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El patíbulo moral

Para el autor, actualmente la moralidad lo está contaminando todo y actúa como un cáncer de la sociedad.

Pablo Malo Ocejo

Estamos viviendo una serie de fenómenos que indican sin lugar a dudas que la moral se ha desbocado, que sufrimos una pandemia de moralidad y que la preocupación por lo moral afecta a todas las esferas de la vida: la universidad, la vida laboral, los medios y las redes sociales. Cuando una empresa como Gillette hace un anuncio contra la masculinidad tóxica para señalar lo virtuosos que son (antiguamente nos contaban que utilizando sus productos nos íbamos a volver irresistiblemente atractivos); cuando los jugadores de fútbol se arrodillan antes de empezar los partidos; cuando los Stones ya no pueden tocar Brown Sugar y Terry Gilliam, de Monty Phyton, no puede hacer una obra de teatro; cuando se tiran estatuas de hace 500 años porque aquellos hombres eran malos…, es muy difícil negar que la moral se nos ha ido de las manos.

El sociólogo alemán Niklas Luhmann concibió una visión global de la sociedad como formada por un conjunto de sistemas (el político, el religioso, el económico, el científico, el artístico, el mediático, el educativo, el familiar, el jurídico…) en la que cada uno de ellos funciona con un código diferente. Haciendo una analogía muy simple, pensemos en la sociedad como en el cuerpo humano con sus diferentes órganos. Cada uno de los sistemas que define Luhmann funciona con un código binario. Por ejemplo, en el sistema económico el código es pago/no pago, en el sistema jurídico sería legalidad/ilegalidad, en el sistema político poder/carencia de poder o en el sistema científico verdadero/falso. Pues bien, lo que estamos viendo es que el código moral (bueno/malo) se ha extendido y ha invadido todos los sistemas. El propio Luhmann ya decía que el código moral, que se deshace en un momento dado de su fundamento en la religión, tiene cierta tendencia a invadir los subsistemas diferenciados multiplicándose como un parásito. Comparando la moral a una infección bacteriana, Luhmann concede que, "como las bacterias en el cuerpo, la moral puede también jugar un papel en los sistemas funcionales". Afirma también Luhmann que uno debería ser muy cauto con la moralidad y “tocarla solo con los instrumentos más estériles y con los guantes puestos porque es una sustancia altamente contagiosa”.

No necesitamos que la teoría de Luhmann sea cierta, simplemente la utilizo como una analogía o un esquema para pensar acerca de lo que está ocurriendo. Y viendo las cosas desde esta perspectiva, creo que podríamos decir que actualmente la moralidad lo está contaminando todo, lo está invadiendo todo y que se comporta como un cáncer que desde uno de los órganos o sistemas del cuerpo está extendiéndose a todos los demás órganos. Las consecuencias de todo esto son que el cuerpo o sociedad va a colapsar. Un organismo necesita que cada órgano cumpla con su trabajo (el riñón filtrar, el corazón bombear la sangre, etc.) y una sociedad necesita que cada sistema cumpla con su función. Si el código bueno/malo lo invade todo, la sociedad -que es el resultado de una comunicación adecuada entre los diferentes sistemas- no va a poder funcionar correctamente.

Va a colapsar la democracia porque si nuestros adversarios no sólo están equivocados sino que son malos -unos fascistas, unos nazis y el demonio-, entonces yo no puedo ni hablar con ellos. Lógicamente, nadie hace tratos con Hitler (y hoy en día cualquier adversario que no piensa como nosotros es Hitler y el demonio, ya no existen personas razonables que piensen de forma diferente). Van a colapsar el arte y la creatividad porque cualquier texto, cualquier canción, puede ofender a alguien. Va a colapsar la ciencia porque la ciencia ya no va a poder dedicarse a buscar la verdad sino que tiene que llegar a las conclusiones morales que ya hemos adoptado previamente. Es lo que se llama falacia moralista. Si nosotros hemos decidido moralmente que no existe el sexo o que no existen diferencias en el cerebro entre hombres y mujeres porque no nos vienen bien -supuestamente- para nuestras ideas sobre la igualdad, la ciencia tendrá que llegar a esas conclusiones fijadas de antemano. Como en los tiempos de Servet o Galileo.

Tribunales morales

Un lugar donde esta hipermoralización es más visible es en las redes sociales. Redes como Twitter se han convertido en auténticos tribunales morales que dictan lo que es bueno y lo que es malo. Si la indignación moral es un fuego, internet y las redes sociales son su gasolina. Los medios digitales explican en buena parte la gran explosión moral que estamos presenciando. En las redes sociales asistimos continuamente a auténticos linchamientos y cazas de brujas, propios de épocas medievales y con un evidente trasfondo moral, contra personas que se salen de la ortodoxia en cuestiones relacionadas con el sexo, la raza, la justicia social o cualquier otro tema.

Laird Waix llama difamación ritual a este tipo de linchamientos. Difamación ritual es la destrucción, o intento de destrucción, de la reputación, estatus o carácter de una persona o grupo de personas por medio de lenguaje o de publicaciones injustas. El elemento central de la difamación es la retaliación por las actitudes, opiniones o creencias, reales o imaginarias, de la víctima con la intención de silenciar o neutralizar su influencia y de que sirva de ejemplo a los demás para evitar que otros muestren una independencia o insensibilidad similar y no observen los tabúes debidos. Es diferente en naturaleza y grado de la crítica o del desacuerdo porque es organizado, agresivo y cuidadosamente aplicado, a menudo por una organización o representante de un grupo con intereses especiales. En una difamación ritual la víctima debe haber violado un tabú concreto de alguna manera, habitualmente por expresar o identificarse con una actitud, opinión o creencia prohibida. No es necesario que haya hecho algo al respecto, basta con que se implique en algún tipo de expresión o comunicación. El método de ataque en una difamación ritual es el asalto al carácter de la víctima y nunca se atacan más que superficialmente sus opiniones o creencias. Lo que se busca es el asesinato de la personalidad, la muerte social de la víctima.

Como decimos, la indignación moral es el combustible en buena medida de las redes sociales. A esta situación hemos llegado por la confluencia de dos fenómenos. Por un lado, los seres humanos somos criaturas morales que necesitamos sentirnos buenos y necesitamos también señalar esa virtud a los demás. Los estudios dicen que la catadura moral está entre las cosas que más valoramos en una persona: si es buena, si es justa, si es digna de confianza es algo más importante que su altura o su atractivo físico. Por tanto, señalamos esas características a los demás para conseguir así una buena pareja o unos buenos socios y amigos. Por otro lado, las redes sociales se han dado cuenta de esta necesidad humana, de que existe esta tecla en nuestra naturaleza y han decidido explotarla. Por ensayo o error, o por casualidad, el caso es que han descubierto que la indignación moral vende, que los tuits con contenido moral se difunden más que los que tratan de otras cosas, que los mensajes que contienen ataques contra el partido contrario se viralizan. Así que, ni cortos ni perezosos, han añadido al diseño de sus plataformas los ingredientes que favorecen la expresión de esta indignación moral. Nos encontramos así con unas redes que tienen un potencial enorme para compartir conocimiento pero las usamos primordialmente para el exhibicionismo moral, para lo que se ha llamado a nivel coloquial postureo moral, término que me parece muy acertado. 

Lo mismo que los pavos reales macho muestran sus vistosas colas para seducir y atraer a las hembras, por medio de nuestros tuits y mensajes nosotros mostramos nuestras creencias y nuestra ideología -nuestras “plumas” o nuestra “cola moral”- a todo el mundo para demostrar lo buenos que somos esperando conseguir así que una atractiva pareja se fije en nosotros y subir también en estatus ante los miembros de nuestro grupo.

Esto es sólo un pequeño vistazo a todo lo que estamos viviendo. Es urgente desmoralizar nuestras sociedades, la moralidad lo está infectando todo y si no hacemos algo para detener esta invasión, el funcionamiento normal de nuestras instituciones se va a ver gravemente afectado. Ya lo está siendo.

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Pablo Malo Ocejo es psiquiatra y experto en Psicología Evolucionista. Acaba de publicar el ensayo ‘os peligros de la moralidad (Deusto).

Este artículo está publicado en el número de diciembre de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.

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