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Draghi y Letta, los mandarines italianos que marcarán la hoja de ruta de la UE

Archivo - Mario Draghi, en una foto de archivo

La Unión Europea de la segunda mitad de la década será distinta. Las elecciones se toman como un parteaguas, pero los cimientos del cambio ya están puestos. Será una Unión más centrada en la seguridad, más dura con la inmigración irregular pero que tratará de abrir más resquicios a la regular porque la necesita como agua de mayo y sobre todo centrada en tres aspectos: competitividad, proteccionismo y reindustrialización, militar incluida.

Las bases teóricas de ese giro, provocado por la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania con su correlato de crisis energética e inflacionaria, por el giro proteccionista estadounidense o, de ganar Donald Trump, incluso rival y aislacionista, y por una China que es cada vez más rival geopolítico (ver su papel en Rusia) que socio comercial (a pesar de las resistencias de Alemania), las ponen dos italianos, Enrico Letta y Mario Draghi.

Encargados por la Comisión Europea para elaborar dos informes, respectivamente sobre cómo reforzar y mejorar el Mercado Interior y sobre cómo aumentar la competitividad de la industria europea, Letta y Draghi, dos ex primer ministros con un pasado político y un currículum apabullante, dos de esos “hombres de la reserva de la República”, como gusta decir a los italianos, dos tipos que sonaron y suenan para altos cargos europeos, volaron solos, hicieron poco caso al encargo tal y como había sido hecho y consultaron mucho. Sus informes (el de Draghi aún no es público, pero él mismo contó en una conferencia en La Hulpe, cerca de Bruselas, sus líneas maestras) son lectura obligatoria para el alto funcionariado europeo y para los gobiernos. Porque esos textos son la hoja de ruta de la próxima legislatura europea.

¿Qué dicen esos textos y qué podemos inferir de ellos para saber por dónde iremos en los próximos años? Ambos buscan cómo relanzar un proyecto que temen que, debido a rencillas nacionales o al auge de la extrema derecha, se vaya frenando hasta pararse. Quieren evitar aquella euroesclerosis de la que sólo el impulso de la Comisión Delors consiguió salir. Temen que dinámicas nacionales o de pequeños grupos de países hagan que Bruselas pierda peso y eso gripe el motor común. Letta, que fue la primera persona a la que oímos aquello de que en Europa hay países pequeños y países que todavía no saben que son pequeños, y Draghi, el hombre que contó que el euro es como un abejorro (“todas las leyes de la física dicen que el abejorro –el euro– no puede volar. Y sin embargo, vuela”) saben que la Unión es como un ciclista: o pedalea o se cae. 

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Los informes dicen que la Unión Europea debe ganar peso porque de lo contrario Estados Unidos y China se la comerán viva. Eso significa reindustrializar para reducir dependencias de terceros países y, de paso, para crear masivamente empleo industrial, que en las últimas décadas se ha ido perdiendo en aras de una globalización que dejó a Europa sin producir ni un gramo de paracetamol, como advirtió Josep Borrell al inicio de la pandemia. Significa generar campeones industriales a imagen de Airbus, fusión de varias aeronáuticas europeas que ahora gana a Boeing. Y hacer lo mismo con la industria de Defensa, porque no se trata de la Europa de la Defensa y mucho menos de unas Fuerzas Armadas de Europa, sino más bien de la “Europa de las armas”, de recuperar una capacidad industrial militar que los países europeos tuvieron hasta el final de la Guerra Fría pero que fueron perdiendo.

Draghi, que en el difícil encaje de renovar a los altos cargos comunitarios podría aparecer, Macron mediante, como el sustituto de Von der Leyen, dice que hay que pisar el acelerador a fondo, que no hay tiempo que perder.

Draghi escribió que la respuesta europea a las crisis de los últimos años “ha sido limitada porque nuestra organización, toma de decisiones y financiación se diseñaron para el mundo de antes –antes del Covid-19, antes de Ucrania, antes de la conflagración en Oriente Próximo, antes del retorno de la rivalidad entre las grandes potencias–. "Pero necesitamos una Unión que esté a la altura del mundo de hoy y de mañana. Y por eso lo que propongo es un cambio radical, porque un cambio radical es necesario”.

Draghi reconoce los errores de la salida de la crisis financiera de 2008: “Seguimos una estrategia deliberada de reducción de los costes salariales en relación con los demás y, al combinarla con una política fiscal procíclica, el efecto neto fue únicamente debilitar nuestra propia demanda interna y socavar nuestro modelo social”.

Europa fue ingenua, piensa el italiano: “En un entorno internacional benigno, confiábamos en la igualdad de condiciones y en un orden internacional basado en reglas, esperando que los demás hicieran lo mismo. Pero hoy el mundo está cambiando rápidamente nos ha cogido por sorpresa”. Dice también que otras regiones “ya no siguen las reglas del juego y están desarrollando activamente política para reforzar su posición competitiva”, y ahí entra también Estados Unidos, no solo China. Draghi recuerda que de las primeras 50 empresas de tecnología del planeta, sólo cuatro son europeas.

Letta por su parte diagnostica problemas antes de buscarle soluciones. Cuenta en su informe que sólo el 17% de las pymes del bloque aprovechan el mercado interno. Y sólo 3 millones de los 447 millones de europeos trabaja en un país diferente al suyo. Constata que en tres sectores importantísimos no hay mercado interior de hecho, como son la energía, las telecomunicaciones o los mercados financieros. Y le pone números: un operador telecom chino tiene de media 467 millones de clientes. Uno estadounidense tiene 107 millones. Un europeo cinco millones. Más de 100 operadores telecom en 27 mercados, imposible tener gigantes con capacidad industrial y financiera para competir a nivel mundial.

La industria de la Defensa es también en buena parte nacional. Y los europeos gastan mucho, pero gastan mal. Letta pone números. El 80% de las compras militares hechas para ayudar a Ucrania se hacen fuera de Europa, principalmente a Estados Unidos, pero también a países como Corea del Sur o Turquía. Se gasta el dinero del contribuyente europeo en industrias que generan riqueza, empleo y contribuciones fiscales fuera de Europa. ¿De dónde sacar dinero para alimentar a la industria militar, la transición ecológica o la digital? En parte de una nueva fuente, del ahorro privado europeo que termina invertido en Estados Unidos, unos 300.000 millones de euros al año, según los números de Letta.

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Letta va más a las soluciones prácticas, pero pensadas a medio y largo plazo. Y pide dinero. El ex primer ministro italiano asegura que harán falta fondos públicos a nivel europeo para nivelar la diferente capacidad presupuestaria que tienen los Estados miembro de ayudar a la industria privada. Si por ejemplo la industria alemana cuenta con unas ayudas públicas que la española no puede tener porque las cuentas no dan para eso, las españolas competirán con una mano en la espalda.

Letta, que contó a los jefes de Gobierno en abril que mientras el PIB per cápita estadounidense creció un 60% en los últimos 30 años, el de la UE lo hizo un 30%, cree que la solución es profundizar en el mercado único para borrarle imperfecciones, porque se diseñó en los años 80 y ya empieza a estar obsoleto. Pide eliminar las barreras que quedan a la libre circulación de mercancías, capitales, servicios y personas, crear leyes comerciales europeas aplicables a los 27, en lugar de 27 códigos de comercio diferentes como ahora, e innovaciones como una bolsa europea para empresas tecnológicas, donde puedan obtener financiación a mayor escala que en las actuales bolsas nacionales.

A sabiendas de que más deuda común para que necesidad de fondos genera reticencias en algunos gobiernos, Letta tira por la mediana: “una fórmula de contribución a las ayudas estatales que obligue a los Estados a destinar parte de los fondos nacionales a financiar iniciativas paneuropeas”.

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