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Krampus, el 'coco' socialdemócrata que prohibieron los nazis vuelve a salir a las calles

No goza de la simpatía de nadie y, según la mitología, no es para menos. El Krampus es para un niño austriaco, alemán o checo –por citar tres de los países en los que pervive la tradición– el único motivo por el que mirar a la Navidad con un cierto recelo. “No viene a traernos nada, viene a llevarse algo”, sorprende la abuela Omi Engel en la película Krampus: el terror de la Navidad, que se estrenó en 2015. Y ese “algo” que va buscando esta especie de demonio con cuernos, garras, piel de carnero y cadenas que arrastran por el suelo es, precisamente, la maldad. En España, lo peor que puede tener que soportar un chico que cree no haberse portado muy bien es quedarse sin regalos, que el Papá Noel o los Reyes Magos le dejen carbón bajo el árbol. Sin embargo, en Austria y otros países del entorno el castigo es algo más perverso. La leyenda dice que a todos esos niños y niñas que se han portado mal, el Krampus los azota hasta que cambian su actitud e, incluso, puede llegar a llevarlos con él al inframundo.

La cultura popular austriaca, de donde es originario el mito, otorga al Krampus –cuyo nombre proviene de la palabra alemana Krampen, garra–, la calidad de hijo del dios Hel, el guardián del averno. Se trata de una tradición pagana germánica que se extendió por todos los territorios alpinos y que, a pesar de la popularidad que alcanzó, encontró numerosos escollos para su supervivencia. Primero, fue la iglesia católica la que trató, por todos los medios, de eliminarla, en su afán de romper con todo el folclore previo a su influencia. Pero no pudo. La tradición fue más fuerte que el dogmatismo católico y, finalmente, como sucedió en tantos otros casos, ocurrió un milagro: de la noche a la mañana, el Krampus había pasado a encajar a la perfección en en el corpus mitológico eclesiástico. ¿Cómo lo hicieron? Fácil. En el siglo XVII, cansada de luchar contra el peso del folclore precatólico, la Iglesia relacionó la figura del monstruo con la de San Nicolás (el origen del actual Papá Noel). A partir de ese momento, se entendería que la función del Krampus era la de liderar a los demonios y castigar a los niños traviesos, mientras que San Nicolás continuaría siendo el bueno, el que premiaba los buenos comportamientos. Conseguido, la tradición pagana había quedado cristianizada.

Pero el catolicismo no fue la única piedra en el camino con la que se tropezó la leyenda del Krampus. Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos de los territorios en los que se celebraba la Krampusnatch (Noche del Krampus) quedaron anexionados al Tercer Reich. Fue en ese punto cuando la celebración estuvo, de nuevo, en peligro, habida cuenta de que los nazis la consideraban una tradición socialdemócrata. No obstante, aunque siempre bajo la lupa, la leyenda fue transmitiéndose de generación en generación y ha llegado con buena salud a nuestros días. Tanto es así, que la Unesco ha declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad algunas de las celebraciones relacionadas con el Krampus. Quizás, la más esperada sea el Öblarner Krampusspiel, una especie de obra teatral que se celebra en Austria y que, lamentablemente, este año tuvo que suspenderse por culpa del covid-19.

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Hombres borrachos, Estados Unidos y comercialización

Es la noche del 5 al 6 de diciembre cuando el Krampus visita las casas de las familias con niños para llevar a cabo su terrorífica tarea, pero, en la actualidad, es habitual ver a los vecinos, amigos y parientes disfrazados de monstruo con garras y cuernos vagando por las calles y azotando con varas de abedul –siempre a modo de broma o burla– a cualquiera que se pasee por el barrio durante todo el mes. Muchas veces, por cierto, lo hacen con un par de copas de más. Como todo lo vintage, el Krampus se ha recuperado con fuerza incluso en muchos lugares en los que había prácticamente desaparecido y se ha adoptado como propio en otros en los que nunca había existido. Es el caso de los Estados Unidos que, especialmente a raíz de la película estrenada en 2015, ha encontrado en el hijo del dios Hel una excusa –otra más– para disfrazarse y celebrar.

En vez de destruirlas, la modernidad ha rescatado algunas tradiciones que lo hubieran tenido fácil para desvanecerse y que, si bien no desaparecidas, se encontraban, en muchas ocasiones, dormidas. En parte para preservar el folclore local y regional y, en parte, para tratar de sacarle algún rendimiento económico, muchas leyendas y mitos han florecido con renovada juventud en las últimas décadas. El Krampus, por supuesto, también se comercializa. Sobre todo en los países alpinos, es habitual encontrar en la actualidad postales, figuras, tarjetas, camisetas y todo tipo de merchandising en el que aparece la figura monstruosa, a veces con toda su carga terrorífica y otras en clave de humor. En definitiva, hasta a los malos se les termina por coger la vuelta en la cultura popular. En este caso concreto, además, quizás esa maldad no debería de ser exclusiva del Krampus. Según la leyenda, parece que, aunque es él el que ejecuta los castigos, el encargado de decidir a qué niños premiar y a cuáles azotar es, ni más ni menos, que San Nicolás. Nuestro Papá Noel. A ver si ni los buenos no van a ser tan buenos… ni los malos tan malos.

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