La corrosión (neoliberal) de las democracias

Albino Prada

Para entender el ascenso del trumpismo norteamericano y sus múltiples metástasis creo que es poco útil bucear en los diversos fascismos o populismos del pasado. Más bien convendría aclarar qué pasó en Estados Unidos para que ese ascenso fuese posible… y, lo que es peor, exportable. Tanto a la Rusia de Yeltsin-Putin o, antes, a la China de Deng-Jinping.

Sobre el origen de los trumpismos

En mi Crítica del Hipercapitalismo Digital (2019) anotaba como el centrismo neoliberal que compartieron Clinton, Bush u Obama dejó como resultado un Estado débil, del que los ricos se desentienden, abandonando a la sociedad a la jungla de la ley del más fuerte.

Cuando las élites libertario capitalistas de Wall Streett están por vivir en aguas internacionales (en islas y paraísos fiscales) se cosecha al mismo tiempo el declive y deslocalización (asiática) de la manufactura y la consiguiente pérdida de puestos de trabajo; la evaporación de la clase media; el incremento del número de pobres; un creciente índice de criminalidad; un floreciente tráfico de drogas; la decadencia de las ciudades…

El Estado se pondría al servicio de que unos pocos (...) se impongan a la voluntad de los muchos. Todo está decidido, si acaso, siempre entre márgenes muy estrechos.

Las élites (republicanas o demócratas) que definían los temas de discusión –la llamada agenda- habían perdido el contacto con el pueblo (algo que agónicamente buscó recuperar Biden).

Lo resume así a un reconocido analista de la sociedad norteamericana contemporánea, Christopher Lasch, en su libro La rebelión de las élites (1996). Lo traigo a consideración porque creo que define de forma esclarecedora las raíces profundas de la ruptura social que, dos décadas después, cristalizaría en la elección –para no pocos incomprensible– de Donald Trump como nuevo presidente de Estados Unidos.

Los intereses globales de esas élites cosmopolitas se frotarían las manos con la corrosión de las viejas democracias y el descrédito de lo político. Robert Alan Dahl, un muy prestigioso politólogo norteamericano, poco sospechoso de izquierdismo, razonaba por aquellos años en un lúcido ensayo, La democracia y sus críticos (1992), sobre lo que denominaba plutocracias, oligarquías o tutelajes en que estarían derivando las prometidas democracias. Un mero gobierno de los mercados, en el que los pocos (con frecuencia ricos y poderosos) se imponen con muy diversos trucos a los muchos. La infocracia de las GAFAM de la que ahora se habla.

Los demócratas de Estados Unidos (y en Europa socialdemócratas como Blair, González o Schroeder) habrían mutado entonces en cosmopolitas abducidos por los designios de la globalización económica, de la mano invisible, del rechazo de lo público y de las subidas de impuestos. Al mismo tiempo aparecían como culpables de la presunta perdida de la identidad nacional (a causa de una inmigración de la que sus críticos sacan buen provecho como empresarios negreros), cuando no de corrupción directa por los lobbies globalizadores que estaban construyendo la China post maoísta y la Rusia post soviética.

Y será entonces cuando triunfe un demagogo salvador como Donald Trump o sus metástasis internacionales (Brexit incluido). Para dejar hacer a las élites, tirar el Estado por el fregadero, envolverse en la patria y azuzar contra la inmigración. Prometiendo el regreso al pasado, a la ciudad de la infancia.

Otras mutaciones y corrosiones

El mismo viraje de las democracias occidentales lo resolverá la democracia popular china con máxima productividad dentro del PCCh. Siendo así que, de la misma forma que las democracias burguesas según el riguroso análisis de Robert A. Dahl habrían mutado paulatinamente en formas de tutelaje iliberal (plutocracias u oligarquías de facto), algo semejante habría sucedido con las autodenominadas democracias populares.

El Estado se pondría al servicio de que unos pocos (las élites tecnocráticas de tutelaje: los más ricos, más estudiados o presuntamente más virtuosos afiliados al Partido) se impongan a la voluntad de los muchos. Todo está decidido, si acaso, siempre entre márgenes muy estrechos.

Los mecanismos para conseguirlo serán variados y transferibles: que la delegación acabe siendo enajenación y el pueblo no tenga la última palabra (la tendrá el poder Judicial o el Ejecutivo-policial) o que las oportunidades reales de participación dependan de los recursos o conocimientos. Algo que se comprueba en una abstención electoral que disminuye al crecer el nivel de ingresos. Con el resultado de un creciente déficit democrático de los parlamentos nacionales, en relación a los asuntos e instituciones de la globalización e internacionalización (FMI, OMC, BM, etc.). Instituciones que se acaban gestionando con el pensamiento único de las elites tecnocráticas y burocráticas.

O con el uso de las TIC y la IA, no para una información y deliberación creativa, sino más bien para todo lo contrario: odio y fake news. Sin duda acertó Dahl al preguntarse hace tres décadas, “¿acaso las élites no podrán explotar las comunicaciones interactivas para manipular la opinión pública de modo que sirva a sus intereses?”.

Conclusiones

Los milmillonarios globales consideran gravoso e ineficiente un Estado Social y, más aún, la soberanía fiscal. Son secesionistas en un mundo sin fronteras y sin instituciones globales democráticas. Dentro y fuera, de su espacio vital geoestratégico, solo aceptan tecnocracias no electas que gestionen los recursos naturales, financieros, tecnológicos, o de armas según sus intereses.

Sobre las ruinas locales de esta deriva poco les importa que se aúpen líderes y grupos autoritarios, racistas y patrióticos por votantes convencidos de que la ley de la jungla, el dinero y el mercado siempre darán a los mejores su ración de consumismo y de ascenso social, mientras los perdedores o discrepantes serán confinados a su suerte.

Con metástasis en Estados Unidos, en China, en Rusia, en Brasil… Mientras en los contados países en los que pudo existir una vía socialdemócrata, su abducción por el centrismo neoliberal garantiza que las metástasis que aquí hemos caracterizado condicionen su agenda política más y más cada día que pasa. Por ejemplo, dentro de la OTAN. Y que en los que pudo haber transición al socialismo, lo único que quede sea una transición al consumismo.

También en España. Un centrismo neoliberal que alcanzó su clímax en las 24 horas de la reforma de la Constitución de Zapatero y Rajoy (artículo 135). Con lo que una contrarreforma sería hoy la prueba del algodón para poder hablar, o no, en serio de un pacto social inclusivo en la España del siglo XXI. Lejos de eso, me temo que tendremos centrismo neoliberal con mucha basura mediática. Y personajes de sobra para bailar esa música en La Moncloa.

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Albino Prada es socio de infoLibre

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