Después del anuncio de subidas astronómicas de aranceles, prácticamente hemos visto florecer un nacionalismo económico no solo por parte del plantel político sino también por parte de los sindicatos y de todos los medios y tertulias. Quieren acreditar la idea de que, si queremos preservar los intereses de la clase trabajadora, debemos defender los intereses de nuestras empresas nacionales como si estos últimos y los nuestros coincidieran.
Todos los gobiernos del mundo intentan reaccionar ante las medidas arancelarias estadounidenses, cada uno en nombre de su propia burguesía capitalista, de manera que todos son partícipes de la actual escalada de dicha guerra comercial, incluso a sabiendas de que la situación podría degenerar en una confrontación armada. Aun así, el primer instinto por parte de dichos gobiernos es hacer que sus propios pueblos paguen la factura.
En una economía en la que la producción y el comercio son internacionales desde hace siglos, en la que la fabricación de cualquier producto, por español que fuese, requiere inevitablemente materias primas, máquinas e incluso, algunas veces, piezas procedentes de cualquier parte del mundo, querer acuñar la denominación “fabricado en España” o más comúnmente, “made in Spain” es absurda.
En una economía internacional, querer acuñar la denominación “fabricado en España” o, más comúnmente, “made in Spain” es absurda
Ese sello sólo sirve a las empresas del Ibex 35 para exigir más subvenciones por parte del Estado. Al abanderar la defensa de la llamada producción nacional, los partidos políticos y sindicatos, tanto de derecha como de izquierda, incluso algunos de extrema izquierda, se dedican a proponer como solución a los problemas vitales de la clase trabajadora lo que corresponde a los intereses de una fracción de la burguesía.
Esta demagogia nacionalista, favorita de la derecha y extrema derecha, hace mella en el conjunto de los partidos de izquierda presentes en las instituciones como en los sindicatos. Más allá de las diferencias meramente estéticas en cuanto a como la venden, todos están de acuerdo en que el Estado debe ayudar a la marca España, es decir, meter la mano en su bolsillo, que no es otro que el de todos, para subvencionar a las empresas que producen en España. Una manera de hacernos pagar la factura.
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Mario Diego Rodríguez es socio de infoLibre
Después del anuncio de subidas astronómicas de aranceles, prácticamente hemos visto florecer un nacionalismo económico no solo por parte del plantel político sino también por parte de los sindicatos y de todos los medios y tertulias. Quieren acreditar la idea de que, si queremos preservar los intereses de la clase trabajadora, debemos defender los intereses de nuestras empresas nacionales como si estos últimos y los nuestros coincidieran.