REENCUENTRO EN PARÍS

Mario Vargas Llosa y Juan Carlos I, los inmortales o las masculinidades de otra época

Montaje de Mario Vargas Llosa y el rey emérito Juan Carlos I.

Patricia Godino

“Mujeres, simplemente”

Así de lacónico contestó el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) a Manuel Jabois para El País cuando le preguntó recientemente la causa de la ruptura de su amistad, íntima y sólida durante años, con Gabriel García Márquez. La respuesta, que remite de un plumazo al mito de la creación y a Eva como culpable de todos los males, encajaría como ejemplo de masculinidad hegemónica o tradicional en los manuales y estudios sobre las nuevas masculinidades, una vertiente de la sociología y la psicología, entre otras disciplinas, ampliamente estudiada en la actualidad y al albur del vigor de los movimientos feministas en todo el mundo de la que ha surgido un tipo de literatura que hace fortuna entre los libros más vendidos de no ficción.

El cordobés Octavio Salazar, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba, es autor de El hombre que no deberíamos ser: La revolución masculina que tantas mujeres llevan siglos esperando (Planeta, 2017), uno de los manuales de referencia en los últimos años que identifica y cataloga los tipos de hombres que responden al patrón propio de una sociedad construida desde la mirada patriarcal: del hombre poderoso, al hombre ausente, del hombre dominante al invulnerable.

Categorías que cumple con precisión Juan Carlos I, invitado de honor este jueves en París a la ceremonia en la que Vargas Llosa pronunciará su discurso de ingreso en la Academia Francesa, en la que será la tercera salida del rey emérito de Abu Dabi –al menos que haya trascendido- con destino a Europa desde que en agosto de 2020 abandonó España para evitar que sus escándalos dañasen (más) a la Corona.

La primera fue la sonora visita a Sanxenxo en mayo del pasado año, la segunda para acudir junto a la reina Sofía al entierro de Constantino de Grecia, a primeros de enero; y esta última tendrá como excusa acompañar al autor de obras universales como La fiesta del Chivo o Conversación en la Catedral en una jornada histórica. No en vano, es el primer escritor sin obra original en francés que suma su nombre a lista de personalidades que integran la nómina de los inmortales, el apelativo que en Francia reciben los miembros de la institución fundada en el siglo XVII por el cardenal Richelieu tantas veces criticada por su inmovilismo.

Esta tercera salida del emérito de Emiratos Árabes, donde acaba de fijar su residencia fiscal, será la ocasión además de ver juntos a dos hombres que hoy, con las gafas violeta, serían representativos de eso que se ha venido en llamar masculinidad hegemónica.

Para Salazar, Mario Vargas Llosa y Juan Carlos de Borbón representan ese tipo de masculinidad tradicional que, acaso sin conocer estos conceptos, todos –todas muy especialmente– hemos identificado a lo largo de la vida. “Representan un tipo de hombre muy volcados en la vida pública, en el poder o en el brillo, que coinciden en relegar a las mujeres de sus vida a papeles muy concretos, el de estar permanentemente al servicios de ellos y de sus carreras”.

Ambos representan un tipo de hombres muy volcados en la vida pública, en el poder o en el brillo, que coinciden en relegar a las mujeres de sus vidas a papeles muy concretos, el de estar permanentemente al servicio de ellos y de sus carreras

El papel que a lo largo de su reinado ha tenido la reina Sofía se ha analizado hasta la saciedad dando como resultado un perfil de esposa abnegada, profesional, madre perfecta y ciega a ratos.

Del papel que Vargas Llosa ha conferido a su mujer, Patricia Llosa, su prima pequeña, no hace falta interpretación. Fue el propio escritor peruano el que definió cómo veía a su esposa en las palabras que le dedicó durante el discurso como Premio Nobel, en 2010. “Ella hace todo y todo lo hace bien, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: 'Mario, para lo único que tú sirves es para escribir".

Cinco años después de aquella ceremonia, ya se ha contado hasta la extenuación en la crónica rosa de medio mundo, el Nobel abandonó a su esposa, poco frecuente ante las cámaras, por una mujer mucho más asidua a los flashes, Isabel Preysler. Lo que pasó después ya lo saben ustedes y no es motivo de este artículo pero sí merece una reflexión cuál es la mirada que la sociedad tiene ante este tipo de veleidades: ¿comprensiva, misericorde, machista?,

Tanto con el rey emérito como con Vargas Llosa, pero también con tantos otros casos y ejemplos a lo largo de la historia, la justificación es la primera de las tiritas que se aduce para tratar de restar importancia a estas decisiones, a estos desplantes, a estas rupturas abruptas… “Es su propio entorno y tantas veces las propias esposas las que reproducen actitudes patriarcales que justifican o subestiman el alcance de lo que han hecho”, como puede ser el abandono absoluto de la familia a favor de la obra, “todo sea por el genio”, razona Salazar, que subraya cómo nos suena hasta extraño cuando genio se declina en femenino. “Nadie dice genial. Lo que no cabe duda es que hay una diferente vara de medir, un escrutinio distinto entre hombres y mujeres y aún más para hombres de cierta edad”. Más aún si la fama precede.

Hay un factor, además, que vincula de manera estrecha a Vargas Llosa y a Juan Carlos, como paradigmas de tantos otros hombres de su edad y aún más jóvenes: lo que Celia Amorós, filósofa y escritora y primera mujer en recibir el Premio Nacional de Ensayo (en ¡2006!) llamó pacto entre caballeros.

“Es ese pacto no escrito en el que cabe el silencio, la protección, el respaldo, un pacto en el que es muy difícil que entre la mujer y romper esas dinámicas”, apunta Salazar.

Coetáneos, Vargas Llosa y Juan Carlos I comparten, al fin, amistad desde hace décadas, pero también un modo de entender su relación con las mujeres

Y es bajo el prisma de ese pacto de caballeros como se puede observar el reencuentro que tendrá lugar este jueves en París entre dos amigos desde hace más de 30 años, cuando Vargas Llosa se nacionalizó español y Juan Carlos I le telefoneó para celebrar que desde entonces fuera “mi súbdito”, como se lee. “En la medida en que los reyes puedan tener amigos, yo soy un amigo de él”, ha declarado el Nobel a El País sobre el ex monarca que acudirá a este acto, según ha trascendido, acompañado de la infanta Cristina.

Coetáneos, Vargas Llosa y Juan Carlos I comparten, al fin, amistad desde hace décadas, pero también un modo de entender su relación con las mujeres. La contracrónica literaria –que vivió un momento álgido en torno a la editora Carmen Balcells, la hacedora del éxito editorial de Vargas Llosa– ya ha contado que el galanteo ha sido y es para el Nobel una forma de estar en el mundo. Lo del emérito no es ningún secreto y por contar, una vez que a la sociedad española se la ha caído la venda de los ojos, se ruedan documentales y series sobre sus distintos capítulos sentimentales. El último de ellos la serie Cristo y Rey (Atresmedia), sobre la relación que mantuvo con la vedette Bárbara Rey.

Se da por hecho que este jueves, en el invierno de sus vidas, Vargas Losa y Juan Carlos I van a propiciar un encuentro que servirá para reverdecer su amistad y, de paso, compartir sus sonoros fracasos sentimentales recientes.

Aunque sería raro. En palabras de Salazar, “es muy complicado escuchar a este tipo de hombres hablar de sus vulnerabilidades, de sus emociones…”. Ni siquiera despacha sus sentimientos con más hondura , al respecto de su última relación, quien es considerado un mago de la palabra, digno de entrar en el Olimpo de los escritores del país vecino. “La experiencia se vivió y ya está. Ya vuelvo a estar aquí, rodeado de mis libros”.

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Tampoco nunca contó ni en un libro ni en público las razones y los detalles por los que atizó aquella tarde de febrero de 1976 un puñetazo al autor de Cien años de soledad. Sólo se sabe que la razón fue el interés de García Márquez en su Patricia Llosa, aquella primita del Perú, como se refirió a ella en los Nobel, a la que ahora vuelve de nuevo. 

Es otro punto en común: cuando sufren un trance lo habitual, y de ejemplos está la vida llena, es que este tipo de hombres de masculinidades hegemónicas vuelvan al abrigo comprensivo y abnegado que representó siempre la madre de sus hijos.

Son, para Vargas Llosa, “Mujeres, simplemente”.

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