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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

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No miremos a los Balcanes, por favor

Habitantes de Sarajevo cortan leña durante el asedio a la ciudad.

Dos meses después de que Serbia perdiera su cuarta guerra, la de Kosovo en 1999, que siguió a las derrotas de Eslovenia, Croacia y Bosnia-Herzegovina, se produjo un eclipse total de sol visible en los Balcanes. Los medios de comunicación afines a Slobodan Milosevic, que eran la mayoría, bombardearon a la población con informaciones alarmantes sobre sus efectos en la salud. El día del fenómeno, Belgrado amaneció vacío, sin tráfico. La gente tuvo miedo de salir de casa. Fue otra demostración de manipulación colectiva del líder que incendió la memoria de su pueblo, agitó el nacionalismo y causó decenas de miles de muertos.

Para el periodista Enric Juliana, autor de La España de los pingüinos, publicado en 2005, y cuyo subtítulo suena hoy a advertencia: Una mirada antibalcánica del porvenir español: la concordia es posible, “Yugoslavia reposaba sobre un lecho inestable con historias de odios cruzados y diferencias profundísimas que no veo en España, pese a las diferencias y diversidades que hay. Salían de una situación difícil con una creación nacional endeble en la que cada uno iba a lo suyo. Además, Europa se desentendió; cuando se dio cuenta, era tarde. Lo que sucede aquí es otra cosa, responde a otro momento: la crisis económica y la globalización han debilitado a los Estados nacionales que pierden capacidad de cohesión y permiten nuevas identidades”.

Veton Surroi, que estuvo en el equipo negociador para la independencia de Kosovo, afirma que son situaciones distintas: “En Yugoslavia hubo un proceso de desintegración de un país que carecía de instituciones democráticas. No era un Estado de Derecho y no estaba dentro del proceso de integración europeo. Lo que resuena en los oídos de las personas que vivimos aquel proceso, es la narrativa de la imposición. En Cataluña, el Govern trata de imponer una única voz legitima de los catalanes, aunque la sociedad esté dividida por la mitad. El Gobierno de [Mariano] Rajoy trata de imponer su visión de cómo se debe vivir en Cataluña a una gran población que no quiere vivir así. El nivel de intolerancia en periódicos y en las televisiones tiene similitudes, por lejanas que sean, de lo que se podía leer y oír en Yugoslavia”.

La percepción lo es todo. Quién conquista la percepción tiene ganado el relato. Los relatos no tienen por qué ser ciertos, basta con que sean asumidos por un número elevado de personas. El Govern tiene el relato porque ha conseguido que cientos de miles de catalanes compren el discurso de que Cataluña está oprimida desde siglos y España es un Estado autoritario. Ese es el mensaje que trata de transmitir en la prensa extranjera. El Gobierno central, bien por falta de iniciativa o de idiomas, no ha sido capaz de desplegar un discurso exterior parapetado en dos ideas que de tanto repetirlas parecen eslóganes: la Constitución y la indivisibilidad del territorio. En un mundo tan audiovisual en el que priman el trending topic y los 140 caracteres, resulta complicado ofrecer explicaciones complejas sobre asuntos complejos.

Mirjana Tomic fue corresponsal del diario El País en Belgrado hasta que Milosevic le retiró la credencial y tuvo que dejar su país. Vive en Viena desde hace siete años. Trabaja para el Forum Journalismus und Medien que organiza seminarios y talleres para periodistas y diplomáticos. “La principal similitud de lo que está sucediendo en Cataluña con lo ocurrido en los Balcanes en los años noventa está en las pasiones, en la exaltación del patriotismo y la polarización mediática. Me impresionaron las imágenes del sur de España: ciudadanos despidiendo a la Guardia Civil de camino a Cataluña con el grito de ‘A por ellos’. Fui testigo de cómo los serbios hicieron lo mismo con el Ejército Federal que iba a luchar en Croacia”, cuenta la periodista.

El soberanismo catalán busca referencias en las que asentar su relato histórico: Lituania, Eslovenia, Kosovo. El portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados, Joan Tardá, retrocedió hasta la ruptura de Noruega y Suecia.

“Los procesos de independencia con la creación de los Estados-nación del XIX son totalmente diferentes, no comparables. Cada uno puede hacer lo que quiera con la legitimación de la historia, pero no tiene sentido”, asegura el historiador Julián Casanova. “En el referéndum escocés, con el que se ensalza al Reino Unido cuando todo el mundo está de acuerdo en que David Cameron se disparó en los pies, fue importantísimo que la UE advirtiera de las consecuencias. Sin esa advertencia el resultado podría haber sido diferente. En Cataluña se oculta que una independencia representaría la salida de la UE”, añade.

Apoyo exterior

Una de las claves de las independencias de los países Bálticos, llamadas revoluciones cantadas, fue el apoyo exterior: tenían detrás a la OTAN con EE UU a la cabeza, y se aprovecharon del desplome de los regímenes comunistas tras la caída del muro de Berlín. Lituania, Estonia y Letonia fueron entregadas a la URSS en el pacto Ribbentrop-Molotov, recuperadas por los nazis un año después hasta la ofensiva báltica del Ejército Rojo en 1944.

Kosovo fue escenario de la cuarta guerra en el desmoronamiento de Yugoslavia y quedó en manos de la ONU durante casi 10 años. El 90% de la población eran albanokosovares y tenía detrás a EE UU y a los países claves de la UE. Antes hubo limpieza étnica y bombardeos de la OTAN. Hoy Kosovo es un Estado fallido.

Pregunto a Surroi si ve paralelismos entre Cataluña y las independencias balcánicas. “Si hay algo que se acerque, podría ser Eslovenia. Era la república más rica de la ex Yugoslavia. Los eslovenos sentían que pagaban más a la Federación de lo que recibían. Presentó un proyecto de relaciones confederales, entre Eslovenia y el resto de la Federación. Serbia estuvo en contra y ahí empezó el proceso de desintegración. Pero hay que destacar que el proyecto esloveno contemplaba una Eslovenia dentro de la UE, que no era el sueño de Serbia. También hay otro elemento importante: en Eslovenia había un consenso pleno en la sociedad para lograr la independencia”. Juliana responde al paralelismo de manera rotunda: “Comparar Cataluña con Eslovenia es una tontería”. “Es un conflicto distinto de lo ocurrido en los Balcanes. No nos deberíamos dejar llevar por ese camino. Aquí hay una clave muy importante. En estos momentos no hay nadie dispuesto a reconocer la independencia de Cataluña. Ha quedado claro en los últimos días. Lo han dicho los alemanes, el secretario de Estado de EEUU, los franceses, Jean-Claude Juncker, Donald Tusk y Theresa May. No veo a ningún país europeo apostando por la ruptura de España. Ni siquiera los rusos que tienen una cierta tentación de jugar con la situación, de desestabilizar a España aunque sea en clave europea”.

De los mitos manejados por el independentismo se ha desmoronado uno: no habrá salida de empresas de Cataluña. La relación del nacionalismo con la realidad es similar al de la religión con la ciencia. Ambos se basan en ilusiones colectivas que nacen del miedo y la ignorancia, de la necesidad de pertenencia a una colectividad y a su relato épico. Son efectivos en tiempos de crisis. Sorprende que haya prendido en Cataluña, una de las zonas más ricas y cultas de España. También lo era la Alemania que sucumbió al nazismo.

El historiador Julián Casanova sostiene que “ya nadie defiende que lo ocurrido en Bosnia-Herzegovina se debió a odios ancestrales. Lo mismo sucede con la Guerra Civil, que todo se debía a odios cultivados desde Viriato. Ya nadie compra esa tesis. Todo el mundo sabe que un Estado puede estar muy mal pero mientras que tenga legitimidad y no pierda el monopolio de la violencia no puede haber guerra civil. La construcción del odio colectivo es fácil si coincide con importantes quiebras sociales, económicas políticas y culturales. Las grietas se pueden ensanchar desde los medios de comunicación y desde las élites intelectuales, pero necesitas mucho tiempo. Una guerra civil no estalla de la noche a la mañana”.

¿Es muy fácil construir el odio, lanzar a poblaciones hacia la guerra? “Sí, muy fácil. Lo he vivido en los Balcanes”, dice Tomic. “Este verano estuve en Boston y veía Fox News cada mañana. Después de una semana comenzaba a cuestionarme si la prensa europea decía la verdad o mentía. Fox News representa otra realidad. En momentos de crisis, la responsabilidad de los medios de comunicación es enorme. Muchos no se dan cuenta del daño que pueden provocar”. ¿Cuáles son los errores que deberíamos evitar? “Pensar que hay una sola verdad. Rehusar el diálogo con los que discrepan. Hay que buscar temas comunes para discutir y negociar, antes de que la brecha llegue a ser demasiado grande”.

La construcción del odio

Anja tiene 32 años, vive en Barcelona, nació en Sarajevo de madre croata y padre serbio. Tiene sentimiento yugoslavo. Llegó a España en 1993, con ocho años. Sus amigos dicen, “qué mala suerte tienes, Anja, parece que vas a dónde se quieren separar”.

“Tengo buena memoria aunque era muy pequeña. Recuerdo la tensión en mi familia antes de la independencia de Eslovenia. Había inseguridad”, explica Anja. “Siempre hay un antes de que la situación estalle. He vivido tres veces en Barcelona. Es el sitio con mejor nivel de vida junto a Madrid. A los refugiados bosnios que vinimos a Cataluña nos fue mejor que a los demás porque había más ayudas. Me entristece lo que está pasando. Entiendo que se quieran independizar, pero no sé si será viable. Mira cómo está Bosnia. Si siguen adelante habrá represalias, pero no guerra. Estamos en 2017 y las cosas han cambiado. Muchos amigos catalanes me preguntan por Sarajevo. La gente está asustada. La marcha de las empresas es un aviso. Tengo una amiga independentista radical que empieza a dudar. No sé lo que va a pasar, pero la gente que aspira a la independencia debe saber que no será un camino de rosas”.

“Hay una movilización muy fuerte con apoyo logístico de la Generalitat, si no sería imposible. También hay un trabajo internacional eficaz que, en algunos casos, ha desbordado al Gobierno español. La visión de la policía española aporreando a gente pacífica que quería votar a ojos de todo el mundo ha sido muy negativo para el Gobierno español”, asegura Juliana. En uno de sus artículos en La Vanguardia comparaba el escenario actual con una gasolinera en la que gente como Pablo Casado y Xavier García Albiol se mueven con un mechero en la mano. Preguntado por el papel de Ciudadanos en la crisis, Juliana dice: “Es un barco bucanero que se ha lanzado a pescar en aguas revueltas. Albert Rivera es el operador político de José María Aznar”. La construcción del odio es más sencilla de lo que los muchos piensan. Slavenka Drakulic tiene un libro esencial para entender el mecanismo: No matarían ni a una mosca. Quizá estemos a tiempo de leer, o releer, una novela esencial: Una tumba para Boris Davidovich, de Danilo Kis.

“El 1936 español es diferente”, dice Casanova. “Se ha querido volver al revés, decir que la causa de la Guerra Civil es la violencia cuando la violencia es la consecuencia de la Guerra Civil. Si no hubiera habido un golpe de Estado no habría estallado la guerra, quizá otra cosa. Las guerras empiezan cuando alguien pone armas donde antes había política, porque hay una invasión o una división del monopolio de la violencia. Una hipotética división en los Mossos d’Esquadra podría colocarnos en un escenario balcánico”.

“Estoy preocupado por el nivel de intolerancia en el debate sobre Cataluña”, dice Surroi. “Cuando ese debate se acompaña con el uso de la fuerza para recompensar el vacío político, como fue el caso de mandar a los antidisturbios contra las urnas”. ¿Qué errores deberíamos evitar, Veton? “El primer error es no dialogar. El Gobierno de Madrid tiene más responsabilidad. Debe dejar de pensar que va resolver el problema con la fuerza, sea el artículo 155 o con policías y militares. El Gobierno debe hablar con los representantes de Cataluña, con los que están en el poder y con los que están en la oposición. Debe ser mucho más creativo para encontrar puntos en común que lleven a un proceso democrático, pacífico y dentro de las autorizaciones constitucionales. No se puede empezar el diálogo insistiendo en que la otra parte abandone su posición, que la cambie de antemano para empezar a dialogar. El diálogo empieza también cuando las partes reconocen que no pueden ni siquiera acordar sobre qué hablar e invitan a una tercera parte que ambos respetan como neutral, para ayuda técnica y de mediación”.

Golpe de estadio

Golpe de estadio

En esta partida de ajedrez de la palabras hay otras palabras que se mueven paralelas y sin control: las de la animadversión. En Vitez, en el centro de Bosnia, vecinos croatas y bosniacos que llevaban toda la vida juntos, cada uno a un lado de la carretera, que compartían fiestas, bodas y actos familiares, pasaron a un odio profundo, desde hace generaciones, sin apenas darse cuenta. El dibujante francés Plantú resumió el desastre de los Balcanes en una viñeta genial dividida en tres escenas: los que luchan para vengar los muertos de la Primera Guerra Mundial, los que luchan para vengar los de la Segunda y los que se alimentan de los pechos de sus madres para poder vengar los muertos de hoy.

*Este artículo está publicado en el número de noviembre de tintaLibre, a la venta en quioscos. Si eres socio de infoLibre puedes consultar toda la revista haciendo clic aquí.aquí

 

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