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Crisis del coronavirus

La polarización no sólo cuesta ira y ruido: el virus avanza gracias a la división social

Una bedel limpia los micrófonos de la tribuna del Congreso.

La polarización no es sólo griterío en las tertulias, faltas de respeto en el Congreso, cabreo en las tablas del CIS. Es un fenómeno material, con consecuencias reales, que atrapa la política y dificulta su ejercicio en un momento históricamente grave. “Las fuertes divisiones partidistas ponen en peligro la salud pública al impedir una respuesta eficaz a la crisis”, concluye un informe de la Fundación Carnegie que ha examinado la respuesta de diez países con diferentes grados de polarización. Uno de sus autores, Thomas Carothers, explica a este periódico: “Desde una perspectiva comparada, la polarización política en España es muy seria, pero aún no es extrema”. Y lanza una alerta: “La polarización crea una enfermedad de la gobernanza: menos cooperación en la elaboración de políticas, menos cumplimiento social en la aplicación y menos disposición a sacrificarse por el bien común”.

Ya hay indicios preocupantes. Con los espacios de diálogo cada vez más estrechos, se abre una evidente falla ideológica en la opinión sobre cuestiones científicas, como ya se observa con la actitud hacia la vacuna en el barómetro del CIS. En países como Estados Unidos ya han experimentado en toda su magnitud el coste de que los electorados asuman que “todo vale con tal de no sucumbir ante el enemigo político”, en palabras de Mariano Torcal, catedrático de Ciencia Política de la Pompeu Fabra.

infoLibre repasa las evidencias sobre el lastre para que la gestión de una crisis compleja supone la polarización y recaba puntos de vista sobre las posibles vías de salida al maniqueísmo. Aparece recurrentemente una idea: aceptar el hecho de que el vértigo de la crispación no está favoreciendo de manera significativa a ningún partido, ni siquiera en las encuestas. Y, a partir de ahí, asumir solidariamente los posibles costes de una distensión. Otras voces apuntan a la necesidad de replantear el uso por parte de la política y los medios de unos nuevos canales de comunicación que alientan la cultura del zasca.

Causas y datos de polarización

La polarización no crece de los árboles. En España brota de un caldo de cultivo de casi una década de crisis económica y casos de corrupción, repeticiones electorales y etapas de bloqueo [ver aquí y aquí informaciones en detalle]. España ya era el país más polarizado de Europa antes de la pandemia, según el artículo How Ideology, Economics and Institutions Shape Affective Polarization in Democratic Polities, de Noam Gidron, James Adams y Will Horne. Además, las redes sociales favorecen. Estudios de la BBC, el Instituto Tecnológico de Massachussets y Folha de S. Paulo apuntan a un hecho desasosegante: la mentira se propaga más fácilmente que la verdad, lo cual dificulta un debate político razonable. La fragilidad de los liderazgos políticos y la sucesión de citas electorales –con campañas armadas en torno a la lógica “o yo o el caos”– avivan el fuego.

Esta división social se traduce en datos. Los barómetros del CIS son elocuentes. Los porcentajes del electorado de partidos de izquierdas que declaran que “nunca” votarían a un partido del otro lado aumentan. Y viceversa. Las valoraciones de la actuación del adversario se derrumban. Un 85,7% de los votantes de Vox le da a Sánchez un 1 o un 2 de puntuación, en una escala de 0 a 10, siendo 1 “muy mal” y 10 “muy bien”. El porcentaje entre los votantes del PP asciende al 61,5%. Los rechazos son recíprocos y crecientes.

Mariano Torcal, catedrático de Ciencia Política de la Pompeu Fabra, viene observando la evolución de un índice de “polarización afectiva” que abarca tanto el rechazo a los líderes de los partidos como a sus votantes. Y señala un agravamiento por Vox. “La incorporación de la formación de extrema derecha a la arena electoral nacional […] supuso un aumento importante de la polarización”, escribe en un artículo de mayo en Agenda Pública. La polarización evoluciona en paralelo al sentimiento de rechazo a los políticos. En diciembre de 2019, un 49,5% consideraba que "los políticos en general, los partidos políticos y la política" eran uno de los tres principales problemas del país, récord absoluto desde el inicio de la serie. No hay datos desde entonces para seguir la evolución.

Comportamientos y actitudes

La polarización despliega efectos tangibles. No sólo en el voto. También en el comportamiento y la actitud, claves en una pandemia. El barómetro de mayo ya mostraba fallas partidistas en la valoración de las medidas. No es sólo que la crisis preocupa más a la izquierda que la derecha, ni que las medidas tomadas por el Gobierno son vistas más innecesarias a derecha que a izquierda. Es que ya había actitudes diferentes sobre el confinamiento. Los que se sitúan en la izquierda apuestan en porcentajes altos, en torno al 70%, por mantener el confinamiento. Los porcentajes bajan a mínimos de hasta el 27,5% en el extremo opuesto. El barómetro de septiembre amplía la fotografía. La confianza en el Gobierno de los electorados de partidos de derechas está derrumbada. Sólo al 1,7% de los votantes de Vox les merece confianza la política del Ejecutivo contra el covid-19. En el PP, a un 4%. Los propios electorados acaban empujando en dirección a la confrontación. En abril, aún un 74% de los votantes del PP y un 68,7% de los de Vox creían que había que "apoyar al Gobierno y dejar las críticas para otro momento". En mayo esos porcentajes cayeron hasta el 45,6% y el 40,4%, respectivamente.

El rechazo a las medidas del Gobierno presenta indicios de estar más vinculado a quien adopta la medida que a la medida en sí. Así lo advierte un informe de agosto del Centro de Investigación Pew, que detecta que en 59% de los españoles cree que la pandemia ha dividido más al país y apunta a que la población está “dividida ideológicamente” sobre la gestión. El 73% de la izquierda está satisfecha con la forma en que su país ha manejado el brote mientras que el 40% de la derecha no lo está, una diferencia de 33 puntos. Volvamos al CIS. En abril, cuando las críticas al Ejecutivo se centraban en su reacción tardía y no en la supuesta restricción de derechos, los votantes de Vox eran los más partidarios de todos los partidos de ámbito estatal de prohibir la salida a la calle (63,7%). En mayo, eran los menos partidarios de mantener el confinamiento (39,1%). ¿Qué pasó en ese tiempo? Que Vox viró su discurso hacia la denuncia del “totalitarismo” del “gobierno socialcomunista”. Esto apunta al acierto de la conclusión de las investigaciones de Mariano Torcal, que indican que el discurso de los partidos políticos es la causa fundamental de la polarización. Es decir, que viene de arriba a abajo. A juicio de Torcal, las redes y la mensajería instantánea son el canal usado con éxito por los polarizadores, pero señalarlas como responsables es errar el tiro.

Brechas sobre asuntos científicos

El CIS de septiembre también desvela ya brechas ideológicas sobre asuntos científicos. Se ve con la vacuna, que parece ser una opción más de izquierdas que de derechas. Los votantes menos dispuestos a inyectársela cuando salga son los de Vox, un 36%, 17,5 puntos por debajo de los que más entre los partidos de ámbito estatal, los de Unidas Podemos (53,5%). Los del PP están en la parte baja de la horquilla (46,6%) y los del PSOE en la alta (51,9%).

Los efectos prácticos negativos que puede provocar la polarización los conocen ya de primera mano en Estados Unidos. Los datos de movilidad recogidos Google permiten observar que la movilidad se ha reducido más en los condados de mayoría demócrata que en los de mayoría republicana, según el artículo The partisan divide in social sistancing. Otro artículo, Partisanship, health behavior and policy attitudes in the early stages of the covid-19 pandemic, concluye que las preferencias políticas fueron determinantes en el comportamiento de los estadounidenses en el arranque de la emergencia sanitaria.

Países polarizados en el mundo

Los investigadores en derechos humanos y calidad democrática Thomas Carothers y Andrew O'Donohue, de la Fundación Carnegie, han llegado más lejos que nadie en el examen de cómo la polarización no sólo lastra la lucha contra la pandemia, sino que pone en riesgo el tejido democrático de las sociedades polarizadas. Su estudio se basa en el examen de la reacción de diez países ante la crisis. En países como Chile e India, según el informe, se ha producido un cierto alivio de tensiones y un efecto aglutinador de esfuerzos. No obstante, “el patrón más común –y preocupante– es que la pandemia refuerza las divisiones partidistas existentes y ejerce una mayor presión sobre las instituciones democráticas”, anotan los autores. Así ocurre en Brasil, Estados Unidos, Indonesia, Polonia, Sri Lanka y Turquía.

Los resultados son tan variados como negativos, como acreditan los distintos investigadores de cada país convocados para el informe: choques en la calle (Estados Unidos), ataques a funcionarios por imponer cuarentenas (Brasil), desobediencia a las medidas (Estados Unidos, Sri Lanka), restricciones de derechos y estigmatización de minorías (Sri Lanka, Polonia), militarización (Sri Lanka, Indonesia), reducción de la autonomía de los funcionarios (Turquía)... “El aumento de la polarización tiene consecuencias peligrosas a corto plazo para la seguridad pública. Las fuertes divisiones partidistas ponen en peligro la salud pública al impedir una respuesta eficaz a la crisis”, concluye el informe. En Indonesia “se retrasó la aplicación de las estrategias de contención”, señala el informe. En Turquía los municipios de la oposición no han podido poner en funcionamiento comedores populares y hospitales de campaña. El informe detalla cómo la pandemia en países polarizados crea oportunidades para que los “gobiernos antiliberales” traten de manipular los procesos electorales, como el caso –apuntan los autores– de Polonia. El 3 de noviembre hay elecciones en Estados Unidos.

“Las tensiones entre los gobiernos locales y nacionales socavan la capacidad de los funcionarios locales para contribuir plenamente a la respuesta a la pandemia”, concluyen los autores del artículo. ¿Es el caso de España, con su conflicto Gobierno-Comunidad de Madrid? Procede preguntar a Carothers, uno de los autores del informe, dónde encajaría España en este análisis de países más o menos polarizados. “Desde una perspectiva comparada, la polarización política en España es muy seria, pero aún no es extrema. La muerte de cualquier espíritu de consenso, el auge del lenguaje político extremo y el nivel general de ira política en la sociedad son preocupantes. Al mismo tiempo, a diferencia de otras democracias polarizadas, como los Estados Unidos, la India y Polonia, España no ha experimentado todavía un daño profundo a las instituciones y normas políticas básicas, como el poder judicial, la administración electoral y las libertades fundamentales”, señala.

Carothers hace una advertencia: La polarización crea una enfermedad de la gobernanza: menos cooperación en la elaboración de políticas, menos cumplimiento social en la aplicación y menos disposición a sacrificarse por el bien común. Así pues, inevitablemente, las sociedades más polarizadas responden peor a las emergencias nacionales, como el coronavirus”.

Retroceso democrático, negociaciones imposibles

Mariano Torcal lleva sus advertencias sobre la polarización más allá: “Su crecimiento fomenta los procesos de retroceso democrático, ya que hace que líderes y ciudadanos den prevalencia a sus identidades y preferencias por encima de la defensa de la tolerancia, el diálogo y los principales principios del liberalismo democrático. En España entramos en una espiral altamente preocupante en este sentido, ya que los votantes leales de estos partidos empiezan a aceptar que ‘todo vale’ con tal de no sucumbir ante el enemigo político”, escribe en su artículo en Agenda Pública.

“En España aún no hay un cuestionamiento de la mascarilla ni de la distancia social. Pero la polarización provoca problemas que afectan en la situación actual, como una reducción del espacio para el acuerdo. Resulta muy complicado aterrizar debates justo en un momento en que sería muy necesario”, señala el doctor en Ciencias Políticas Pablo Simón.

El profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III José Rama Caamaño rescata a Giovanni Sartori para argumentar que “la polarización ideológica en el sistema se ha traducido, al menos, en tres consecuencias: conflicto político, protesta ciudadana y parálisis legislativa”. “Los partidos, ante altas cuotas de polarización, en lugar de cooperar y tener estrategias centrípetas (hacia el centro), optan por confrontar y establecer estrategias centrífugas. En lugar de buscar el consenso, anhelan situarse en la parte más extrema de la política para ser los verdaderos anti-sistema”, señala.

Carmen María López-Rico, profesora de Periodismo en la Universidad Miguel Hernández y autora del artículo Polarización y confianza en los medios españoles durante el covid-19, ve prácticamente inexistentes los márgenes para el acuerdo. “Las negociaciones se hacen imposibles. Hay muy poca permeabilidad. Las posiciones enrocadas hacen que cualquier acuerdo sea visto como una derrota y una humillación”, afirma. En un Estado compuesto como el español, con administraciones gobernadas por diferentes partidos, una situación así tiene alto impacto en la gestión de problemas complejos.

Vías de salida

¿Se puede salir de esta espiral de polarización? Hay coincidencia en que se puede, al menos, mejorar la situación. También hay coincidencia en que es difícil. Ignacio Molina, investigador del Real Instituto Elcano y profesor de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma, cree que es necesario un cambio de mentalidad de los dirigentes políticos. “La fotografía que ofrecen las encuestas, pese al periodo de alta polarización, refleja que apenas hay movimiento. Hay algo de desmovilización de votantes de Podemos y algo de activación de los de Cs. Poco más. Si miramos a Occidente, es así en todas partes. Tras cuatro años con Trump y con una enorme polarización, en Estados Unidos voto sigue prácticamente igual”, señala. A su juicio, esto constituye una invitación a que los partidos se centren en las políticas (policies) en vez de en la política (politics).

“Si toda la energía que dedican los partidos a arañar unos votos que no pueden arañar se dedicase a cooperar, asumiendo que cada partido tiene un electorado más o menos fiel, dejaríamos de crear un clima que dificulta la negociación, provoca que haya menos seguimiento a las medidas, da mala imagen internacional y dificulta la recuperación económica”, indica Molina, que cree que hay un impedimento para interiorizar el cambio de chip: “El multipartidismo lleva muy poco tiempo. En otros países, como Holanda o Dinamarca, ya han aprendido a colaborar. Aquí PP y PSOE aún aspiran a recuperar al bipartidismo y los pequeños al sorpasso. Deben asumir que estamos condenados al pluralismo”. Molina cree que hay una tabla de salvación, precisamente, en uno de los objetos de mayor cantidad de críticas: el Estado de las autonomías. ¿Por qué? Porque en el mismo gobiernan muchos partidos, en diferentes escalas, que se necesitan unos a otros para resolver problemas de este calibre. Coincide Thomas Carothers, de la Fundación Carnegie, en que el multipartidismo puede ayudar: “El hecho de que España no tenga un sistema bipartidista fijo ayuda a crear al menos cierta heterogeneidad en la política de partidos en lugar de una estricta división de partidos 'nosotros contra ellos'”.

Pablo Simón apunta a la responsabilidad de los líderes. “De la polarización sabemos que aumenta mucho en periodos de inestabilidad. Los mismos actores políticos que la provocan pueden aflojar el ritmo”, señala. El obstáculo, analiza, es la existencia de incentivos tanto en el Gobierno como en el PP, principal partido de la oposición, para no aflojar. ¿Cuáles? Según Simón, al Gobierno interpreta que le interesa la polarización –sirviéndose de Vox– para mantener cohesionado a su electorado y el PP para evitar pérdidas hacia Vox. Mariano Torcal, de la Universidad Pompeu Fabra, cree que sería necesaria una “despolarización conjunta”, a la manera de los procesos de desarme, en la que haya un reparto justo de los posibles riesgos de la maniobra.

¿Otras vías de salida? “Una renovación de los partidos del establishment”, responde Rama Caamaño. “Hemos llegado hasta este punto de crispación, precisamente, porque los partidos tradicionales han abandonado su función de correa de transmisión de las demandas ciudadanas en las instituciones. Ello ha permitido la entrada de nuevas voces al Parlamento que, en muchas ocasiones con mensajes radicales, han conseguido el voto de los ciudadanos. Ante ello, los partidos establecidos deberían reaccionar con moderación, transparencia, cooperación y más políticas y menos política. Esa es la única solución para frenar los altos niveles de polarización: renovación de los partidos”.

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No todos los dedos apuntan a los partidos y sus líderes. La profesora de Periodismo López-Rico, convencida de que la polarización es un fenómeno que va de arriba a abajo, pide “responsabilidad” a los medios de comunicación, a los que ve en buena medida rendidos ante la “infoxicación”, el “infotainment” y el “periodismo declarativo”. Es decir, un show en base a lo que digan los políticos, sin pasar filtros fácticos. “Es momento de la deontología periodística”, señala. López-Rico es partidaria de educar en consumo informativo a los adolescentes, con la introducción de una asignatura de periodismo en la ESO, en línea con la “educomunicación” propuesta por la FAPE en 2018.

El catedrático de Comunicación Audiovisual José Miguel Contreras también pone el énfasis en el cambio de paradigma mediático. “Estamos en un momento de dominio total de la televisión, con un contenido que no invita a la racionalidad y la reflexión, pasado además por el tamiz de las redes sociales, con su fragmentación, inmediatez y anonimato”, señala. Las “burbujas” creadas por las redes, por la “inexistencia de vínculos comunes de comunicación”, abocan a la política a mensajes segmentados y al enclaustramiento ideológico.

¿Soluciones? Contreras duda. “Quizás una aceptación, por parte de los defensores de una sociedad de valores, más ilustrada, de este lenguaje y esos nuevos códigos”, señala. Es difícil, asume, porque estos nuevos lenguajes propician mayor banalidad y simplificación y son a menudo despreciados como parte consustancial del problema. “Pero no se les puede dar la espalda”, reflexiona.

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