Las tribulaciones de la madre trabajadora

Ana Santos Sainz

Cuando una mujer trabajadora decide ser madre ha de enfrentarse a una encrucijada con dos escenarios de significados muy diferentes a nivel simbólico dentro del mundo laboral. Para la cultura predominante en la mayoría de las empresas, contaminadas por la inhumanidad de un capitalismo ramplón, no es lo mismo que la recién madre opte por mantener su jornada laboral a tiempo completo como antes del parto o que decida optar por una reducción de jornada por maternidad.

Si la mujer trabajadora elige seguir con su jornada completa, esa decisión es valorada por esas empresas como un gesto de identificación y entrega a dicha empresa. Se la considera una buena profesional. Implicada al máximo con la cultura empresarial. Una especie de heroína que sigue produciendo como se espera de ella y encima ha contribuido a la perpetuidad del sistema, trayendo al mundo nuevos productores y consumidores. Probablemente tendrá una larga carrera dentro de la empresa y altas posibilidades de ascensos.

Si en cambio una mujer trabajadora opta por acogerse a una reducción de jornada por maternidad, para la mentalidad capitalista dominante significa que ha priorizado el cuidado de sus hijos por encima de la empresa. Cambia así su status de mujer trabajadora, convirtiéndose en madre trabajadora. Un concepto considerado un lastre para la empresa. Le espera, en muchos casos, un proceso de estigmatización, donde se devalúa la imagen profesional de la mujer por ser madre y querer conciliar. La mirada y el trato ya no son iguales. Su status laboral cambia. Pasa de considerarse una mujer trabajadora a una madre trabajadora. El rol de madre eclipsa al rol de trabajadora por lo que conlleva una merma en su imagen y en su prestigio profesional. 

La madre trabajadora se convierte en una disidente de la cultura capitalista empresarial, considerándola indisciplinada y díscola. Esto se considera un ataque directo a la propia escala de valores empresariales

Se considera que al elegir la conciliación, ya no responde a lo que la cultura empresarial espera de un trabajador. La empresa tergiversa y manipula la realidad considerando que la madre trabajadora ya no está entregada ni en cuerpo ni en alma. Un imperativo en la escala de valores del mundo empresarial. Se aleja así de la definición de un buen profesional. En muchos casos ocurre que su carrera dentro de la empresa queda obstaculizada. Las posibilidades de promoción interna se truncan. No sólo no será promovida a nivel laboral, sino que será penalizada.

Junto a la devaluación de su estatus laboral, comienza toda una etapa de tensiones. El primer movimiento que hará la empresa es intentar disuadir a la madre de coger la reducción de jornada con amenazas directas de despido. Si esto no le ha disuadido, o más bien por alguna razón no la pueden echar (como por ejemplo hay un comité de empresa que vela y lucha por sus derechos), empieza una andadura cargada de presiones, amenazas y discriminaciones para hacer su día a día insoportable. Es una lucha abierta entre la madre y la empresa.

Los recursos penalizadores son de gran diversidad. Entran en juego los veladores del sistema,  jefes y  directivos, que se encargan del acoso. Todo enfocado a que la madre trabajadora vuelva a su jornada laboral completa o, en caso contrario, que se vaya de la empresa. Este maltrato vulnera la ley, atropella un derecho conquistado por las mujeres trabajadoras y pone de manifiesto que las leyes que protegen los derechos laborales de las mujeres no resuelven por sí solas las prácticas abusivas generadas por la cultura capitalista. Si no haces lo que quieren y no sigues las pautas marcadas, estás fuera. Este autoritarismo implícito de la empresa responde a la lógica del mercado.

Intentar conciliar dentro de éste marco económico es tomada, en el fondo, como una provocación. Es sinónimo de que no se sigue las reglas del sistema. La madre trabajadora se convierte en una disidente de la cultura capitalista empresarial, considerándola indisciplinada y díscola. Esto se considera un ataque directo a la propia escala de valores empresariales.

Para muchas empresas la reducción de jornada por maternidad es una imposición forzada, aunque sea un derecho de la mujer. No les gusta. Harán lo que puedan día tras día para que la madre trabajadora lo sepa. Afecta a su imagen profesional. Su día a día es complejo, está continuamente en el punto de mira y su puesto de trabajo pende de un hilo. Es una lucha cotidiana entre David y Goliat. El precio para poder conciliar es, con frecuencia, demasiado alto.

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Ana Santos Sainz es socióloga.

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