La desbandada parlamentaria

José María Barrionuevo Gil

Cuando no está el horno para bollos y mucho menos para “violines”, como los que nos hizo nuestra tía, al principio de los años cincuenta, es decepcionante el abrir el horno campesino de piedras y ladrillos refractarios y ver cómo los violines están hechos carbón. Así, de modo parecido, nos sentimos defraudados cuando se nos abren las puertas del Congreso de los Diputados y vemos que se ha convertido en un horno bastante refractario a la pacífica, además de educada y gratuita, participación de la ciudadanía en las jornadas electorales, horno en el que muchas de sus señorías, arrojan soflamas que no corresponden a la exquisita educación de la que, quizás, hacen gala. Ya, en algún momento, recordamos que, ni siquiera en libro alguno de texto de la denostada Formación Profesional podemos encontrar ningún glosario que contenga “los palabros” ni los improperios que algunas de sus señorías largan en las sesiones parlamentarias. O lo mismo (podemos pensar) su educación fue tan doctrinaria, amén de autoritaria, que perdido el miedo, que era lo único que habían cosechado en vez de educación, los deja en nuestros días en evidencia. 

Como todo el mundo puede saber, aquella indeseable “desbandá” fue provocada por un golpe de Estado que fracasó, pero que sembró tal miedo y que levantó el vuelo de una enorme desconfianza que causó el terror

Alternativamente a los mantras que corren entre el personal sobre el tema de la educación, cuando se dice que se ha perdido el respeto tenemos que recordar que la educación y el respeto no se pierden nunca, ya que seguimos respetando a todos, se trate de personas mayores o de humanos pequeños. En la piel de toro lo que había era miedo, no educación ni respeto. Quizás el endémico cainismo nos haya jugado alguna mala pasada, incluso superados, por imperativos de los años, los tiempos pasados de la Santa Inquisición. A finales de octubre pasado pudimos asistir al Primer Congreso Internacional de la “Desbandá”, celebrado en Mollina (Málaga). En este Congreso Internacional, que no nacional ni nacionalista, fuimos partícipes de lo que significó para muchísimos españoles la “desbandá” o “huía”, que ya venía desde la provincia de Cádiz y que siguió por la carretera de Almería. Pudimos contar con testimonios en primera persona de quienes la sufrieron, así como de hijos o nietos y familiares de quienes tuvieron que salir, costeando por la carretera, a cielo abierto, hasta Almería, Alicante, Barcelona o Francia. También contamos con estudios y trabajos de historiadores de España y del extranjero. Como todo el mundo puede saber, aquella indeseable “desbandá” fue provocada por un golpe de Estado que fracasó, pero que sembró tal miedo y que levantó el vuelo de una enorme desconfianza que causó el terror, con tantas proclamas militares de aquellos que en vez de defender los intereses de la ciudadanía de toda la nación española, la traicionaron con las mismas armas que legalmente se les habían concedido sin otro propósito que la defensa nacional.

La “desbandá” se produjo por las arengas que se propalaron por los medios de comunicación, que quedaron grabadas gravemente en una población que, culpabilizada y amenazada de muerte, se echó a la carretera de Almería desde Málaga. El incontable castigo militar por tierra, mar y aire sobre una población indefensa que huía no fue obstáculo para que los golpistas y simpatizantes remataran la faena con delaciones, venganzas... sin número, que sucedieron más tarde y que dejaron pequeñas las militares hazañas del bombardeo del fascismo internacional de Guernica, poco después. En estos días pasados del ya bien entrado siglo XXI, hemos podido saber de una extraña desbandada (así de fina) parlamentaria en nuestro Congreso de los Diputados, porque alguna diputada ha tenido que ser llamada “al orden” democrático y educativo (dicho sea de paso), porque a los de su grupo les trae sin cuidado “el orden” y el respeto y solo entienden el lenguaje de “la orden”, cuando dominan, aunque sea ilegalmente y son ellos los que mandan.

Es verdad, y lo sabemos todos, o al menos casi todos, que el parlamento no es un centro de rehabilitación, y hay que ir provistos y provistas de una educación mínima, aunque solo sea fundamental, porque ya llevamos unos añitos sorprendidos de la mala y hasta nefasta interpretación de la libertad de expresión. Pensándolo bien, cuando se producen estos tipos de desbandadas parlamentarias, podemos concluir que el personal se ha equivocado, por lo menos, de lugar y, aprovechando que los tiempos pueden ir cambiando a mejor para todos entre todos, se retiren a sus campamentos de invierno y cuenten sus inútiles batallitas, pasadas de rosca, a sus nietos.

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José María Barrionuevo Gil es socio de infoLibre

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