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Agatha Christie, el disfrute adolescente de Juan José Téllez: “Con el arte nos volvemos un poco pijos”

El periodista Juan José Téllez en los cursos de verano de la UPO en Carmona.

La literatura, el periodismo y la música. Son tres disciplinas que se unen de forma inseparable en la obra de Juan José Téllez (Algeciras, 1958). Allí donde haya un bolígrafo o una pluma o el teclado de un ordenador, el escritor andaluz tiene la capacidad para unir la guitarra de Paco de Lucía, el cerebro privilegiado de María Zambrano o las coplas de Carlos Cano sobre las líneas de una hoja en blanco. En sus escritos hay desde libros de poemas como Crónicas urbanas, por el que recibió el premio Bahía en 1979, y Las grandes superficies, con el cual ganó Premio Unicaja de Poesía, hasta ensayos como Paco de Lucía, el hijo de la portuguesa y María Zambrano, razón de vida.

Reconocido flamencólogo, el poeta andaluz ha estudiado el sonido de una música que resonaba ya desde su niñez en su Algeciras natal, donde Téllez vio la luz a solo dos calles de la que había nacido 11 años antes, Paco de Lucía. El guitarrista y el poeta han tenido una unión inseparable que hoy rompe en sus placeres culpables, donde no aparecen ni él ni la música flamenca. Seguramente, porque los tañidos de la inolvidable guitarra de Lucía son todo menos culpables

Aunque abandonamos la música sí nos quedamos en el mundo de la literatura para descubrir su gran placer culpable, las novelas de Agatha Christie, las cuales disfruta desde que es adolescente. “Lo sé, no tiene entidad narrativa, sus personajes parecen planos, pero nadie puede discutirme que fue una gran matemática. Se pasó su vida como escritora realizando perfectas combinaciones binarias: en una novela, los asesinos eran todos y, en otra, todos eran los cadáveres; si el narrador comete el crimen en una, en otra puede hacerlo el propio detective. Jamás suele repetirse, aunque nos lleve de viaje varias veces a oriente, por su pasión por la arqueología”, explica Téllez. 

De las novelas, el escritor destaca especialmente alguno de sus personajes inolvidables como Hercules Poirot y Miss Marple, los cuales salieron de las hojas de los libros para pasar a la gran y a la pequeña pantalla. En ese mundo audiovisual, Téllez siempre ha preferido más las adaptaciones cinematográficas de los libros que las televisivas. “Con todo respeto a Albert Finney, Peter Ustinov o Kenneth Branagh, muero -y nunca mejor dicho- con David Suchet interpretando al detective belga. En el papel de la señora Marple, veneré en la pantalla grande a Margaret Rutherford, con esa actitud suya de estar a punto de pegarte con el bolso en la cabeza, pero también a Angela Lansbury  pero me hacen mucha gracia Geraldine McEwan y Julia McKenzie, explica. 

El escritor entró en el maravilloso mundo de Agatha Christie no por las películas ni las series, sino por las “maravillosas portadas” de los libros de la Editorial Molino. Téllez asegura que nunca antes unas imágenes “tan fascinantes” le habían invitado tanto a leer un libro. Pero no solo era mérito de las portadas: “A los doce o trece años leer a Agatha Christie era como un juego, un cluedo, una suerte de sudoku que me apasionaba”, explica el poeta, que también relata cómo empezó a apasionarse por la escritora británica justo en el ecuador entre sus lecturas de “Julio Verne y Robert Louis Stevenson y Stephen King o Juan Marsé”. 

Desde entonces, Téllez admite no haber vuelto a leer las novelas de Agatha Christie, principalmente porque lo único que le interesaba en su momento era la resolución de las diferentes tramas, pero ahora, cuando ya conoce como acaban los personajes y quien es el asesino, el escritor ha perdido el interés en ellas. Algo diferente le sucede con las versiones cinematográficas, en las cuales hay aspectos que le siguen divirtiendo como “la recreación de atmósferas, esos pueblos ingleses en donde sorprendentemente no llueve casi nunca, esos personajes a veces divertidamente contextualizados con su época en cuyo reparto no sorprende que aparezca Winston Churchill o Ian Fleming”. 

Téllez desvela sin problema su pasión por Agatha Christie, pero muchas veces, no nos resulta tan fácil mostrar al mundo nuestros placeres culpables. Preguntado por ello, el autor piensa que este ocultamiento se debe sobre todo a que esos gustos pertenecen a nuestra esfera más privada y, por ello, somos reticentes a mostrarlos, algo que no le parece mal a Téllez: “Tendríamos que guardar siempre un rincón íntimo en donde no estemos expuestos a la mirada del otro sino a la de nosotros mismos. Frente a las redes sociales, el postureo y el qué dirán, reivindico la elegancia del espejo del cuarto de baño”.

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Por último el poeta reflexiona sobre cómo “nos volvemos un poco pijos” cuando hablamos de nuestros gustos artísticos, lo cual nos hace no desvelar nuestros placeres culpables cuando queremos proyectar una imagen más sofisticada a la real. “Hay un código de conducta no escrito en el que se presume de Kierkegaard aunque no lo hayas leído nunca y se abomina de Marcial Lafuente Estefanía aunque aún queden agujeros de bala en el cuarto de tu adolescencia”, sostiene Téllez. Esa pijotería se ve, en opinión del autor, cuando, por ejemplo, vamos a un restaurante con estrellas Michelín, en el cual “no solemos ir en camiseta a comer, aunque nos arriesguemos a perder hasta la camiseta al pagar la cuenta”. 

En este sentido, el poeta nos cuenta una anécdota que muestra muy bien como no siempre la llamada alta cultura es la mejor para determinadas situaciones: “Aunque mi primer baile agarrado fue con el Smoke on the water, de Deep Purple, lo más lógico es que, para una verbena o un guateque, lo más adecuado fueran Adamo o Georgie Dann, según los casos”. 

Tampoco le gustaba demasiado a Téllez cuando los “tipos más pedantes con los que me cruzaba en la juventud” presumían de su devoción por El lobo estepario de Hermann Hesse. Tanto se jactaban de él que Téllez acabó odiando al escritor alemán durante muchísimo tiempo. “Charles Dickens o Víctor Hugo también fueron cultura de consumo. Y qué más quisiera que llegarles al talón”, zanja el autor.

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