20 años del 11M: memoria, reconocimiento y vergüenza

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Antonio Fernández-Montes Romero

El pasado día 11 de marzo se cumplieron 20 años del mayor atentado terrorista sufrido por nuestro país y en suelo europeo. El atentado perpetrado por terroristas yihadistas, perfectamente organizados y planificados, era la respuesta a la participación española en las guerras de Irak y Afganistán. Los atentados se produjeron en plena hora punta, el jueves de 11 de marzo de 2004. Entre las 7:30 y las 7:45 horas, 10 explosiones en cuatro trenes de cercanías provocaron la muerte de 192 personas y más de 2.000 heridos. Hombres, mujeres y jóvenes de 17 países que se dirigían a sus destinos: su trabajo, su universidad o cualquier otro en una ciudad que se despertaba para empezar una jornada más. Eran personas anónimas, normales y corrientes que en su rutina diaria tomaban un transporte público en una ciudad bulliciosa, abierta, cosmopolita, para atender sus quehaceres. El objetivo de los yihadistas era causar el mayor daño posible en su locura de venganza a través del terror. Terror para una sociedad como la española, acostumbrados al terrorismo de ETA, pero que no estábamos preparados para vivir aquella barbarie. La barbarie de una sinrazón que demuestra la peor condición del ser humano. Un atentado que nos atravesó a todos los ciudadanos, especialmente a los que vivimos en esta ciudad, que conocemos cada uno de los lugares de la tragedia y forman parte de nuestro día a día. 

Ante semejante conmoción, sentimiento de ira y rabia por la pérdida de vidas humanas y las escenas dantescas que demostraban la debilidad de una sociedad que se sentía protegida por su Estado, con unos elevados grados de seguridad y bienestar, lo peor de esos atentados no llegaría de la mano de los terroristas, sino después, tan solo unas horas más tarde. No por el conocimiento de los hechos y el número de vidas rotas y truncadas sino por el relato que nos quisieron vender por un gobierno despótico, misógino, altanero y cínico, que antepuso sus intereses particulares al  interés general de la sociedad española. Un relato construido falazmente, a través de  una manipulación orquestada y en contra de las investigaciones de las fuerzas de seguridad, quebraba aún más a una sociedad rota. A un país herido por el dolor se le  unía un relato, frío y calculado, de una mentira. Se anteponía la verdad frente a la mentira sobre la autoría de aquella barbarie. ¿Quién ha sido? Era la pregunta que se gritaba en las calles, y en las manifestaciones promovidas por un gobierno que mentía. Mentía para tapar su responsabilidad por la participación injustificada, el ego y una pretendida proyección de estadista internacional de su presidente, en la guerra del golfo a través de la mano de J. Bush y T. Blair. Pero no sólo era eso lo que estaba en cuestión frente a una opinión pública que había expresado su rechazo a la guerra en varias manifestaciones con el lema No a la Guerra sino que, además, daba un paso más allá; mentía para mantener una supuesta ventaja electoral en las elecciones generales que se celebraban dos día después. Dependiendo de la autoría del atentado, las posiciones de los ciudadanos, libres y democráticos, podían replantear su voto. El gobierno lo sabía y apostó por la opción que más le interesaba. Traicionó no solo a los ciudadanos sino a la democracia como elemento vertebrador de la convivencia de un Estado. Perdió la credibilidad un gobierno que debía estar al servicio de la sociedad y no la sociedad al servicio de un gobierno a través de la falsedad y la mentira; el uso del poder para seguir en el poder a cualquier precio. 

Ahora, 20 años más tarde, con la lejanía del tiempo y la comprensión de lo vivido y ocurrido, pero sobre todo con la información que se ha ido mostrando tras este largo  periodo de tiempo, la realidad y la verdad se muestra tan descarnada y tan evidente como lo que se pretendía ocultar. No hay ninguna duda en lo que ocurrió, como  tampoco la hubo en aquel momento. Para mentir, es necesario conocer la verdad. Sólo miente aquel que conoce la verdad, y el gobierno de aquel momento, bajo la presidencia de Aznar, conoció en todo momento la verdad, y, con premeditación, optó por ocultarla. Aquel que no conoce la verdad no puede mentir, simplemente en su desconocimiento puede decir una cosa o la contraria, pero jamás incurrirá en falsedad. 

Toda sociedad se construye a base de una historia, de unos principios éticos, morales, culturales, que se comparten entre todos y que determinan una memoria colectiva. En nuestra memoria colectiva, la española e incluso la europea, cuyo proyecto común compartimos, figura este desgraciado atentado y lo rememoramos anualmente para dar testimonio del rechazo de lo que supuso. El rechazo al terror dentro de nuestros estados democráticos, pero al mismo tiempo una gran parte de la sociedad, en nuestra memoria colectiva, rememoramos la traición y la ruindad de un gobierno que nos mintió por sus intereses partidistas.  

La estrategia de comunicación con fines electorales de aquel gobierno no se quedó sólo ahí, sino que actuó en todos los frentes. Se presionó a los corresponsales extranjeros en Madrid de medios internacionales para que nombraran explícitamente a ETA

En cada aniversario tenemos presentes a esas víctimas inocentes que perdieron sus vidas. A los amigos, padres, hermanos y conocidos cuyas vidas quedaron marcadas para siempre y les rendimos nuestro sentido homenaje. Víctimas de un caprichoso azar y que, mirándonos en el espejo de la vida, podríamos haber sido cualquiera de los que vivimos en Madrid y que cada día tomamos el transporte público para desarrollar nuestra vida. El que suscribe, tomaba cada día el tren a esas horas para dirigirse a su  puesto de trabajo en el Paseo de Recoletos. Tren que pasó por la estación de Atocha unos minutos antes de la tragedia. El destino, la suerte o la providencia se aliaron ese día para no ser una de aquellas personas que fallecieron. 

En cada aniversario recordamos y rendimos homenaje a los miles de ciudadanos madrileños que tuvieron un comportamiento ejemplar, que actuaron desinteresadamente, cosa contraria a lo que hizo el gobierno de Aznar, para ayudar a los heridos y salvar vidas. Taxistas que utilizaron sus coches para trasladar a los heridos a los hospitales, sanitarios que se entregaron para atender heridos y salvarlos de una muerte sobrevenida, policías y fuerzas de seguridad que evitaron más muertes por otros artefactos que no explotaron, gente de a pie que se desplazó a los hospitales para donar sangre, ciudadanos anónimos que mostraron su sentido más humano y solidario ante aquella barbarie.

Pero, desgraciadamente, también en cada aniversario, y en especial en este vigésimo, somos muchos los que sentimos vergüenza e indignación por la actuación de aquellos que, integrados en un gobierno, debieron ser modelo de ejemplo para todos e hicieron justo lo contrario. Fueron ejemplo de cinismo y manipulación. Utilizaron el poder de un gobierno para construir una burda teoría que les fuera favorable en las elecciones. Hecho que tras destaparse y no conseguir su objetivo, debidamente apoyado por medios afines, terminaron creando la Teoría de la Conspiración. Aún hoy en día, a  través de la intoxicación que siguen vertiendo en medios, conferencias, mítines y similares, un tercio de la población sigue teniendo dudas sobre la autoría del atentado. Ni siquiera un largo proceso judicial, magistralmente conducido por el juez Javier Gómez Bermúdez, modelo de ejemplo en garantías judiciales para los encausados, ha servido para borrarles de la ignominia de su desvarío, la inmundicia de la mentira construida. 

Vergüenza y repugnancia produce ver en la lejanía del tiempo cómo la presidenta de la Asociación de Víctimas del 11M, Pilar Manjón, fue insultada, acosada y hostigada durante años por los seguidores de la Teoría de la Conspiración, llegando a necesitar  protección personal. O cómo destrozaron la vida al comisario jefe de la policía de Vallecas, Rodolfo Ruiz, al que acusaron impúdicamente de haber colocado él la mochila encontrada en la comisaría con el fin de desviar la atención de los verdaderos  autores de la matanza, ETA. Él y su familia fueron una víctima más. Su esposa acabó suicidándose y su hija necesitó tratamiento psicológico, pues fueron acosadas e  insultadas por los defensores de la conspiración. 

Hoy, 20 años después, el enfermo de narcisismo y que fuera presidente de aquel gobierno, el Sr. Aznar, va pavoneándose por cadenas de televisión y emisoras de radio y da conferencias en universidades privadas. Pletórico de egolatría, con actitud altanera y prepotente, no sólo no ha pedido disculpas y se ha retractado (su gran ego y excesiva autoestima se lo impiden), sigue en su “sostenella y  no enmendalla”. El pasado lunes, a través de su think tank unipersonal, FAES, para mayor gloria de su misoginia, publicaba un esperpéntico comunicado en el que ofendía a las víctimas y a la sociedad entera sembrando de nuevo dudas sobre los autores  intelectuales de aquel desgraciado atentado.  

Pero también el paso de estos 20 años ha puesto a muchos en su sitio. La verdad descarnada se escribe con letras mayúsculas. Así Jesús Ceberio, quien fuera el director de El País en aquel año, ha publicado su libro La llamada. La mentira del 11M: Aznar quería que fuera ETA, cuenta con toda veracidad el mayor error de su vida profesional. La decisión errónea de cambiar el titular de la edición especial de El País de aquel día: Matanza terrorista en Madrid a Matanza de ETA en Madrid tras dos llamadas de La Moncloa, una de ellas de Aznar, en la que este le insistió en la autoría  de ETA. Manifestación que, con total rotundidad, el expresidente repitió a otros cinco directores de otros medios con idéntica finalidad. La estrategia de comunicación con fines totalmente electorales de aquel gobierno no se quedó sólo ahí, sino que actuó en  todos los frentes. Se presionó a los corresponsales extranjeros en Madrid de medios  internacionales para que nombraran explícitamente a ETA en sus corresponsalías, y  por otro lado, se envió escritos a las embajadas españolas en el extranjero para que insistieran ante los gobiernos en la implicación de la banda terrorista  española.  

Fernando Reinares, investigador del Real Instituto Elcano, experto en terrorismo y radicalización violenta y catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, explica en varios de sus libros la organización, planificación y causas para la actuación de los terroristas radicalizados islamistas en España. No cabe la menor duda. En su último libro 11M. Pudo evitarse, analiza, detalla y explica el conjunto de factores que  hicieron posible el atentado. 

Seguirán acaeciendo nuevos aniversarios de aquella trágica y desgraciada mañana. Una inmensa mayoría de la sociedad rememorará y honrará con su silencio aquel  hecho para que permanezca imborrable en la memoria colectiva de todo un país. Otra parte, una minoría, llena de resentimiento y sinrazón, convencida por unos desalmados oportunistas, continuará con su abyecta teoría, que produce vergüenza e indignación. 

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Antonio Fernández-Montes Romero es socio de infoLibre.

El pasado día 11 de marzo se cumplieron 20 años del mayor atentado terrorista sufrido por nuestro país y en suelo europeo. El atentado perpetrado por terroristas yihadistas, perfectamente organizados y planificados, era la respuesta a la participación española en las guerras de Irak y Afganistán. Los atentados se produjeron en plena hora punta, el jueves de 11 de marzo de 2004. Entre las 7:30 y las 7:45 horas, 10 explosiones en cuatro trenes de cercanías provocaron la muerte de 192 personas y más de 2.000 heridos. Hombres, mujeres y jóvenes de 17 países que se dirigían a sus destinos: su trabajo, su universidad o cualquier otro en una ciudad que se despertaba para empezar una jornada más. Eran personas anónimas, normales y corrientes que en su rutina diaria tomaban un transporte público en una ciudad bulliciosa, abierta, cosmopolita, para atender sus quehaceres. El objetivo de los yihadistas era causar el mayor daño posible en su locura de venganza a través del terror. Terror para una sociedad como la española, acostumbrados al terrorismo de ETA, pero que no estábamos preparados para vivir aquella barbarie. La barbarie de una sinrazón que demuestra la peor condición del ser humano. Un atentado que nos atravesó a todos los ciudadanos, especialmente a los que vivimos en esta ciudad, que conocemos cada uno de los lugares de la tragedia y forman parte de nuestro día a día. 

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