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La crisis climática

La virulencia del fuego pone en entredicho el modelo español de prevención de incendios

Dos vecinas de la localidad de A Veiga da Cascallá (Rubiá) lloran al observar los daños ocasionados en las viviendas por un incendio forestal.

El fuego ha cambiado. Un extenso estudio de los 30.000 siniestros registrados en Galicia entre los años 2010 y 2020 demuestra que cada vez se producen menos, pero que los que escapan al control son más devastadores. “Estamos teniendo menos incendios, pero algunos de los que tenemos son especialmente virulentos”, confirma uno de los autores del estudio, Juan Picos, ingeniero de montes, profesor del departamento de Ingeniería de los Recursos Naturales y Medio Ambiente de la Universidad de Vigo y una autoridad en materia de incendios. Sólo 66 de esos 30.000 fuegos son responsables del 46% del territorio consumido por las llamas en esos diez años. “Esa es la situación. Apagamos muy bien muchísimos incendios“ y “muy rápido, pero aquellos que se nos escapan se comportan con una virulencia atroz”. Y no solo pasa en Galicia, advierte. “Creo que es bastante extensible a muchos sitios”.

La causa, explica, no hay que buscarla exclusivamente en la crisis climática. “De un lado tenemos el problema del cambio climático”, admite, “pero por otro” están los “cambios socioeconómicos que han transformado nuestro medio rural en las últimas décadas” convirtiendo lo que tradicionalmente eran pastos, cultivos o aprovechamientos forestales en grandes áreas abandonadas en las que la vegetación se acumula. 

“En el fondo, el cambio climático” no hace otra cosa que “venir a cocer el plato con los ingredientes que ya hemos puesto sobre el territorio”, describe gráficamente. Dejar de cultivar o pastorear no convierte el monte “en un bosque druídico con árboles viejos” y mucha humedad. En realidad se transforma en una acumulación relativamente anárquica de vegetación “que se convierte en una bomba de biomasa”. “En el momento en el que se dan las circunstancias para que entren en ignición, desarrollan una energía y una continuidad en el territorio contra la que es muy difícil enfrentarse”. 

El fuego, recuerda, es una reacción en cadena. “Todos los incendios son fáciles de apagar en el primer minuto. El problema es que siempre hay un tiempo de llegada al incendio” y si la cantidad de combustible es muy grande hace muy difícil controlarlo cuando se llega hasta él. Si además ocurre como en los últimos días y hay que hacer frente a decenas de incendios de manera simultánea, no hay mucho que hacer. “Ese es el drama”.

Poco margen

Esa es la razón por la que Picos cree que hay poco margen de mejora en términos de extinción. Y mucho, muchísimo, en prevención. “Somos muy buenos en extinción, pero no podemos mejorar más. Porque siempre hay algún incendio que se nos escapa. La única opción para que sean lo menos virulentos posibles es trabajar en la vía de la prevención”

Siempre se pueden actualizar los medios, la formación del personal y mejorar las condiciones de trabajo, incluidos los salarios en las comunidades que peor pagan a las personas que arriesgan su vida para apagar el fuego. Pero “no tenemos manera de seguir progresando con base en la extinción”, advierte Picos. 

En Galicia, por ejemplo, la comunidad que más ha desarrollado y dotado su sistema de lucha contra el fuego, ya es “muy difícil ser más eficaz” apagando fuegos, explica. Es un dispositivo bien organizado y cuya rapidez a la hora de atacar las llamas consigue que más del 99% de los casos se controlen antes de convertirse en grandes siniestros. Pero aún así, “siempre hay circunstancias que hacen que alguno de los incendios no se puedan atender a tiempo. O que se den en condiciones climatológicas absolutamente desfavorables y por tanto ni con el doble de dispositivos hubiésemos sido capaces de controlarlos”. 

He ahí el problema. “No es que cada vez esté habiendo incendios más virulentos”. En realidad “tenemos menos, pero aquellos que se nos escapan se comportan de manera absolutamente brutal”. Es algo que “no estábamos acostumbrados a ver”.

¿Cómo enfrentar el problema? Picos está convencido de que la solución en última instancia no será contratar más personal, más helicópteros o más hidroaviones. “Por ahí no vamos a conseguir más que gastar dinero” sin atajar esos nuevos incendios que salen de la escala.

De nuevo está el ejemplo de Galicia, una de las primeras comunidades que, obligada por los siniestros, modernizó su servicio de incendios. “Aquí ha habido un proceso de estabilización” del personal que ya desarrolla su actividad entre nueve y doce meses cada año. “Seguro que en todos los sitios, y en algunos especialmente, se puede ganar más”, pero la cuestión no es de número. “No es un problema de decir que han faltado hidroaviones, que haga falta comprar tres más, cuatro helicópteros más o 6.000 personas más. No lo vamos a arreglar así”.

Dónde mejorar

La solución es la prevención, pero no la que puedan llevar a cabo los servicios forestales y las administraciones públicas, advierte el profesor Picos. “Llamamos prevención a que el servicio forestal realice determinadas actuaciones preventivas” pero es tanto como tratar de “sustituir el mar con un cubo de agua”. “Estamos intentando que los servicios públicos forestales suplan lo que antes hacían decenas de miles de personas que cultivaban, pastoreaban o gestionaban el monte”.

Se pueden mejorar muchas cosas que hace la administración para prevenir los fuegos, pero “lo prioritario es recuperar determinadas actividades que por sí mismas estaban financiando la prevención”. Cuando una persona vendía la carne de sus corderos estaba realizando “una gestión preventiva del monte” que además no había que pagar con fondos públicos. La administración nunca será capaz de suplir todo ese trabajo que antes hacían ganaderos, pastores y silvicultores en áreas rurales y que se ha dejado de realizar en las últimas cuatro décadas. 

Para atacar de verdad el problema, subraya, hay que trabajar en recuperar esas actividades y fijar población. Entretanto, lo único que queda es tratar de “entender muy bien a qué incendios nos enfrentamos y dónde es más estratégico y rentable lo que vamos a gastar” en prevención. “Ahí es donde tenemos que mejorar”.

Cuando los incendios devastadores y fuera de control llegan, hay poco que se pueda hacer. Pero ahí al menos Galicia va por delante, con un plan contra incendios que gasta en extinción y prevención 88,3 euros por hectárea forestal, según datos del presupuestos de 2022.

La comparación no deja en buen lugar a las otras comunidades que estos días sufren las consecuencias de los grandes incendios. Andalucía, con más del doble de superficie forestal que Galicia, apenas gasta por hectárea la mitad en prevención y extinción de incendios (39 euros). Castilla y León y Extremadura están aún peor: su gasto por hectárea es seis veces menos que el de Galicia (11,9 y 14,6 euros respectivamente).

Galicia gastó en los primeros meses del año 33,1 millones de euros en tratar de prevenir los fuegos en unas 60.000 hectáreas. Es un territorio enorme, pero apenas alcanza el 3% de la superficie forestal de la comunidad. Y ahora consumirá casi 145 millones en tareas de extinción.

El dispositivo de prevención y extinción de incendios forestales de Andalucía cuenta con un presupuesto de más de 175,1 millones de euros, de los que 84,2 millones se destinan a prevención y 90,9 millones a extinción. Son cantidades, en términos absolutos, superiores a las de Galicia, pero hay que tener en cuenta que también lo es la superficie forestal que tienen que proteger. 

Escasez de recursos

Castilla y León planeaba dedicar a la lucha contra incendios 71,2 millones, pero como el presidente, Alfonso Fernández Mañueco, decidió anticipar las elecciones, están teniendo que hacer frente a la campaña de este verano, plagada de siniestros enormes, con el presupuesto de 2021: 64,86 millones de euros. En Extremadura la Junta presupuestó en prevención y extinción de incendios apenas 33 millones de euros.

No obstante, Juan Picos no cree que, más allá de que en algunas comunidades el modelo de extinción está más pensado desde la perspectiva de la seguridad, porque tiene más áreas urbanas (es lo que ocurre en Cataluña o Madrid), y en otras se organiza desde el punto de vista de las áreas rurales, haya grandes diferencias en la capacidad de afrontar los fuegos, especialmente los que más preocupan ahora. “Cuando vienen mal dadas, los incendios se llevan por delante los modelos. Todos han mejorado en la extinción, pero ninguno ha conseguido entrar en la prevención”, lamenta.

De hecho, asegura, y aunque “todo es susceptible de mejorar”, la coordinación entre comunidades e incluso entre países limítrofes está funcionando y permite compartir recursos. En el incendio que arrasó la Sierra de La Culebra hace un mes intervinieron efectivos desplazados desde Galicia. Y es común trabajar con los bomberos portugueses cuando están comprometidas las áreas forestales del sur de la comunidad gallega.

En cuando a la administración central, y más allá de la Unidad Militar de Emergencias (UME), cuya visibilidad la ha hecho muy popular por ayudar en tareas de extinción y evacuación de personas en algunos grandes incendios, Juan Picos subraya la relevancia de las Brigadas de Refuerzo de Incendios Forestales (BRIF), que dependen de la empresa pública Grupo Tragsa y del Ministerio para la Transición Ecológica, igual que los hidroaviones contraincendios del Ejército del Aire, y su función es prestar apoyo a las comunidades autónomas en la lucha contra incendios forestales. 

Son cuerpos “muy especializados” que se han convertido en “un grandísimo aporte”. Se despliegan en función de las necesidades por medios aéreos y “son las que suelen ir a las peores partes de los incendios”, tanto es así “que ni siquiera salen en las fotos”, subraya Picos. 

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“Ese papel de refuerzo del ministerio es muy importante” y si el Estatuto Básico del Personal de Prevención y Extinción de Incendios que prepara el Gobierno central sirve para mejorar esta labor le parece una muy buena medida. “Siempre y cuando no altere las cosas que están funcionando, como las BRIF”, advierte.

Este estatuto, en el que el Ministerio de Transición Ecológica trabaja desde hace tiempo, fue citado por el presidente Pedro Sánchez en su reciente discurso del estado de la nación como un ejemplo de la determinación de su Gobierno para redoblar sus “compromisos con más recursos para prevenir y luchar contra los incendios”. Para sacarlo adelante tendrá que superar las reservas de las comunidades autónomas, que son las que tienen las competencias en materia de lucha contra los incendios y que difícilmente aceptarán sin rechistar que el ministerio tome decisiones sobre su personal contraincendios.

La paradoja es que, a pesar de las violencia de los incendios y su repetición año tras año, la superficie de los bosques españoles aumenta. Ha crecido un 1,2% desde 2004, según el Informe Situación de los bosques y sector forestal en España (ISFE), que se presentó en el 8º Congreso Forestal Español (CFE) y que se celebró en Lleida hace tres semanas. La razón hay que buscarla en su regeneración natural, los planes de restauración forestal y el abandono del medio rural, lo que a su vez multiplica las dificultades para controlar los incendios.

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