Escapar del acoso cuando sólo hay un aula: ¿Cómo se actúa en la escuela rural?

Taller en el colegio Serranía de Ronda.

A Paula le pegaron todos los días en el autobús escolar durante un mes y medio. Ida y vuelta. “Cobraba dos veces al día, yo estaba muerta de miedo”, cuenta diez años después, con un nombre que no es el suyo, porque sigue viviendo en el entorno rural donde se crio. Los años en la pequeña escuela de su pueblo los recuerda “muy tranquilos”, pero cuando un autobús comenzó a recogerlos municipio a municipio para llevarlos a institutos de la ciudad empezó lo que recuerda como “un infierno”. “Se reían de mí, me tiraban notas con amenazas, me pegaban, y de un autobús no puedes salir corriendo”. 

Ese “abismo” del colegio al instituto es una de las características particulares del acoso en el medio rural. “El acoso se dispara cuando van a los institutos, porque muchos en sus pueblos están en escuelas con muy poco alumnado, donde es menos probable que ocurra en Primaria”, explica Eva Romero, maestra en un colegio de un municipio segoviano alejado de la capital. “Ocurre menos que en la Primaria de las ciudades, pero si ocurre, las opciones del acosado para salir de eso son mucho menores, si te ocurre y no hay alguien que lo sepa gestionar bien, estás jodido”, añade. 

El protocolo contra el acoso escolar es el mismo para la escuela rural que para la escuela urbana, aunque las condiciones de los alumnos son muy distintas. En los pueblos más pequeños o despoblados la escuela es unitaria: un solo maestro da clase en un aula a alumnos de distintos cursos. Muchos niños rurales no tienen otros niños con los que jugar que no sean los del colegio. Los maestros les duran muy poco: prefieren dar clase en la ciudad y en clases graduadas, donde todos están en el mismo curso. Si la situación de acoso no se resuelve, ni siquiera es una posibilidad una práctica que no está en los protocolos pero sigue dándose: “A veces se sigue recomendando por debajo de la alfombra que el acosado deje el cole, pero si estás en un pueblo, ¿dónde te vas? ¿cómo los apartas?”, dice Romero.

“No se puede medir por el mismo rasero un centro en una capital que uno en el medio rural. Y el principal problema del protocolo en los dos casos es que no está acompañado por una medida presupuestaria”, indica Teresa Hernández Jiménez, representante del sindicato docente ANPE en el Observatorio Estatal de la Convivencia Escolar. Ahora estudian cómo está funcionando la figura del “coordinador de bienestar y protección” y el diagnóstico es que los docentes no tienen “ni tiempo ni formación” para desempeñar esa tarea clave. El coordinador de bienestar tiene entre sus responsabilidades la de “identificarse ante la comunidad educativa como referente principal para las comunicaciones relacionadas con posibles casos de violencia en el propio centro o en su entorno”, según establece la Ley Integral de Protección a la Infancia y la Adolescencia frente a la Violencia (LOPIVI) de 2021. 

Cuando el coordinador no siempre está

En el medio rural el reto es aún mayor porque “ese coordinador puede no estar en la escuela” si se trata de un Colegio Rural Agrupado (CRA) al que pertenecen varios centros de distintos pueblos. “El maestro no tiene horario disponible para llevar a cabo esas funciones (no remuneradas), imagínate entonces en un CRA con cuatro sedes a kilómetros de distancia. El protocolo queda muy bien en el documento, pero no en la atención directa”, describe Hernández. Y confirma una queja continua que expresan los maestros en las redes sociales: “La Administración pide mucho papeleo, cada vez más, y no queda tiempo suficiente para dedicarle al alumno”. 

“La rotación constante de los maestros no es buena para nadie”

Eva Romero tiene 26 años y la han destinado a un pueblo de mil habitantes a más de una hora por carretera nacional de cualquier ciudad. “Nadie quiere ir a los pueblos más aislados o muy alejados de la capital de provincia. Se sabe entre los interinos que hay zonas muy duras, y ese cambio constante del maestro no favorece nada la salud mental ni de los niños ni la nuestra”, cuenta. Con esa rotación continua “la implicación acaba dependiendo de la voluntad”. “Un interino que en cinco años ya ha estado en las nueve provincias de Castilla y León, para que el 1 de julio la persona a la que cubre la baja se dé de alta y no cobre el verano, quizás piense ‘por esto no me voy a matar’”. 

En Castilla y León, una comunidad muy extensa y con la población dispersa, la escuela rural sigue siendo una realidad importante. La política es que con sólo tres alumnos puede haber una escuela. Se cierran escuelas, pero también se reabren algunas y eso se celebra en un pueblo como esperanza –o ilusión– de permanencia. “Mantener la escuela pública es mucho más caro en la España despoblada”, apunta Teresa Hernández, que antes de dedicarse por completo al sindicato fue profesora de Educación Física en varios lugares de Aragón y Murcia. “La vida en un pueblo es más relajada, no hay tanto estrés ni ruido, el aire puro y limpio viene muy bien a las infancias, pero también la soledad puede hacer mucho daño”, añade Marina Cachazo, orientadora educativa en la provincia de Zamora tras haberlo sido en ciudades como Burgos.

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En los colegios más pequeños de los pueblos los niños “pueden ser casi como una familia”. “Están en la misma clase, tienen peña, pasan toda la vida juntos”, describe Eva Romero. Sus familias se conocen, comparten todos los espacios (el bar, las fiestas, quizás la iglesia), algo que puede proteger del acoso, pero también alimentarlo. “A veces el acoso en los pueblos viene de cosas de las que los niños son las últimas víctimas, salpicados de rencillas de las familias. No es lo normal, como lo normal tampoco es el acoso, pero ocurre”, indica Cachazo, que se desplaza cada día de la semana a un colegio de distinto tamaño.

Nadie con quien jugar o estudiar

La socialización de los niños que viven en los municipios más pequeños y aislados también presenta otra dificultad: a veces no tienen nadie de su edad con quien jugar ni estudiar. Algunas familias los llevan a municipios más grandes para buscarles esos espacios, otras no pueden. “No tiene nada que ver crecer en un pueblo del alfoz que en uno de un CRA. En los pueblos más alejados los niños tienen muchísimas menos opciones. Las extraescolares, el conservatorio, el inglés, los talleres están en la ciudad”, recuerda José Antonio Muñoz, orientador jubilado tras una larga carrera como pedagogo, profesor asociado de la Escuela de Magisterio de Zamora y maestro.

Una realidad sí ha saltado la brecha entre lo urbano y lo rural. El ciberacoso ocurre igual en los pueblos que en las ciudades. “Antes el acoso era en el recreo, en los lugares públicos del centro, ahora también es virtual, y ante eso quienes más pueden detectar son los padres”, indica Muñoz. “Cuando el acoso pasa al mundo virtual, se escapa a cualquier cosa que puedas hacer. Lo que ocurre fuera del centro es un mundo desconocido, sabemos lo que alguien nos quiera contar”, apunta Cachazo. Los dos –pedagogo y psicopedagoga– coinciden en que la prevención del acoso hoy tiene dos hechos comunes sea cual sea la realidad demográfica del centro. Hay más conciencia social de que el acoso, que siempre ha existido, es un problema sobre el que se debe actuar. Pero las redes sociales suponen un reto nuevo difícil de abarcar: un acoso que no da tregua, que no termina a la salida.

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