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Las tres Españas

Ángel Viviente Core

Tal vez suene extraño lo que voy a decir: En contra de lo que siempre se ha dicho de la existencia de las dos Españas de Machado, mi opinión es que ahora mismo lo que tenemos son tres. Me explico.

Históricamente la existencia de las dos Españas siempre ha sido clara. La España del conservadurismo, de la oscuridad, de la intolerancia, la de los poderes, de la intransigencia, de las situaciones injustas, de la defensa de las tradiciones (aunque fueran tan poco entendibles como el maltrato animal o el machismo más recalcitrante), apoyadas por la Iglesia oficial en la mayoría de sus planteamientos.

Frente a esta, la España de los oprimidos, de la defensa de la cultura y la inteligencia, la lucha por las libertades democráticas y la justicia, de la igualdad frente a los privilegios.

La República dio pasos adelante para limar las diferencias, por elevar el nivel cultural de las capas bajas de la sociedad, por una sociedad más justa, acorde con los planteamientos de los países avanzados de nuestro entorno, pero aquello fracasó.

De ahí nació una España en que el primer planteamiento de los vencedores fue la eliminación de todo vestigio de esa anti-España. Y no era solo por culpa de un personajillo como Franco, estaban los Queipo de Llano, los Mola, algunos obispos recalcitrantes y muchos otros. Era la eliminación física de todo aquel del que se sospechase tan solo simpatía por aquellas ideas, de ellos y de sus familiares cercanos. La gran masa, fueron muchos miles, de los que no pudieron abandonar el país o que volvieron, bajo la promesa de no ser encarcelados si no habían cometido delitos de sangre, fueron encerrados en cárceles y campos de concentración en muy duras condiciones. Se crearon en esos lugares lo que se llamaron Juntas de Clasificación, mediante las cuales se definía quiénes eran los “afectos” al Régimen, los desafectos y los delincuentes, vagos y maleantes. A los primeros, después de demostrar su “afección” con avales suficientes (curas, alcaldes, Guardia Civil o Policía de sus lugares de origen), se les sometió a un proceso de reeducación para limpiarles los posos dejados por los rojos, haciéndoles repetir la mili durante varios años. De los desafectos, muchos pasaron por los paredones o largos años encarcelados o en campos de trabajo, como mano de obra gratuita para las empresas que reconstruyeron el país. Así ocurrió con muchos miles de personas, la mayoría de las cuales su única culpa fue o bien haber pasado la guerra en el bando republicano o bien haber simpatizado con las organizaciones sindicales o partidos de izquierda. Simultáneamente, se procedió, entre la población civil, a los llamados Procesos de Depuración, en los que funcionarios y personal de Educación no es que debían defenderse de una acusación de “no afecto”, sino que tenían que demostrar, por los medios que fueran, que no lo eran.

Era un país con un grado muy elevado de incultura, total falta de espíritu crítico y miedo, mucho miedo: “hijo, no te metas en líos”, “no te destaques”, etc

Este proceso duró largos años, con los cientos de cárceles repletas hasta principios de los 50,  y generó algo que se metió en el cuerpo de la mayoría de los habitantes: El miedo, un sentimiento de no resistencia, la eliminación de toda crítica y el sometimiento a las directrices de la dictadura. En las mayoría de las familias no se hablaba de lo ocurrido y seguía ocurriendo, no se criticaba y todo esto se transmitía a los descendientes. Este hecho lo considero de la mayor importancia en lo que ha ocurrido posteriormente.

Además de todo ello, la dictadura tenía en sus manos algo de lo que en épocas anteriores no se disponía con esa intensidad: la radio, el cine (con sus No-Do´s) y los periódicos totalmente en sus manos. Así fue que la gente, “amansada” con las medidas de castigo aplicadas y la eliminación, persecución y encarcelamiento de los pocos disidentes, fue asimilando los mensajes que se recibían con ninguna expresión de oposición a todo ello. En muchas personas esos mensajes calaban. Los “25 años de Paz”, las “Presas en los pantanos”, el contubernio judeo-masónico, el odio al socialismo y comunismo, etc. Era un país con un grado muy elevado de incultura, total falta de espíritu crítico y miedo, mucho miedo: “hijo, no te metas en líos”, “no te destaques”, etc. Y se fue haciendo normal el recibir esos mensajes, venidos de la autoridad competente, que marcaban las vidas y las formas de actuar: las vacaciones en la playa, la búsqueda del preciado bien del “600”, que colmaba todas sus expectativas, dejando a un lado la situación real del país, alejada de todo desarrollo democrático.

Y vino la Transición, y ese sentimiento de miedo metido en el cuerpo volvió a salir a la luz, cuando se aceptó por amplia mayoría un cambio “suave”, en el que no se cuestionó ninguno de los actos y situaciones del pasado ni de sus responsables, en donde los mismos que controlaban el Régimen anterior se posicionaron para maniobrar en la nuevas condiciones, manteniéndose en las mismas estructuras de control y del poder que en el pasado y en donde las gentes educadas en esos valores de no crítica y aceptación de la autoridad, sin poner en duda sus planteamientos, depositaban su voto como acto supremo de la nueva democracia, en muchos casos votando a los mismos que les habían tenido oprimidos en el pasado.

Además, en la actualidad, el control de los medios, mucho más potentes que antaño, con sus redes sociales, sus cadenas de televisión, sus emisoras, son propiedad en su inmensa mayoría de aquella España, la de siempre, que ha cobrado fuerza con más ímpetu. Sus mensajes son muy básicos y quieren llegar a la parte más baja de los corazones (las cervecitas, el macho ibérico, los anti-España, los catalanes y vascos, etc) y apelan al miedo a lo desconocido, a los gobiernos social-comunistas y a otros males. Algunos jóvenes se acercan a alternativas fascistas como movimientos innovadores, porque desconocen, nadie se lo ha contado, lo que eso significó. Los mensajes son similares a aquellos que difundía la dictadura con la aquiescencia de gran parte de la población. Es una España con un nivel cultural bajo y con las nuevas generaciones votantes desconocedoras de lo que significaron esos cuarenta años (piensan que esta democracia ha existido siempre).

Para mí, esos años del franquismo han generado una tercera España, no es la propietaria de la economía, ni son los poderosos, es la España del miedo, la de la incultura, la de la falta de espíritu crítico y es la España que, sin formar parte de la primera España, sigue sus mensajes sin darse cuenta de que lo que están haciendo es tirar piedras contra su propio tejado, cuando votan alternativas que, lejos de favorecerles, les van a traer la pérdida de los beneficios que se han ido consiguiendo en estos años de luchas.

Esta es la tercera España a la que me he referido, una capa muy amplia de la sociedad, muy manejable después de los cuarenta años en que se ha filtrado en los que los vivieron y en sus descendientes una forma de relacionarse y de aceptación de situaciones muy lejanas a lo que debería de ser una democracia asentada.

Así, por tanto, no es de extrañar que esta España vea como positivas las acciones de un Gobierno de progreso, pero que, a la hora de depositar su voto, siga las indicaciones del poder, de la Iglesia oficial, de sus mensajes, de lo que debe o no debe hacerse para evitar caer en la debacle. En su debacle. Son listos y tienen el poder y los medios para hacerlo, lo controlan todo, incluida la Justicia.

No quiero finalizar este artículo sin referirme a la segunda España, la del progreso, la de la cultura, la de la justicia, la de la defensa de las libertades, la de la igualdad y defensa de los servicios sociales en Educación, Sanidad y Justicia. Sí, claro, sigue aquí, hay mucha gente que lucha por esos valores, pero se encuentra como aprisionada entre las otras dos, no la veo con acciones claras de modificación de las mentes de esta tercera España. Se requiere una labor muy clara y eficaz de propaganda, de crear sus propios medios para hacer frente a los de la otra España. Sus innegables mejoras en las leyes y en las condiciones sociales deben “venderse” con mayor ímpetu, y los partidos y sindicatos no olvidarse de las movilizaciones que han sido abandonadas en los últimos años.

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Ángel Viviente Core, coordinador General Convocatoria Cívica.

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