Más allá de 'Tiempo de silencio'

El escritor y psiquiatra en compañía de su mujer, Rocío Laffón,  fallecida en 1963, un año antes de su trágica muerte en un accidente de tráfico

Domingo Ródenas de Moya

El lector que se acerque por primera vez a una novela como Tiempo de silencio en pleno siglo XXI es posible que sienta una sacudida moral y estética que lo absorba sin remedio en la enigmática y compleja trama de una gran novela.

Quizá incluso deba revisar las fechas en las que habita para comprobar que en este 2024 conmemoramos el centenario del nacimiento de su autor, Luis Martín-Santos, pero también los sesenta años de su muerte el 21 de enero de 1964 a causa de una hemorragia no detectada tras sufrir un accidente de tráfico cerca de Vitoria.

Tiempo de silencio la había publicado en 1962 el editor literario incontestable del momento, Carlos Barral, a quien conocía desde que coincidieron en el verano de 1950 en la Universidad de Heidelberg. Sabía Barral sin ningún género de dudas que se trataba de una obra formal y estilísticamente revolucionaria, además de una obra maestra.

En aquel comienzo del año 1964, el escritor ya había entregado a Barral otro libro, su ensayo Libertad, temporalidad y transferencia en el psicoanálisis existencial, que aparecía póstumamente con un prólogo de Carlos Castilla del Pino, amigo suyo desde que en 1947 coincidieran en el Hospital Provincial de San Carlos.

Barral estaba al corriente, además, de otros proyectos de Martín-Santos, como la novela en marcha Tiempo de destrucción y un posible volumen de cuentos. De ahí que, al conocer el fallecimiento del escritor, se apresurara a encarecer a sus amigos donostiarras, a José Ramón Recalde por teléfono y a Vicente Urcola por carta, que actuaran para “salvar lo que se pueda de su trabajo de escritor”. Quería preservar “cualquier clase de papeles, notas, esbozos, correspondencia” con el fin de “intentar la reconstrucción de las obras o partes de obras que deben estar en estado magmático”.

Así le decía Barral a Urcola en una carta que enumeraba la obra inédita de la que él tenía noticia a través del propio Martín-Santos. A saber: una novela “inmediatamente anterior a Tiempo de silencio, probablemente titulada El saco”, que el escritor “estaba dispuesto a publicar con ciertos retoques”, un “libro de apólogos”, una novela muy ambiciosa “sobre la mentalidad social católica española” de la que había redactado más de la mitad y, por último, otra novela iniciada en 1962 de la que no tenía más datos.

Pero esa labor de exhumación permitirá también apreciar facetas creativas conocidas solo a medias, como la de narrador breve y otras de las que se tenía escasa o nula noticia, como su poesía su teatro o sus textos ensayísticos

Tras escribirle a Urcola, Recalde informó a Barral por teléfono de que una parte de los manuscritos estaban en poder de la vieja amiga –y entonces pareja sentimental de Martín-Santos– Josefa Rezola. Todo esto ocurrió en la semana siguiente al fatal accidente.

Desde entonces la suerte de ese material ha sido diversa. Uno de sus últimos relatos —el último casi sin duda—, Condenada belleza del mundo, se publicó en dos entregas en diciembre de 1965 y enero del año siguiente en la revista de cine Griffith y, ya en 1986, en el número inaugural de la nueva época de la revista El Urogallo. El original se lo había regalado Martín-Santos a Mario Camus.

Los apólogos no se publicaron sino parcialmente en 1970, cuando aparecieron 37 de ellos en un volumen misceláneo que estuvo al cuidado de Salvador Clotas y que los juntaba con artículos y otros materiales. Por otro lado, las dos novelas en marcha resultaron ser una sola, Tiempo de destrucción, que apareció en enero de 1975 editada con óptima pulcritud filológica por José-Carlos Mainer, quien secuenció y dio coherencia al magma textual conservado.

El saco permaneció en el archivo familiar, como tantos otros papeles, hasta que Rocío y Luis Martín-Santos, los hijos del escritor, han podido ocuparse de abrir cajas y carpetas, examinar su contenido y dar orden al legado literario hasta ahora silencioso de su padre, una tarea que no ha concluido por completo.

Aun así, la obra invisible del escritor es caudalosa y su publicación, integrada en el conjunto de la obra visible, permitirá conocer la larga etapa formativa de Martín-Santos desde sus veinte años para entender mejor las raíces de la empresa literaria de la que surgieron los dos Tiempos.

Pero esa labor de exhumación permitirá también apreciar facetas creativas conocidas solo a medias, como la de narrador breve, en toda su extensión temporal y versatilidad de registros, y otras de las que se tenía escasa o nula noticia, como su poesía (tan solo conocíamos su libro Grana gris, de 1945), su teatro o sus textos ensayísticos.

No se equivocaba Barral al mencionar expresamente El saco. Existía la novela, que Martín-Santos había escrito entre septiembre de 1954 y mayo de 1955, como consta en la datación final del mecanoscrito. De la voluntad de publicarla con algunas correcciones tuvo que hablarle el escritor, así como, seguramente, del sombrío argumento que transcurre íntegramente en la atmósfera de pesadilla kafkiana de un penal donde la autoridad suprema del alcaide (el Saco) se expresa a través de la violencia que reprimen y administran sus funcionarios.

La división del universo carcelario entre reclusos y carceleros es insalvable, no hay zona ambigua alrededor de la frontera entre unos y otros, no cabe franquear esa línea de alta tensión; quien no lo entiende, sucumbe. En el tremebundo desarrollo de la trama se expulsa toda vislumbre de esperanza, toda remota posibilidad de redención: no hay más ley que el castigo y toda acción deviene fallida e inútil.

Crónica privada de un Congreso maldito

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El relato prefigura con tintes de duro expresionismo el tema más hondo de Tiempo de silencio, y adelanta la derrota indefectible de Pedro, el joven médico de la novela. El centro en torno al que pivotan ambas

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*Domingo Ródenas de Moya dirige la edición de la ‘Obra completa de Luis Martín-Santos’ que promueve Galaxia Gutenberg

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