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La presión de los alquileres turísticos sentencia al comercio local: "Cada vez es más difícil vivir en el barrio"

Entrada a Cuchillería Viñas, junto al Mercado de Antón Martín.

El tramo de la madrileña calle del Príncipe que separa las plazas de Santa Ana y Canalejas siempre fue un hervidero comercial. Pero hace años que dejó de serlo. En la pequeña vía, que discurre entre edificios color pastel, ya no queda una sola frutería. Tampoco una pescadería. O una carnicería. Ahora, es el sector hostelero es el que se reparte los locales. Víctor Rey, residente desde hace décadas y presidente de la Asociación Vecinal Sol y Barrio de las Letras, los va contando poco a poco bajo un sol de justicia que achicharra a los viandantes. Uno, dos, tres, cuatro... Y así hasta más de una veintena de establecimientos de comida y bebida repartidos a izquierda y derecha. En una travesía de poco más de cien metros plagada, al mismo tiempo, de viviendas turísticas.

Rey conoció aquella zona del centro de la capital en los ochenta, en plena Movida. Pero no se instaló allí hasta el año 2001. Cosas del trabajo. Ahora, dos décadas después, todas esas callejuelas que discurren entre la calle Atocha y la Carrera de San Jerónimo están irreconocibles. "Antes, esto era un barrio, barrio", apunta mientras toma una copa de vino. Es cierto que siempre tuvo una gran oferta de alojamiento. Básicamente, a través de pensiones, hostales o casas de huéspedes que, en buena parte de los casos, regentaban los propios vecinos. "Gente apegada y enraizada", señala. Pero todo cambió a partir de 2014, cuando explotó la proliferación de los pisos turísticos.

Esta presión ha vaciado, poco a poco, la zona. "Algunos vecinos se van porque los echan", resalta Rey en referencia a la compra de bloques de viviendas con la vista puesta en la explotación de este sector. "Otros –completa– se van por aburrimiento". Los datos del padrón municipal del Ayuntamiento de Madrid lo confirman. En 2005, el barrio de Cortes, por el que discurren todas estas calles, contaba con 11.541 vecinos. Ahora, son 10.816. "Eso tiene un reflejo en el comercio. Locales antes dedicados a la prestación de servicios y suministros a los vecinos se convierten en establecimientos dedicados a nuestros turistas, que no viajeros", completa el presidente de la asociación vecinal.

Red comercial oriendata a los turistas

Lo que cuenta Rey no es una sensación. Es una realidad en la capital. Así se desprende de "Cuando los negocios locales desaparecieron: el impacto desigual de Airbnb en la geografía de las actividades económicas", una investigación realizada por la Universidad Complutense de Madrid y la Escuela de Altos Estudios Avanzados IMT Lucca de Italia. La investigación, publicada a finales de mayo en Cambridge Journal of Regions, Economy and Society, se apoya en la información contenida en el Censo de Locales y Actividades del Ayuntamiento de Madrid y en la plataforma de alquileres turísticos Airbnb. Y llega a una conclusión clara: la proliferación de este tipo de ofertas de alojamiento modifica por completo la estructura comercial de los barrios.

"Por un lado, este fenómeno fomenta la apertura de nuevos negocios, lo que genera riqueza en la ciudad. Sin embargo, éstos se enfocan hacia el turismo: restaurantes, cafeterías, tiendas de souvenirs, de moda... Mientras tanto, se produce un desplazamiento parcial de aquellos que estaban más orientados hacia las necesidades de los vecinos: perfumerías, pescaderías, carnicerías...", explica en conversación telefónica con infoLibre Alberto Hidalgo, uno de los autores del estudio. Un cambio de modelo que expulsa a los vecinos. Y que se extiende poco a poco hacia la periferia de la capital: "Se están incrementando los flujos turísticos hacia esas zonas".

Lo que ocurre en los barrios madrileños de Cortes o Sol sucede también en los malagueños de La Merced, Ensanche Centro o Centro histórico. O en los sevillanos de Santa Cruz, El Arenal o San Bartolomé. Y también en Barcelona, Valencia o San Sebastián. "Han perdido parte de su funcionalidad como centros de servicios para residentes y, por tanto, su vitalidad como elementos de la identidad local, viendo transformar sus espacios de comercio para residentes en una oferta indiferenciada de tiendas de conveniencia y alimentación para los turistas", recogía en noviembre el Estudio ReviTUR, que la patronal del turismo Exceltur elabora con los ayuntamientos de estas seis ciudades.

El hotel que se comió la carnicería

Tras quince minutos de charla, Rey apura la copa de vino y abandona el bar. Es jueves. Y el calor resulta insoportable en el centro de la capital. Con paso firme, el presidente de la asociación vecinal se dirige hacia el cruce entre la calle del Prado y la del León. Es ahí donde quiere comenzar el recorrido por un barrio que poco se asemeja ya a ese en el que se instaló a comienzos de siglo. A la izquierda se alza un hotel de cuatro estrellas. Antes, albergaba una carnicería. Pero de aquel establecimiento solo queda un histórico portón rojizo integrado ya en la estructura del alojamiento. "Se les obligó a conservarlo porque estaba protegido", explica.

Poco a poco, el hombre va recorriendo –también a nivel histórico– la calle del León. Una cadena de restauración ocupa ahora el local que hace años albergaba una tienda de antigüedades. Y la vieja Astorgana es hoy una tienda de ropa. Poco rastro queda ya en esta vía de comercio local. Bajo un cartel de aspecto antiguo en el que puede leerse "Confitería" funciona una tienda de regalos curiosos. Y la ortopedia y zapatería de toda la vida lleva ya un tiempo con la persiana bajada. De entre lo único que sobrevive, Rey señala una pequeña lavandería. O Casa González, abierta en 1931 y en la que se venden vinos o fiambres.

Las carnicerías, fruterías o pescaderías más cercanas se encuentran en el tradicional Mercado de Antón Martín. Otro de esos lugares que han cambiado radicalmente. En la actualidad, está colonizado por pequeñas cafeterías, bares o puestos de comida. Fernando ha sido testigo de toda esta evolución. "Antes, contando este edificio y los alrededores, podía haber más de setenta fruterías. Ahora, somos cuatro", señala el hombre, que lleva desde finales de los ochenta regentando uno de los puestos del mercado. Reconoce que cada vez resulta más complicado mantener el negocio. El barrio cambia. Los supermercados aumentan. Y competir con ellos resulta harto complicado.

Pegado a Antón Martín se encuentra otro negocio con solera. Y, de hecho, así lo atestigua una vieja caja registradora que se conserva sobre el mostrador. Es la Cuchillería Viñas. Tiene cien años. A la entrada del local, Carmen Viñas, hija de los fundadores, reposa sobre una silla. "Antes se hacían reparaciones de todo. Ahora, no se repara nada", apunta la mujer, que también es testigo de los cambios comerciales del barrio. Un problema que, en parte, achaca también a la falta de relevo generacional. Quienes vienen detrás ya no quieren hacerse cargo de los negocios que en su día pusieron en marcha sus abuelos o sus padres. Y eso complica la continuidad de tiendas como la suya.

El barrio del millar de pisos turísticos

Unos minutos después, Rey ya ha dejado atrás el mercado. Y, con él, también la vieja ferretería convertida hoy en un restaurante que aún conserva la estética del viejo local. Ahora desciende por la plaza del Matute. "Eso –dice señalando a un bar– era una tienda de discos". Y de ahí se mueve en dirección a la Plaza de Santa Ana, ahora plagada de terrazas, para desembocar en la calle del Príncipe. Tras dar unos pocos pasos, se detiene frente a un edificio de color amarillo. En el número quince. "Aquí conseguimos una gran victoria", dice orgulloso. Se refiere a la clausura de nada menos que 39 pisos turísticos solo en ese bloque en 2019. "Hubo un momento en el que únicamente había siete vecinos", resume.

En toda la calle del Príncipe, Rey calcula que puede haber más de sesenta viviendas turísticas. Una cifra que en todo el barrio de Cortes, según la plataforma Inside Airbnb, puede rozar el millar. Y que en toda la ciudad rebasa las 23.000. La capital supera a Barcelona, donde el número de alquileres turísticos, según la información que este portal rastrea en la aplicación de alojamientos, supera ligeramente los 17.000. Y casi triplica las cifras de Sevilla o Valencia. Sin embargo, muy lejos está de los niveles de otras grandes capitales, como Londres o Nueva York, donde a partir de septiembre Airbnb no podrá ofertar apartamentos completos para estancias inferiores a un mes.

Solo un puñado de calles ha necesitado el presidente de la asociación vecinal para dibujar la realidad que desde hace tiempo se vive en tantos lugares en los que las maletas han desplazado por completo a los carros de la compra. "Cada vez es más difícil vivir en el barrio", señala Rey. Habla de la desaparición del comercio de proximidad, que tienen que suplir con visitas a las grandes superficies los fines de semana para hacer una compra que hace un par de décadas podía realizar alrededor de casa. Y también pone sobre la mesa el incremento desmedido del coste de la vida en la zona.

–¿Y has pensado alguna vez en irte?

–Es algo que se te pasa por la cabeza. No lo hago por orgullo, por ver quién puede más.

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