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Invierno nuclear, o el 'Apocalipsis climático' que pudo acabar con la humanidad en la Guerra Fría

El 29 de marzo de 1985, comenzaba en Córdoba (Andalucía) la II Asamblea de Ciudades No Nucleares, que organizó el Ayuntamiento liderado por el fallecido Julio Anguita. Los principales expertos en la materia iban a tratar, ante la presencia de la prensa nacional e internacional, los siguientes temas: El invierno nuclear, Educación para la paz e Iniciativas y Experiencias de los municipios. El planeta se encontraba sumido en los últimos coletazos de la Guerra Fría (1947-1991) y EEUU y Rusia consolidaban definitivamente el proceso de distensión. Sin embargo, los científicos todavía tenían el susto en el cuerpo. Desde algunas décadas atrás, las dos superpotencias habían coqueteado con la idea de iniciar una guerra nuclear que estuvo a punto de consumarse en varias ocasiones. La última, durante el año 1883, cuando un simulacro militar –que incluía armas nucleares– de la OTAN fue interpretado por el KGB como la puesta a punto de un ataque encubierto de Occidente. Afortunadamente, la sangre no llegó al río, pero la posibilidad de que ambos países emprendieran un conflicto de ese tipo animó a científicos de ambos lados del Telón de Acero –o Cortina de Hierro– a investigar sobre los efectos de una eventual guerra atómica. Todas las conclusiones a ese respecto se resumen en dos palabras: invierno nuclear.

El Apocalipsis nuclear pudo estar en manos de la Casa Blanca y el Kremlin durante los casi 45 años que duró la Guerra Fría. Tanto unos como otros poseían un potente arsenal que permaneció a la espera de entrar en juego durante toda la contienda y que, de haber salido de la jaula, habría provocado –según científicos como Vladimir Alexandrov (Rusia) o el norteamericano Carl Sagan, entre otros muchos– una catástrofe medioambiental de efectos devastadores para la Tierra y posiblemente letales para la humanidad. Pero, ¿qué es el invierno nuclear? Es el término que la comunidad científica empleó para designar el clima tras un proceso de ataques nucleares. Bibliografía en español como La teoría del invierno nuclear degradada a otoño nuclear de Julián Peñas, o en inglés, como un estudio sobre el tema mucho más reciente que publicó en 2019 el Journal of Geophysical Research, definen el invierno nuclear como un fenómeno que provocarían las cenizas y el polvo resultantes de una eventual sucesión de explosiones nucleares. Todas esas partículas se depositarían en la atmósfera provocando una cúpula opaca que cubriría, en el peor de los casos, toda la extensión del planeta y que dificultaría el traspaso de los rayos del sol.

Una Tierra sin sol es una Tierra sin vida. Esa capa de polvo, hollín y cenizas impediría a las plantas –el primer eslabón de la cadena trófica– realizar su fotosíntesis y ese sería el principio del fin para el resto de los seres vivos, tal y como sugerían las teorías predominantes en los últimos años de la Guerra Fría. Sin embargo, estudios más recientes, como el del Journal of Geophysical Research, plantean la posibilidad de que el hollín resultante de las explosiones no fuera tan abundante como, por ejemplo, el que originó el asteroide que terminó con los dinosaurios hace 66 millones de años y, por tanto, los efectos de la catástrofe, aunque gravísimos, no fueran lo suficientemente drásticos como para arrasar la humanidad. En todo caso, el estudio sí confirma una contundente bajada de las temperaturas –de unos 11 grados– durante varios años, además de un descenso del 30% de las precipitaciones, unas condiciones que dificultarían sobremanera el curso de la vida.

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Able Archer, la simulación que casi termina en desastre nuclear

La última vez en que existió un peligro real de guerra nuclear entre los dos bandos de la Guerra Fría fue en 1983. Es una de esas veces en la historia en que la mala interpretación por parte de uno de los actores pudo ser fatal para el devenir de los acontecimientos. La OTAN programó para el 7 de noviembre de dicho año la parte final de un ejercicio militar en el que se simulaba un escenario concreto del conflicto. En esa ficción, que llevó por nombre Able Archer (Arquero Hábil), los tanques soviéticos cruzaban la frontera hacia Yugoslavia, invadían Escandinavia y sus tropas se expandían por Europa occidental. Ante semejante despliegue, tal y como explica la BBC en un reportaje titulado The war game that could have ended the world, las fuerzas de la OTAN se veían obligadas a retirarse. Sin embargo, meses después tomaban la decisión de aprobar el uso indiscriminado de armas atómicas, lanzaban un misil nuclear a Kiev, capital de Ucrania, y la exterminaban. Pero todo era simplemente una simulación. No había por parte de Estados Unidos ni del conjunto de la OTAN voluntad alguna de iniciar, a aquellas alturas de la película, ningún tipo de enfrentamiento nuclear. No obstante, los rusos prefirieron curarse en salud.

O, cuando menos, eso es lo que dicen los informes de la inteligencia de la OTAN y Estados Unidos. Al parecer, la seguridad rusa había recibido la orden explícita del Kremlin de vigilar con especial atención cualquier movimiento de Occidente que pudiera ser sospechoso de ataque nuclear. Y vaya si lo hicieron. A la que tuvieron constancia de lo que creían que estaba sucediendo en Bruselas, donde se llevó a cabo la simulación Able Archer, las fuerzas armadas soviéticas se pusieron en pie de guerra con tal de no verse sorprendidos por los ataques; incluso prepararon su propio material nuclear para responder al mismo nivel. Finalmente, todo quedó en un susto. Una vez más, se evitó el desastre y, por ende, el invierno nuclear que habría podido originar un cruce de bombas atómicas entre ambos bandos. Tras la confusión, el presidente de los EEUU, Ronald Reagan, y el de la URSS, Mijaíl Gorbachov, se avinieron a firmar importantes acuerdos de desarme que condujeron al conflicto a su fin.

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