bajo el éxtasis de la suma, y al mismo tiempo me tomó un gran temblor comprendiendo que tenía el alma desligada… Con una alegría coordinada y profunda, me sentí enlazado con la sombra del árbol, con el vuelo del pájaro, con la peña del monte. La Tierra de Salnés estaba toda en mi conciencia por la gracia de la visión gozosa y teologal.”  

Generalizar en nuestra sociedad las ocasiones para una más intensa apreciación del paisaje, como construcción intelectual y emocional básica, conduciría directamente a un cambio en las necesidades y demandas individuales y familiares; a una generación de vínculos y sentimientos de pertenencia que se nutren de ritmos y velocidades más pausados que los que hoy causan muchos de los problemas que sufrimos. Países tan poco sospechosos de frivolidad como Bután, que han logrado elevar formidablemente sus indicadores de desarrollo humano priorizando la procura de la felicidad sobre el crecimiento, lo han conseguido implicando profundamente la percepción del paisaje en sus estrategias formativas. También en Occidente, ejemplos como el de Nueva Zelanda empiezan a mostrarnos caminos paisajistas de superación del PIB como indicador exclusivo del progreso. Nos haría bien emplear todas las herramientas disponibles para fomentar nuestro encaje no agresivo en el territorio. No puede subestimarse el poder transformador que vendría de la mano de una relación sana y no enfermiza con el cáñamo índico. La visión holística, y no de dominación antropocéntrica, que la marihuana contribuye a desplegar se postula como clave de la verdadera sostenibilidad.  

También la creatividad, que se encuentra en la base de la mejor producción, sin duda artística, pero también científica y tecnológica, se beneficiaría de una participación adecuada de la hierba. Y ese  nuevo vector cultural que se generaría daría lugar a una verdadera sinergia con otra realidad definidora de la civilización en nuestro tiempo: las redes sociales y las nuevas tecnologías de comunicación. La horizontalidad inclusiva que poco a poco va caracterizando a aquellas sociedades que se niegan a renunciar a la democracia, a ceder al totalitarismo, se vería reforzada por unos estados de ánimo crecientemente tolerantes e igualitarios, capaces de reducir la agresividad, de priorizar la contemplación enriquecedora a la acción descontrolada, el empate a la victoria, y la lentitud vital a la prisa suicida.  

Hablamos de una hierba que, en último término, crece en el monte como una especie más allí donde las condiciones ecológicas le son favorables. Resulta sencillamente ridículo (y más en una sociedad que utiliza el tabaco y santifica el alcohol) que un grupo de seres humanos pretenda dictar a otros seres humanos cuáles plantas pueden consumir libremente y cuáles no, como si estuviésemos en los días del Génesis. Es hora de que el ejemplo de lo avanzado deje de estar en 1916, en tiempos de Ramón. Es hora de ser conscientes de que estamos en tiempos de María.

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Eduardo Crespo de Nogueira y Greer es doctor ingeniero de Montes y funcionario del Estado.

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