La tormentosa relación de Víctor Clavijo con los videojuegos: "Me generan a la vez placer y culpa”

El actor Víctor Clavijo durante la 18ª edición de ‘La Noche de los Libros’.

El calor, el polvo y el terror son elementos que el cine ha unido en numerosas ocasiones. Todos esos ingredientes, combinados con un retrato de la vida en medio del campo desértico andaluz, son algunas de las principales virtudes del último trabajo de Víctor Clavijo (Algeciras, 1973). El actor se mete en la piel de Eladio, un guarda de finca que tendrá que poner en tela de juicio su cordura en La espera, un auténtico thriller de terror que podría darle su segunda nominación a los Goya, en esta ocasión, como actor protagonista. Así, como ya lo hiciera hace más de una década, Clavijo vuelve a unir sus destinos al director F. Javier Gutiérrez en una película que se estrenará en otoño pero ya con un exitoso recorrido previo, siendo seleccionada en numerosos festivales como Sitges, Austin y Oldenburg. 

El actor acumula ya una amplia y exitosa trayectoria tanto en televisión como en cine, a la cual se unirá muy pronto este esperado estreno. En su filmografía se encuentran películas como El regalo de Silvia (por la cual estuvo nominado al Goya a Mejor Actor Revelación), 3 días o El pacto de los estudiantes. Sin embargo, ha sido en televisión y en el teatro donde ha tenido alguno de sus papeles más importantes, entre los que destacan El ministerio del tiempo, Cuéntame como pasó o Fausto.

A tenor de su currículum, lo normal es pensar que sus placeres culpables estarían ligados al mundo del audiovisual, pero nada más lejos de la realidad: lo que al actor verdaderamente le encanta son los videojuegos en primera persona. Para hablarnos de su debilidad, Clavijo nos habla de algunos de los títulos más míticos de la historia de las consolas como son Grand Theft Auto, Assassins Creed o Call of Duty. “Me resultan adictivos y al mismo tiempo me generan una sensación de culpabilidad por la pérdida de tiempo”, comenta el actor.

En este sentido, el actor admite usar los videojuegos sobre todo para desconectar de las preocupaciones y encontrar vía de escape para abstraerse del ruido de la mente. Sin embargo, y pese a esa parte positiva, admite que, por su carácter compulsivo le resulta complicado parar una vez que comienza a jugar. “Me generan a la vez placer inmediato y culpa”, confiesa.

Se suponía que los salones recreativos eran de ‘chicos que terminaban desperdiciando su vida en una dirección u otra'. No es que mi padre lo manifestara así, pero creo que de alguna manera eso se desprendía de su opinión

La historia de amor-odio de Clavijo con los videojuegos no es algo actual, sino que viene de largo. El actor relata a infoLibre que cuando era pequeño su padre detestaba los salones recreativos por considerarlos una pérdida de tiempo y, aunque no les prohibía a él y a su hermano ir, ambos generaron una especie de sentimiento de peligro hacia estos lugares. “Aquello se suponía que era de ‘chicos que terminaban desperdiciando su vida en una dirección u otra'. No es que mi padre lo manifestara así, pero creo que de alguna manera eso se desprendía de su opinión’”, recuerda.

Esa influencia paterna le ha hecho terminar heredando el sentido utilitarista del tiempo de su padre, y por ello termina empleando mayormente sus horas en actividades que le hagan crecer personalmente. “Las ‘maquinitas’ no suponían ningún aprendizaje ni aportaban nada útil. De pequeño lo tenía tan asumido que nunca tuve la necesidad de jugar a aquellas 'maquinitas' que devoraban tu tiempo y tu dinero en los salones recreativos. Me provocaban total indiferencia”, comenta.

Hace muchísimos meses que no juego, pero de pronto puedo volver a engancharme de la manera más tonta durante unas semanas y luego volver a parar y olvidarme durante meses

Sin embargo, todo cambió cuando, cerca de la treintena, a ese niño que tan solo había jugado al Harrier´s Attack, “un juego muy básico del año 1984 para el ordenador Commodore", le regalaron su primera consola y su primer juego interactivo. “Imagino que años después me tomé la revancha perdiendo horas y horas frente a la pantalla”, admite Clavijo. Esos maratones de jugar a los videojuegos no son regulares, sino que llegan como fogonazos: “Realmente me da por épocas. Hace muchísimos meses que no juego, pero de pronto puedo volver a engancharme de la manera más tonta durante unas semanas y luego volver a parar y olvidarme durante meses”.

Precisamente, el aburrimiento y el estrés son dos de los motivos principales que le hacen caer en estas épocas de “enganche” a los videojuegos: “Me llevan a jugar una partida, que lleva a otra y a otra….y finalmente a varias horas frente a la consola que acaban con un fuerte sentido de culpa. En otras ocasiones, los videojuegos son una manera de rebelarme contra una sobredosis de 'cultura', y me digo que lo hago para contrarrestar”.

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Los videojuegos son también una forma efectiva para luchar contra ese sentido utilitarista del tiempo heredado de su padre del cual nos hablaba antes. Por eso, considera muy necesario perder algunas de sus horas jugando, rebelándose contra la necesidad constante que tiene de hacer algo provechoso. Sin embargo, y también por su carácter compulsivo, intenta ponerse límites a una afición que, admite, se puede convertir en una adicción. 

El actor igualmente confiesa que ese gusto tan “frívolo” por los videojuegos puede chocar con la imagen de persona seria y comprometida con la cultura que cree proyectar. Esta percepción de la gente es, en su opinión, consecuencia de los prejuicios y clichés existentes alrededor de los videojuegos. “Muchas personas piensan que son puro entretenimiento y están asociados a ‘gente joven sin motivación en la vida’, lo cual no es cierto, aunque yo lo pensaba de pequeño”, reivindica el actor. De hecho, justo al contrario, hay muchísimas personas mayores a las que, como a él, las consolas les aportan distracción y entretenimiento. Por ese motivo, el actor defiende cualquier placer culpable que nos saque de la zona de confort y rompa con la visión rígida que proyectemos hacia los demás o a nosotros mismos.

Por último, Clavijo reflexiona sobre la baja y la alta cultura, las cuales, según él, deben coexistir y no estar enfrentadas. “No podemos estar en un nivel de intensidad permanente como consumidores de cultura buscando siempre la excelencia. Está bien que exista la fast food y la comida gourmette y que uno elija qué le apetece en cada momento”, concluye. 

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