Fuego en el cuerpo

Javier Bardem y Penélope Cruz en 'Jamón jamón'

El de 2022 está siendo el verano del fuego. España arde, dicen que más que en la última década, superando ya las 220.000 hectáreas arrasadas en lo que va de año según la Unión Europea. El calor de las llamas llega hasta nuestras ventanas como lo hace al principio de Fuego en el cuerpo, el debut en la dirección de Lawrence Kasdan.

El fuego y la carne se funden en los títulos de crédito de aquella película de 1981, adelantando lo que la historia iba a contar. Kasdan ha confesado que plagió sin escrúpulos Perdición de Billy Wilder: las dos hablan de un hombre seducido por una mujer para asesinar a su marido a cambio de mucho dinero, pero la de Kasdan aporta dos cosas que la original no tiene. La primera, mucho calor. Los personajes hablan con las frentes empapadas en sudor, los ventiladores funcionan a toda potencia, las mujeres se abanican, ellos se secan la piel mojada con pañuelos; incluso si no estuviéramos pasando nosotros por una, podríamos sentir esa ola de calor que asola Florida (curiosamente, la película se rodó en invierno y los protagonistas tenían que llevar hielos en las bocas para no exhalar vaho).

Esa ola insoportable es, según el detective interpretado por J.A. Preston, la razón por la que el índice de crímenes está subiendo. “Cuando hace calor, todos intentan matarse los unos a los otros”, dice. “La gente viste de otra forma, se siente de otra forma, suda más, se levanta de mal humor y no se recupera nunca. Todo está un poco torcido. De repente la gente empieza a pensar que las viejas normas ya no aplican y empiezan a romperlas, pensando que a todo el mundo le va a dar igual porque estamos en una situación de emergencia”.

Pero el fuego que lleva a delinquir al irresistible abogado interpretado por William Hurt es el carnal. La otra cosa que Kasdan añade a Perdición es algo que muy pocas películas de Hollywood tienen: sexo explícito. Mucho, muy caliente y muy apetecible. No hay nada más comprensible que el gemido de placer que Matty Walker (Kathleen Turner en su primera película) suelta al ver a Ned Racine lanzar una silla contra la puerta de cristal que les separa para poder tirársela. Bajo un ventilador de techo, él le pasa la mano por entre las piernas, ella le desabrocha la camisa y le lame el pecho, él la tumba en el suelo, le quita las bragas y las posa sobre la moqueta roja. Todo lo que ocurre después, incluido un asesinato premeditado, es verosímil. ¿Quién no se ha dejado llevar por un calentón así?

El sexo era también incendio destructor, aunque de formas más simbólicas y menos literales, en Jamón, jamón. Las dos películas tienen en común varias cosas: dos protagonistas que estaban buenísimos, se excitaban y nos excitan; un plano detalle idéntico en el que las manos del hombre agarran el trasero de la mujer introduciéndose en las bragas; y también coinciden en el machismo de sus personajes. “Soy demasiado tonta. Una mujer, ¿sabes?”, dice con sorna Kathleen Turner. “Todas las mujeres tenéis una puta dentro, Concha”, le suelta con tranquilidad Juan Diego a Stefania Sandrelli.

Por lo demás, Bigas Luna se mea sobre Lawrence Kasdan, literalmente. La Coca-Cola que en Fuego en el cuerpo es fuente de nutrición y frescura (y probablemente patrocinadora, a juzgar por los varios planos que aparecen de su logo), en Jamón, jamón es basura y desecho. Para el director español ese refresco era “símbolo universal de la cultura americana”, como llegó a decir en entrevistas, y no inocentemente graba un plano en el que Jordi Mollà lanza un fuerte y sonoro chorro de pis sobre una lata aplastada en el suelo.

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Fuego en el cuerpo es noir, Jamón, jamón es rojo. Rojo sangre. Nada tiene que ver el calor húmedo de Florida, con sus mansiones opulentas y sus muelles llenos de crimen, con el verano desértico y ventoso de Aragón, sus puticlubs de carretera y sus discotecas de pueblo. Son dos tipos distintos de combustión la del esbelto William Hurt y la del paquete marcado de Javier Bardem, epítome de virilidad, vitalidad y vigor. Este es un toro; Kathleen Turner, femme fatale fría y calculadora, una araña. Ella se tapa con elegantes sedas blancas, las mujeres que pueblan el desierto de Monegros llevan escotes infinitos por los que casi se escapan sus enormes senos.

El fuego aquí, que no se ve pero acaba carbonizando en la tragedia a todos, proviene de otra fuente. “¿No sabes que el jamón da ganas?”, le dice Raúl a Silvia (una jovencísima Penélope Cruz muy parecida a Rosalía). Raúl come ajos enteros porque son buenos para la circulación, Silvia se pasa los días haciendo tortillas de patatas, hay verbenas con paellas, bocatas de mortadela y latas de aceitunas negras. Los pechos de Silvia saben a jamón, tortilla, cebolla y ajo cuando Raúl los chupa fogosamente; en contraste, cuando hace lo mismo torpe y fríamente José Luis, el niñato pijo interpretado por Mollá, dice que no saben a nada. El verano es sexo y el sexo es comida para Bigas Luna.

Eso sí, solo hay una lumbre que da más calor que el fuego, aquí y allí: el dinero. El que separa a Silvia y Raúl de los ricos que les desean, usan y desprecian, y el que persigue lenta y silenciosamente Matty Walker. El dinero por el que tantas veces ha ardido España, trayendo las llamas hasta nuestras ventanas como al principio de Fuego en el cuerpo. Aunque no todos tenemos una espalda tan bonita como la de William Hurt, empapada en sudor mientras observa el incendio a lo lejos. “Mi familia solía comer en ese hotel hace 25 años. Ahora alguien lo ha quemado para vaciar el terreno”, le dice a su amante, que le espera acalorada en la cama. “Probablemente lo ha hecho uno de mis clientes”. ¿Qué hay más veraniego que incendiar un terreno para especular con él?

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