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Viaje a la Segunda Guerra Mundial por los túneles de Gibraltar

Una guía explica las características de los túneles.

José Antequera

El peñón de Gibraltar es conocido por sus monos, por el inglés con acento andaluz de los llanitos, por el tabaco de contrabando que sale de allí y por el agrio contencioso que enfrenta a España con el Reino Unido desde la firma del Tratado de Utrecht, allá por 1713. Pero pocos saben que entre 1940 y 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, se excavó una ciudad subterránea para defender la Roca de un inminente ataque del Ejército nazi, 52 kilómetros de galerías y corredores que actualmente se distribuyen por las entrañas de todo el Peñón. La fortaleza tenía capacidad para más de 30.000 personas y en ella había depósitos de agua, enormes tanques de combustible, barracones para los soldados, líneas telefónicas, generadores de electricidad, arsenales, panaderías, carnicerías e incluso hospitales.

Cuenta la historia que Hitler soñaba con invadir Inglaterra algún día utilizando el peñón de Gibraltar como rampa de lanzamiento para sus temibles aviones. A finales de los años treinta, Londres temía que el dictador alemán tuviera planes bastante adelantados para llevar a cabo un bombardeo masivo con desembarco de tropas en el Peñón. Así que en 1938, cuando el mundo se preparaba para el peor conflicto armado de todos los tiempos, los británicos recurrieron a un ambicioso plan: diseñar un gran refugio bajo tierra, un intrincado complejo de túneles capaz de proteger de las bombas a miles de gibraltareños.

Finalmente, tal como se preveía, estalló la guerra y la fortaleza subterránea no pudo ser terminada a tiempo, de modo que el Gobierno de Londres tomó la decisión de evacuar lo antes posible a la población civil. Unos 16.700 gibraltareños fueron evacuados a Casablanca, en el protectorado francés de Marruecos, y de ahí trasladados a Londres (12.000); a Madeira y Jamaica (3.000) y el resto a Tánger y España. Tan sólo unos cuantos valientes decidieron quedarse en el Peñón. Los túneles fueron construyéndose paulatinamente y poco a poco se llenaron de soldados, un verdadero acuartelamiento militar, el primer bastión con el que los ingleses trataban de frenar la temida invasión supuestamente planeada por Hitler. Las toneladas de tierra que se iban extrayendo a diario del interior del Peñón eran arrojadas al mar o se aprovechaban como material para construir la pista de aterrizaje, que sería clave para que las tropas aliadas llevaran a cabo la ofensiva posterior en el norte de África. El poder geoestratégico que históricamente se había atribuido a Gibraltar resultaba ahora más decisivo que nunca y algunos creyeron ver en el Peñón algo así como el mayor portaaviones de la Royal Navy en primera línea de combate.

Una atracción turística

Hoy en día, este inmenso complejo de túneles bajo tierra ha quedado como testimonio de la historia y como atracción visitada por muchos turistas al año. Numerosas estancias y galerías se mantienen intactas, tal como quedaron cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, y adentrarse en ellas es como colarse en una máquina del tiempo que lo transporta a uno a aquellos años convulsos. “Pocos habitantes de la Roca saben que el peñón de Gibraltar está horadado como un queso de Gruyère, desconocen la gran historia que albergan estos túneles que fueron decisivos para que los aliados pudieran ganar la guerra”, asegura Sandy, una de las guías turísticas del complejo militar.

Nada más entrar en la ciudad subterránea, que se ha convertido en una especie de museo donde el visitante se sorprende con el realismo de los maniquíes vestidos como soldados y enfermeras de época, nos encontramos con una exposición de fotografías en blanco y negro. La mayoría de los personajes que aparecen en las fotos son actores, ya que las instantáneas fueron pensadas por el alto mando británico como propaganda de guerra para levantar la moral de la tropa. Pero son un buen documento gráfico. En ellas vemos trabajadores perforando galerías, reuniones de oficiales y soldados, personajes y políticos célebres visitando el Peñón y médicos y enfermeras atendiendo a los heridos. Ahí están De Gaulle, Churchill y Eisenhower posando con solemnidad tras una visita oficial. Y una foto que llama poderosamente la atención: la que se hizo al entonces presidente del Gobierno polaco, el general Wladyslaw Sikorski, poco antes de perder la vida en un extraño accidente aéreo en 1943, tras una escala técnica en Gibraltar. Se sabe que el avión británico que lo trasladaba junto a su hija Sofia, líder de la resistencia polaca, se precipitó en picado contra el mar, desatando todo tipo de bulos conspiranoicos y dando origen a uno de los grandes misterios de la Segunda Guerra Mundial. Para los británicos, el siniestro se debió a un accidente probablemente causado por un error del piloto; para los polacos fue un sabotaje en el que se vieron implicados espías rusos e ingleses, ya que el polémico Sikorski pasaba por ser un hombre incómodo para la frágil alianza que Stalin y Churchill habían tejido contra Hitler. El general polaco era una piedra en el zapato de las grandes potencias europeas, ya que soñaba con la unión de Polonia y Checoslovaquia bajo un mismo Estado federal, al tiempo que exigía la apertura de una investigación por la matanza del bosque de Katyn, donde al menos 21.768 ciudadanos polacos –la élite intelectual, militar y política del país– fueron asesinados por los soviéticos entre abril y mayo de 1940. Los nazis airearon la masacre, los aliados la silenciaron y Stalin la negó siempre.

En medio de aquel tenso escenario despegó de Gibraltar el avión que debía trasladar a Londres a Sikorski y que se estrelló contra el mar segundos después de iniciar el vuelo. La suerte que corrió la hija del mandatario polaco también supone todo un misterio: los ingleses la dieron por desaparecida en aguas del Estrecho. Sin embargo, los polacos aún creen que la muchacha fue rescatada por los alemanes, que se la llevaron posteriormente a Hitler quien, según cuenta la leyenda, estaba profundamente enamorado de ella. Tampoco falta quien cree que la joven terminó sus días en un campo de concentración soviético. Con todo, la principal hipótesis es que el accidente se debió a un error humano.

Provistos de linternas, seguimos avanzando por los túneles del tiempo. Cada vez hace más frío y humedad. Parece imposible que allí dentro pudieran vivir, como topos sin ver la luz del sol, más de 20.000 personas. A través del techo se filtran incesantes gotas de agua que caen impertinentes sobre la cara del visitante. Los británicos intentaron sellar las grietas con cemento, sin duda un grave error, ya que esa obra impidió que el agua saliera al exterior y estuvo a punto de hacer reventar el Peñón a causa de la presión en el subsuelo. Suerte que un ingeniero detectó el fallo a tiempo, alertó a los militares y se ordenó la construcción de numerosos sumideros para aliviar las tensiones de la tierra.

Los túneles de Gibraltar son tan espaciosos que en su interior había sitio para enormes tanques de gasolina de hasta 250.000 litros cada uno, un arsenal, amplios comedores, decenas de habitaciones en las que se apilaban las literas, una morgue y hasta hospitales de campaña, adonde llegaban los soldados heridos en el frente de África. Todo sigue siendo propiedad del Ejército y en algunas galerías, que aún hoy se mantienen sumidas en la más completa oscuridad y prácticamente sin explorar, ni siquiera los guías turísticos se atreven a entrar por miedo a perderse en ellas, a quedar sepultados por súbitos desprendimientos de tierra o a ser detenidos y acusados por los militares de intromisión en área restringida.

Los túneles de Gibraltar albergaron dos importantes cuarteles que fueron decisivos durante la guerra −el del general Eisenhower y el del mariscal Montgomery− donde se llevaron a cabo los preparativos para la Operación Torch: la invasión de los aliados en el norte de África iniciada el 8 de noviembre de 1942. Veinte ingenieros diseñaron el complejo de túneles y 5.000 obreros (200 de ellos canadienses), provistos de picos mecánicos con punta de diamante, perforaron centímetro a centímetro la roca de piedra jurásica calcárea. El horario laboral era de lunes a domingo y los trabajadores se distribuían la tarea en turnos de 16 horas diarias. Ocho horas de pico y pala y otras ocho cambiando cajas de comida de lugar para que el agua filtrada a través de la roca no terminara corrompiendo los alimentos. En aquella ciudad oscura se daba el callo mañana, tarde y noche. Décadas después, obreros que han vuelto para visitar el lugar donde trabajaron duramente durante largos años recuerdan el infierno que soportaron allí abajo. La mayoría sufría condiciones laborales durísimas, eran considerados como auténticos esclavos, hasta el punto de que muchos de ellos se dejaron la vida en la construcción del complejo subterráneo. Según los informes del Gobierno británico, hasta un millar de obreros perecieron en el inframundo gibraltareño. “Vivíamos peor que en una cárcel”, aseguró uno de los supervivientes cuando visitó los túneles, ya como turista, años después. “Habría que hacerle un monumento a todas estas personas que vivieron aquí en condiciones extremas. Sólo ellos saben lo que sufrieron y les debemos mucho en Gibraltar”, explica la guía turística.

Bombardeo de Mussolini

En la ciudad bajo tierra del Peñón llegaron a vivir 16.000 soldados, 5.000 trabajadores, 300 enfermeras y 20 ingenieros. Estos idearon una eficaz red hidráulica formada por dos canales principales, uno de agua salada y otro para el agua de lluvia, que abastecían a todo el acuartelamiento. Los habitantes de los túneles tenían derecho a un vaso de agua al día (medio vaso en época de sequía). Las duchas estaban restringidas: sólo dos al mes por cada trabajador. El olor corporal era otro inconveniente de vivir como hombres de las cavernas.

Tras media hora de caminata por entre las laberínticas y sinuosas galerías llegamos a uno de los hospitales. Estamos en el túnel de Willis Road. Personal médico y hasta 300 enfermeras trabajaban aquí en el cuidado de los pacientes y heridos que llegaban del frente. Maniquíes de extraordinario realismo, soldados y enfermeras de rostros casi humanos, parecen cobrar vida, como queriendo contar las penalidades de la época y los secretos mejor guardados de la ciudad subterránea. Las enfermeras tenían su propia galería de habitaciones, independiente de los hombres, y un vigilante tenía que acompañarlas cuando querían salir al baño por la noche. Así se evitaban las violaciones. Vivir en los túneles de Gibraltar no sólo era peligroso por el riesgo de desprendimiento, la humedad o la falta de luz, también por la ferocidad de muchos hombres embrutecidos por la guerra.

Los túneles fueron construidos en un tiempo récord, lo cual no evitó que Mussolini quisiera acabar con ellos. Sobre las tres de la madrugada del sábado 12 de julio de 1941, un bombardero Savoia-Marchetti soltó tres bombas de gran tonelaje, pero ninguna de ellas cayó sobre Gibraltar, sino por error en La Línea de la Concepción. Hubo al menos cinco muertos y decenas de heridos. Las autoridades españolas protestaron por aquello y tras la guerra se acordó una indemnización de 250.000 dólares por los daños causados a personas y bienes, un dinero que Italia nunca desembolsó, ya que se compensó con la deuda que Franco había contraído con Mussolini por la ayuda que el Duce prestó durante la Guerra Civil. Hitler, por su parte, también se dirigió al dictador español para que le ayudara a bombardear el Peñón, aunque finalmente Franco decidió no entrar en ese lío. Un año antes, el 24 de septiembre de 1940, 83 bombarderos franceses habían sobrevolado el cielo de Gibraltar, descargando una lluvia de bombas. Era la reacción obligada del mariscal Pétain tras el ataque ordenado por Churchill sobre el puerto argelino de Mers el-Kebir, donde murieron 1.300 marineros franceses y que supuso el fin de la neutralidad de la Francia de Vichy ocupada por los nazis.

Estos movimientos pusieron en alerta a los británicos, que desplegaron la llamada Operación Tracer. Un capitán, cuatro soldados y un par de médicos recibieron la difícil misión de subirse a una atalaya fortificada en la cima del Peñón y vigilar día y noche a los barcos alemanes que merodeaban por las aguas del estrecho de Gibraltar. Sólo esas siete personas conocían la existencia de la Operación Tracer, que fue clave para la guerraOperación Tracer. “Tenían la orden de estar allí seis meses, pero cuentan que se olvidaron de ellos y al final estuvieron nueve”, asegura Sandy. Subiendo allí arriba, a la cima convertida en puesto de vigía, no cuesta demasiado trabajo imaginarse a los soldados oteando solitariamente el horizonte azul, mientras los monos se les acercaban para curiosear. Macacos y gibraltareños siempre han estado muy unidos. Cuenta la leyenda que si estos animales desaparecen algún día de Gibraltar, también lo harán los británicos, razón por la cual durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el número de monos disminuyó de modo preocupante, Winston Churchill ordenó trasladar nuevos ejemplares desde el norte de África.

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Caminando por la intrincada red de cuevas y pasadizos, cada uno de los cuales lleva el nombre de una calle, llegamos a lo que se conoce como sala de importación y comedor, donde se almacenaban alimentos, ropa y munición para seis meses. La cocina aledaña fue convertida en discoteca en los años ochenta del siglo XX. Pero el propietario se arruinó y terminó cerrándola ante la presión de la policía y los vecinos. Demasiado ruido, suciedad y gamberrismo. Curioso contraste pensar en decenas de turistas embriagándose y bailando en calurosas noches de fiesta en el mismo lugar donde, 40 años antes, los soldados heridos en la Segunda Guerra Mundial agonizaban o se curaban de sus heridas. Pasado y presente fundiéndose en una especie de macabro entrelazamiento temporal. Una broma surrealista de esa auténtica máquina del tiempo que son los túneles de Gibraltar.

*José Antequeraes periodista y escritor. Este artículo está publicado en el número de verano deJosé Antequera tintaLibre, a la venta en quioscos y a través de la App. Puedes consultar toda la revista haciendo clic aquí. aquí

 

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