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Scherzo: Multitudes con el móvil

Matteo Salvini, líder de la Lega, en la imagen en enero de este año, es uno de los políticos que mejor maneja la política del selfi con sus seguidores.

Adriana Cavarero

La escena se desarrolla en Teramo, en enero de 2019, y tiene como protagonista a Matteo Salvini, líder del partido de la Lega, ministro del Interior y vicepresidente del gobierno italiano por entonces, que encuentra a la multitud. Pero podría tener como protagonistas a otros líderes políticos italianos o extranjeros, como Luigi Di Maio, Matteo Renzi, Barack Obama, Hillary Clinton, Donald Trump, Vladímir Putin o a tantos otros. O bien podría suceder dondequiera que estuviese un líder político popular, capaz de incrementar el éxito de su propia figura mediática a través de un uso continuo y astuto de las redes sociales.

Sintomáticamente, el partido y la ideología tienen aquí poca importancia. Lo que cuenta es fijar la mirada en la relación improvisada entre la multitud y el líder en los tiempos de la personalización de la política y del smartphone. Demos la palabra al escritor Ivan Carozzi, que en un artículo en Il Post describe así la escena de Teramo definiéndola como ejemplar “de la relación entre poder, masas y tecnología”: “Salvini sale a la calle y encuentra, a derecha y a izquierda, dos hileras de multitudes controladas por un doble cordón de policía. Se trata de personas que están esperando para hacerse un selfi. Salvini está más que preparado, pues la misma escena se repite probablemente por todas partes desde hace ya un tiempo”. Salvini es ya un experto en selfis y se ha convertido en un auténtico maestro de ceremonias. Gesticula y da indicaciones técnicas en voz alta, con desenvuelta decisión; aprovecha la ocasión para hacer una broma sobre la izquierda, y después pide a las personas que están en la fila que preparen sus teléfonos móviles. Dice: “Preparad los móviles”. Después se acerca al primer grupo, indica dónde se tiene que ir una vez se ha disparado la foto y coge a cada uno el teléfono directamente de la mano, con una cierta brutalidad, después encuadra, sonríe y dispara. Llega incluso a irritarse con los que llegan sin el teléfono preparado. Algunos se le acercan y le susurran algo a los oídos. Mientras tanto las fuerzas del orden proceden para que la ceremonia se desarrolle sin incidentes.

El selfi como culminación

En el vídeo del acontecimiento, disponible en YouTube, se ve a una multitud que en cuanto aparece el líder saliendo de un edificio público grita su nombre casi al unísono: ¡Salvini, Salvini! Pero más que celebrar su poder o manifestar un consenso entusiasta, quiere sobre todo llamar su atención. Quiere un buen encuadre para fotografiarlo con los smartphones que está empuñando. Brazos que se levantan con el móvil en mano, simultáneamente, como si fuesen los brazos de un solo cuerpo. Como si en este cuerpo, en cuyas mil extremidades aparecen los teléfonos móviles, se produjese una representación peculiar. Se ven caras, pero más brazos y teléfonos que caras. La multitud excitada se mimetiza en una coreografía, una disposición ordenada y coordinada de los gestos y de los clics de los disparos fotográficos, del todo peculiar, pero también familiar. Como sugiere Carozzi, no hemos llegado aún al momento culminante del acontecimiento. La culminación es el selfi. El líder desciende entre la multitud y, por turnos, poniéndose en posición y gestionando la fila que está esperando, concede a cada uno inmortalizarse con él en una imagen. Las caras tienen una sonrisa más beata que forzada. Una especie de felicidad, una intensa satisfacción, la prueba tangible de una autorrealización. En la escena hay una naturalidad que sobrepasa la artificialidad del medio: como si fuese una ramificación del cuerpo, el medio tecnológico es incorporado en el gesto, naturalizado. También hay, obviamente, apretones de manos, palmadas en el hombro y abrazos, residuo de viejas costumbres de un tiempo pasado, cuando la culminación de la relación entre el líder y la multitud estaba en el hecho de tocar. Pero el hecho de tocar, aunque aún es emocionante, aparece actualmente como aquello que es: transitorio, fugaz y breve, narrable pero no transmisible. La imagen del selfi, en cambio, es para siempre y, difundida por las redes sociales, está inmediatamente por todas partes. Aunque la ceremonia sea colectiva, cada uno obtiene egoístamente alguna cosa para sí mismo, es más, obtiene un sí mismo de forma duradera, compartida en red y por eso mismo hipervisible, en la fotografía que inmortaliza su relación personal —íntima— con el líder.

Tocar al líder es transitorio, fugaz y breve, en cambio la imagen del selfi es para siempre

Prácticamente como si la individualidad narcisista hoy en día fuese, paradójicamente, el elemento estructural de la masa. En efecto, se titubea en llamarla masa, e incluso hay buenos motivos para no llamarla multitud. Más bien se trata de una multitud especial, sorprendentemente coreográfica, emocionalmente sincronizada, compuesta por sujetos narcisistas que enfatizan la individualidad. Una individualidad que se pone al lado de otras, imitando los mismos gestos e incubando los mismos deseos, pero que en el momento del gozo, de la celebración de la relación del sí mismo con el líder, permanece aislada e inconexa, concentrada toda ella en el acto de autoinmortalizarse. Se titubea también en cualificarla como multitud genuinamente política porque la modalidad de su comportamiento, más allá de las pasiones políticas que puedan agitarla, no nace en lo más mínimo de un ámbito político, sino que sigue, como se sabe, el modelo de la relación de los fans con las celebridades del mundo del espectáculo, de la televisión, del cine y de la música pop. En la época de la política personalizada y de los social media, es decir, en la época de la espectacularización continua de la política, el líder político es, antes que nada, una celebrity. Sabe que, incluso cuando camina por la calle, el pueblo del selfi está al acecho. Un pueblo vario y difuso, transnacional y transgeneracional. De gente mayor y de jóvenes, y también de hombres y mujeres, cada uno por sí mismo y aún así todos iguales porque tienen en común el mismo deseo y el mismo derecho: el derecho al selfi. La llamada sociedad horizontal creada por los social media, intolerante con todas las jerarquías, las elimina enfatizando la relación personal con el líder, el cual es capturado horizontalmente en una foto de pareja, mejor aún, en innumerables fotos de pareja reiterativas pero individualizadas.

El individuo en la vitrina

Teniendo en consideración que el concepto de narcisismo es demasiado genérico para definir la peculiaridad del fenómeno, el lenguaje sociológico propone el término vitrinización. Empujado por el deseo de aparecer en una imagen potencialmente visible en el mundo entero, o bien por reservar para sí mismo aquella visibilidad en red que es sinónimo de existencia, el individuo se mete en una vitrina y aumenta la visibilidad de esta vitrina precisamente inmortalizándose junto a personajes célebres que gozan de una tasa alta de vitrinización. Por su parte, el líder político que consiente con agrado los selfis como un elemento obvio de su auto promoción, generalmente es un experto filmando vídeos en esta modalidad, que se cuelgan después en las redes para comunicarse con sus seguidores cara a cara, por decirlo de algún modo. La relación principal entre el líder y la multitud sucede sustancialmente en la forma directa e individualizante del selfi. Una relación vitrinizada que requiere conexión pero no implica relación. Lo que sí que cuenta es la imagen, todo lo demás está en un segundo plano y conspira para su obtención. La imagen es lo inauténtico que decide sobre la realidad dela situación. Barack Obama, en octubre de 2017, durante un encuentro público en Chicago, comunicó que, contrariamente a sus hábitos, no se prestaría más a la liturgia del selfi. “Las personas que encuentro ya no me miran a los ojos” —se justificaba— y “se acercan a mí solamente así”, añadió, imitando el gesto del móvil manejado para la autofoto. Quien concentra toda su atención en el manejo de la cámara del smartphone bloquea su capacidad de conversar con los otros, de reconocerlos y escucharlos, concluyó el expresidente de los Estados Unidos, y sobre todo “contribuye a crear algo que lo separa de los otros en lugar de profundizar la relación con ellos”. El argumento es convincente y, en cierto sentido,capta perfectamente el meollo del asunto. Las multitudes del selfi son multitudes individualistas en alto grado y estructuralmente inconexas.El estar juntos en un mismo espacio no se traduce como una forma de relación y, aún menos, como una experiencia de la pluralidad.Precisamente el énfasis narcisista sobre el sí mismo que la caracteriza hace que estas multitudes no se traduzcan ni siquiera en una masa indistinta y de fusión, incluso si los gestos iguales y sincrónicos que realizan parecen sugerirlo.

En la época de la política personalizada y de los social media, es decir, en la época de la espectacularización continua de la política, el líder político es, antes que nada, una celebrity

Se trata, plausiblemente, de un interesante ejemplo de intimidad pública, o bien de una subjetividad replegada hacia sí misma, concentrada en documentar una relación íntima y personal con el líder, vitrinizándolo en público. Se puede encontrar en las redes una fotografía emblemática, y también muy extraña e inquietante, tomada durante la campaña electoral de Hillary Clinton en septiembre de 2016. Estamos en Florida y Hillary Clinton, sonriente, entra en la sala y, una vez sobre la tarima, levanta el brazo para saludar a sus numerosos seguidores, de los que la separa una barandilla para contener a la multitud. Esta se encuentra formada en su mayoría por mujeres jóvenes que, simultáneamente, dan la espalda a Hillary Clinton y levantan los smartphones para disparar un selfi que las retrate con ella. Técnicamente es la barandilla de separación la que impide a sus simpatizantes acercarse a la candidata para disparar un selfi en la modalidad apropiada. Pero la genial solución de darle la espalda para poder salir ellas mismas con ella en la misma autofoto resuelve el problema. Hillary Clinton lo aprecia, evidentemente, porque llegado el momento se pone de espaldas al público y blandiendo el móvil dispara también ella misma su selfi.

La novedad tecnológica introducida por los selfis da una nueva configuración a la multitud neopopulista en su relación con el líder, exacerbando su carácter individualista

La escena es verdaderamente desconcertante porque no solo contradice la típica relación de contigüidad corpórea requerida por quien se hace un selfi con otra persona, sino porque invierte, niega y rechaza la típica relación cara a cara de la multitud con el líder. El pueblo del selfi, en este caso, es un pueblo que da la espalda al líder, más concretamente, le muestra la espalda multiplicando por dos, de manera plástica, la ausencia de relación. El líder, a su vez, imita y reitera el gesto. Lo que ocurre en primer plano con esta multitud, incluso visualmente, por no decir dramáticamente, es el deseo de inmortalizar una relación imaginaria de intimidad pública con el líder, es decir, una relación que, si bien es desmentida por la posición de dar la espalda,adquiere forma y duración —se podría decir: realidad y sustancia— en esta fotografía que el gesto simultáneo y sincronizado de individualidades narcisistas, excitadas por la vitrinización, ha concebido al disparar. Más que dramática, como podría parecerle a quien viese la escena desde fuera, la situación es bastante alegre y divertida. Incluso en esta versión, donde la multitud da la espalda y obliga al líder a saludar a las espaldas mismas, la liturgia de los selfis es una ceremonia festiva.

El juego de los espejos

Si es verdad, como dice Ivan Carozzi, que el fenómeno del selfi con el líder político revela muchos aspectos de la relación actual “entre poder, masas y tecnología”, también es verdad que el sujeto colectivo aglomerado en la escena descrita más arriba, más que a una masa se parece a una multitud altamente individualizada y al mismo tiempo perfectamente mimética en su gesto sincrónico de vitrinizarse. Es cierto que no se trata de una pluralidad. Prueba de esto es el hecho de que el mismo acto de participar —si queremos utilizar aún este verbo—, ya despojado de su carácter de relación interactiva, soporta incluso la postura de espaldas, la interrupción de cualquier contacto visual cara acara, sustituido por el dispositivo personal de la pantalla que refleja y confecciona, materializa e inmortaliza, la relación de intimidad pública de cada uno con el líder. Por otra parte, no es casual que la multitud del selfi tenga su particular y distinta fonosfera, caracterizada por el sonido de los clic que dan ritmo al ruido compuesto por voces, llamadas y comentarios, chillidos de alegría y risitas. Obviamente no se trata de una armonía, pero tampoco de una cacofonía y,aún menos, de una plurifonía. Más bien se trata del barullo sonoro y festivo de una excitación general e individual, una especie de frenesí muy intenso y sin embargo breve: porque el líder, poco después, se va inexorablemente y la multitud se dispersa. O bien se desplaza velozmente para disparar un selfi con otro personaje público famoso que ha aparecido al mismo tiempo. Muchas veces son los chillidos de excitación de los primeros que han visto al nuevo personaje los que funcionan como señal acústica. Como la pista sonora de un recorrido de vitrinización a seguir, el griterío de alerta de los primeros avistadores señala al pueblo de los selfis el advenimiento de una nueva ocasión para inmortalizar al sí mismo con una ulterior pareja célebre. Para las individualidades narcisistas se abre de nuevo el juego de los espejos.Por otra parte, es evidente que el protagonista de todo el asunto es el ojo, con sus juegos espectaculares, y no el oído. Hay incluso una coreografía luminosa muy peculiar, una danza móvil y coordinada de luces en la alineación de las pequeñas pantallas que se encienden.

Está muy difundida la opinión de que los social media alimentan e incrementan el fenómeno populista y de que son el signo verdadero de la época. La novedad tecnológica introducida por los selfis da una nueva configuración a la multitud neopopulista en su relación con el líder, exacerbando su carácter individualista. El contexto incluso se podría definir por su notable efecto de democratización, ya que cada uno libremente configura, confecciona y toma la imagen de su intimidad pública con el líder y la difunde en las redes. En otros términos, con esta gestión autónoma y, para decirlo de algún modo, creativa, concedida horizontalmente a todos, de la imagen y de su difusión, cada uno comunica con una platea potencialmente intensa, sustituyendo de este modo el poder de los medios de comunicación tradicionales, controlados por una élite de expertos manipuladores. Hacer un selfie y colgarlo en las redes es técnicamente fácil, está al alcance de todos. Es la apoteosis democrática del hágalo usted mismo, sin intromisiones y sin intermediarios. La autocelebración en red, la vitrinización del sí mismo respecto a los innumerables otros, como quizás señalaría Arendt, evidentemente ha suplantado la pasión de destacar entre los otros. Y el nuevo dispositivo finalmente le ha dado al pueblo de las caras una forma de publicar su felicidad privada.

*Adriana Cavarero (Bra, Italia, 1947) es catedrática de Filosofía Política en la Universidad de Verona y ha sido profesora visitante en Berkeley y Harvard. Este es un extracto de su ensayo ‘Democracia surgente’ que publica este mes la editorial Herder.

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