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Tartessos, 'El Dorado' ibérico: del décimo trabajo de Hércules a la evidencia arqueológica

Tartessos es, hoy por hoy, sinónimo de debate y discusión. Un follón de mil demonios en el campo de la Historia y la Arqueología. En las palabras algo más académicas que la profesora de Prehistoria de la Universitat Pompeu Fabra (UPF), Ana Delgado, utiliza en conversación con este medio, “hay distintas teorías que convierten Tartessos en un tema delicado y muy difícil de resumir”. Esas dos posturas podrían resumirse, a grandes rasgos, en dos corrientes. Una la apunta el profesor de la Universidad de Cambridge David Abulafia en su El gran mar: una historia humana del Mediterráneo: “En la actualidad, se entiende que el nombre hace referencia a un reino o una región del sur de la península ibérica habitada por población indígena íbera”. La segunda la defienden, entre otros, los profesores Álvaro Fernández y Araceli Rodríguez en Tartessos desvelado, donde apuntan que se puede situar el nacimiento de dicho pueblo “a partir de la instalación y evolución de las colonias próximo orientales en el sur peninsular”. ¿Población autóctona o viajeros fenicios? Ese es el gran debate. Pero, ¿de dónde viene? ¿Cuál es el interés de ese Tartessos, que habría existido entre el siglo XII a.C y el VI a.C, que entretiene las tertulias de los académicos e impulsa investigaciones y excavaciones desde hace décadas?

“Para entender la cuestión es interesante recurrir al mito de El Dorado”, observa Delgado. Igual que los colonizadores españoles alimentaron la leyenda de una ciudad legendaria construida a base de oro, los poetas e historiadores latinos –entre ellos, figuras de la talla de Heródoto o Estrabón– hablaban de una ciudad rica con abundantes reservas de plata y metales preciosos, cuyas gentes llevaban una vida opulenta en la zona más occidental del Mediterráneo. “Se trata de una aproximación que está ampliamente descartada y que forma parte de relatos escritos por autores que, seguramente, no habían estado en ese mítico Tartessos”, resuelve la profesora. “Aunque sí que es cierto”, continúa, “que en la zona sur de la península ibérica existían minas de plata y otros materiales”. Habla de la zona de Huelva, una de las demarcaciones donde la historiografía ha situado Tartessos, “que más que como un territorio legendario hay que entenderla como un conjunto de comunidades que habrían convivido en el sur de la península ibérica”. El gran polo de atracción, eso sí, se situaba, según lo que propone Abulafia, en las llanuras y cuencas del río Guadalquivir.

Si bien parece claro, en suma, que en la zona habría existido un gran foco comercial –del que se habrían beneficiado o bien las poblaciones preíberas autóctonas, a las que se conoce como ‘tartésicas’, o bien los fenicios–, también parece, a estas alturas, evidente que una gran ciudad semejante a ese ‘El Dorado’ tiene más de mito que de realidad. Más aún si se tienen en cuenta otras referencias mitológicas en las que aparece citado el territorio. La más célebre de todas es el décimo trabajo de Hércules, que llevaba a cabo, precisamente, en esa zona algo etérea llamada Tartessos, donde tiene que batirse con el gigante Girón. El profesor Abulafia recuerda en su libro otro posible desliz fantasioso, en este caso del mismísimo Heródoto, quien explica que en el siglo VII a.C, el mercader y navegante Coleo de Samos regresó del sur de la actual España con 70 talentos de plata (unos 2.000 kg) de Tartessos y que el nombre del monarca local que conoció el navegante era, casualmente, Argantonio, cuyas primeras letras significan plata”. Perfecto para agrandar el mito.

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Del ahínco de Schulten al tesoro de Carambolo

Antes de que algunos hallazgos arqueológicos, especialmente el llamado ‘tesoro del Carambolo’ –un conjunto de piezas de oro y plata hallado cerca de Sevilla– apuntasen en una dirección nada prometedora para los partidarios del mito de la gran ciudad de Tartessos, hubo alguien que se dedicó con verdadera profusión a la investigación de esa “nueva Troya del siglo XX”, tal y como la bautizaron Fernández Flores y Rodríguez Azogue en su libro. Fue el arqueólogo Adolf Schulten, que invirtió años en descubrir esa ciudad mítica en varios enclaves del sur peninsular, siempre sin resultado o, mejor dicho, sin el resultado deseado, habida cuenta de que sí halló otros vestigios arqueológicos importantes para la historia romana cercana al río Guadalquivir. En cuanto al celebrado tesoro del Carambolo, se tomó, en un principio, como una prueba de la existencia de esa potencial civilización anterior a la llegada de los fenicios a las tierras del sur de la península, pero investigaciones recientes encuentran similitudes entre el conjunto de joyas y otros hallazgos pertenecientes a la cultura fenicia, con lo que se podría desmontar la primera de las tesis.

En cualquier caso, en torno a Tartessos existen algunas evidencias y muchas dudas. “Que hubo mezcla y contacto entre las poblaciones locales y los fenicios es una evidencia”, señala Delgado, “y que el comercio era importante en la región, también”. En sintonía tanto con Abulafia, como con la mayoría de estudiosos, también parece evidente el tratamiento mitológico de la región por parte de autores romanos. “El gran debate que todavía está abierto se sitúa, fuera de toda duda, en el origen de esa realidad tartésica”, resuelve la profesora de la UPF. ¿Poblaciones locales o un asentamiento fenicio? En cualquier caso, lo que sí concreta Abulafia en su El gran mar es que fueron los fenicios los que llevaron la plata a oriente y eso añade interrogantes al gran debate: ¿los que extraían los materiales de las minas eran los propios fenicios, o bien población autóctona? Y, si era un supuesto pueblo tartessio, ¿cuál era la relación con los fenicios: de comercio o de explotación? Las investigaciones continúan y, andando el tiempo, las pruebas historiográficas, casi literarias, pasan de ser la principal fuente de conocimiento a un complemento al avance arqueológico.

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