Distopía real (II)

Joaquín Navas Cabezas

Qué imaginación tenía en 1949 Orwell cuando escribió su obra1984 al plasmar, en una sociedad imaginaria, ese sistema de espionaje al que él mismo fue sometido en España durante su participación en la Guerra Civil. 

Una obra de terror si consideramos que habla de un estado totalitario, tipo Ayuso, donde "la guerra es la paz, la ignorancia es la fuerza, la libertad es la esclavitud" con posibilidad, eso sí, de poder tomar cañas, aunque el sistema busque la aniquilación del yo y la destrucción de la capacidad para reconocer el mundo real.

Orwell hablaba de luchas de poder e ignorancia en aquel Estado, Oceanía, en el que se desarrolla la trama de 1984.

Qué imaginación distópica tan irreal en aquel presente y tan real en este futuro que nos describe esa forma de controlarnos todos y cada uno de nuestros movimientos, con esa ventana pequeña, cargada de sombras, que nos acompaña las 24 horas, que informa de nuestra ubicación exacta en cada momento y que nos deroga nuestros derechos constitucionales al servir como prueba de cargo en cualquier tribunal denominado de justicia. 

Quién le iba a decir a Orwell que su sistema de espionaje distópico sería en el futuro tan real y a la vez tan sobrepasado a esa imaginación que recoge y almacena datos continuamente sobre nuestra ubicación, nuestro estado psicológico, nuestro perfil humano, nuestros pensamientos, nuestras conversaciones, nuestros datos económicos, de salud, etcétera. Que puede, como decía, invertir la carga de la prueba y cancelar nuestros derechos constitucionales al vernos obligados a facilitar esos datos en nuestra contra antes, incluso, de haber indicios sólidos para la imputación. Unos derechos, tan cacareados ahora, como el famoso de presunción de inocencia.

Quién le iba a decir a Orwell que la realidad española superaría su ficción con la imputación del Fiscal General del Estado (FGE) por presunta revelación de secretos al que pretenden condenar con su propia prueba y para ello (para inicialmente imputarlo por revelación de secretos) el tribunal, presuntamente, revela información sensible haciendo públicos secretos de Estado. Hasta dónde llega la influencia del partido de la oposición con su P.ermanente P.aradoja en el mundo judicial. ¿Dónde están las asociaciones de jueces y fiscales (que salieron en tromba contra la opinión de la vicepresidenta del Gobierno) reclamando la presunción de inocencia del Sr. García Ortiz? ¿Acaso el Sr. Alves dispone del derecho constitucional y el FGE no?

Y dónde estaban y están esas asociaciones ante los ataques al Tribunal Constitucional desde las filas de la derecha reaccionaria y golpista, desde el mundo de la judicatura y desde el propio TC.

Un fin que justifica los medios. Un fin que hace público, con la presunta filtración, los secretos de estado en manos de la ultraderecha, que nos pone en peligro a todos

Quién lo podía pensar, no sólo en 1949 sino hace 13 años cuando el juez Garzón fue expulsado de la judicatura de forma "injusta, arbitraria, parcial" por el Supremo por intervenir, con todas las garantías, conversaciones de los delincuentes para evitar el blanqueo de capitales y que después ese mismo tribunal imputaría sin pruebas al FGE, para presuntamente allanar, requisar, indagar e intervenir su terminal telefónico (lleno de secretos de Estado) buscando esa prueba de cargo. 

Un fin que justifica los medios. Un fin que hace público, con la presunta filtración, los secretos de Estado en manos de la ultraderecha, que nos pone en peligro a todos. 

Cómo imaginarse en esta sociedad regida por, entre otros, el Estado de Derecho, que al no encontrar los indicios buscados se involucrarían, más aún, en esos secretos de Estado y se harían partícipes a empresas internacionales como WhatsApp y Google, a las que se les solicita los mensajes borrados por motivos de seguridad por el Fiscal General. Todo ello para crear sombras y no permitir ver la realidad de que el entorno familiar de la líder de esa españa (con minúscula) dentro de España se forró con las mascarillas y encima no declaró los beneficios al fisco de forma burda, presuntamente, claro.

Qué estarán diciendo de nosotros los verdaderos estados democráticos de nuestro entorno. Qué dirán aquellos no afectados por la estupidez de la que habla con su teoría, Dietrich Bonhoeffer, cuando ven que en este país, además del rey, hay como mínimo 5.400 jueces y magistrados que podrían actuar como políticos con toga con total impunidad. Luego nos preguntamos por la desafección de los ciudadanos que, cada vez más, creemos que estamos en esa dictadura perfecta con apariencia de democracia tipo Huxley.

Todo esto nos lleva a constatar, además, que no sólo no podemos apostatar de la Iglesia católica, sino que tampoco podemos hacerlo de Facebook o de WhatsApp a pesar del derecho de supresión o cancelación de las leyes de protección de datos.

Quién le iba a decir a Orwell que la sociedad presentada en su novela sería superada por la realidad en un país lleno de telepantallas (cámaras de vigilancia) tecnológicamente avanzadas que nos miden la velocidad a la que circulamos, con radares de tierra y aéreos, gestionados por militares adscritos a una unidad recaudatoria que no rinde cuentas de lo recaudado y que no emplea esos recursos económicos en solventar los puntos negros donde más accidentes de tráfico existen. Una unidad de recaudación nacional que consigue romper uno de los principios que regían los procedimientos penales, el de intervención mínima.

Un mundo totalmente contradictorio con interpretaciones más que torticeras al que nos tienen sometidos unos anticonstitucionalistas ávidos de poder. Qué imaginación tenía en 1932 Huxley cuando escribió su obra Un Mundo feliz...

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Joaquín Navas Cabezas es socio de infoLibre.

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