Aunque somos constantemente molestados por maniqueísmos de todas las clases, no tenemos —precisamente por ello— que entrar constantemente en la danza tan siniestra de dominantes y dominados, de seductores y seducidos.
Desde hace bastante tiempo, y hace una enormidad de siglos, se nos ha considerado, y además sin ninguna consideración, como atados y sujetos a una rueda de un destino que viene definido por dos bandos o bandas, que no cuatro, como suele pasar en algunos juegos de billar. Incluso si fueran cuatro las bandas, no sabemos con qué bolas o bulos nos la estamos jugando.
Nuestra experiencia nos ha podido hacer ver que cuando hay más de dos bandas, la diversidad de las bandas tienden a encerrarse, y nunca mejor dicho, en dos, igualito que los mandamientos del tan conocido decálogo, si bien echamos en falta el denominador común del amor, ya que uno de los bandos va inyectando, y siempre en vena, odio en vez de amor o, al menos, respeto.
Así, podemos observar, y cada día más a las claras, que hay una visión extemporánea, que pensábamos finiquitada, que va alimentando el odio, que se va haciendo secular, igual que en otros tiempos se hizo incluso clerical, si bien el poder, muy creído de sí, va conquistando tiempos y espacios, que tendrían que ser según una línea de progreso y de humanidad más cercanos a una conciencia democrática que a un repertorio autoritario, investido de un egregio supremacismo, sobre el que cabalga todo lo que nos toca soportar.
Sin embargo, tanto el adoctrinamiento expreso y descarado como el subliminal (podemos decir) por vía del troquelado (K. Lorenz), se van imponiendo en una convivencia de creyentes que no cuestionan el material de sus creencias, que les seduce sin saber cómo.
El poder, que no suele creer sino sólo en sí mismo, hace gala, en un totum revolutum, de facilitar creencias que no suele creerse ni él mismo, y que termina por seducir a una gran cantidad de creyentes que no se cuestionan nada. La buena voluntad de la gente, en el mejor de los casos, les hace seguir a su pastor, como si el pasto no se lo ofreciera la madre tierra.
El poder, que no suele creer sino sólo en sí mismo, hace gala, en un totum revolutum, de facilitar creencias que no suele creerse ni él mismo
Con todo, podemos ver que personas cultas suelen ser creyentes de lo que les dicen o cuentan aquellos creídos de una opción política propia o apropiada y cómo personas sin unos conocimientos extraordinarios nos llaman la atención por su lúcida sabiduría popular ya que no han tenido acceso a una cultura más elevada y, a la vez, general que estuviera al alcance de todos.
Así, podemos tener claro que muchos no podemos ser fieles de unas mismas doctrinas, sean políticas o religiosas. Hoy sabemos también que una doctrina política no es más adecuada para una cierta religión ni que una cierta religión es la más adecuada para una determinada opción política.
Podemos y queremos saber que, más pronto que tarde, nuestros conocimientos sean cada vez más claros y más ciertos y que nuestras emociones sean cada vez más generosas y desinteresadas, sin contaminaciones claramente suicidas, como podemos presenciar, cada día que pasa y cada noche que nos anestesia.
Además, podemos extender y ampliar nuestras miradas, sin gran esfuerzo añadido, cuando nos salta a la vista la poca educación, gentileza y delicadeza de los creídos y el seguimiento bastante ciego de su dócil parroquia, que suele tener a bien todas las maledicencias que sus creídos y queridos jefes esparcen sobre los que no se doblegan ante tamaños prejuicios, que se alzan sin demasiados ni válidos fundamentos y que dan en un fundamentalismo atroz que intenta inundarlo todo, como si de una dana, más que desbocada, se tratara.
Así podemos llegar, y cada día que pasa con más prisa y destemplados gestos, a un poco aconsejable simulacro democrático.
________________________________________
Jose María Barrionuevo Gil es socio de infoLibre.
Aunque somos constantemente molestados por maniqueísmos de todas las clases, no tenemos —precisamente por ello— que entrar constantemente en la danza tan siniestra de dominantes y dominados, de seductores y seducidos.