España, ¡olé!

Javier C. Fernández Niño

Anunciase en todos los medios, audiovisuales y escritos, el gran festejo que se avecina: Albertiño, “neno A Peroja”, lidiará con seis toros bravos ¡seis! Excepcional espectáculo taurino organizado por la empresa “El Debate”.

Llegado el día del acontecimiento, vístese el artista con sus mejores galas: traje de luces azul cielo, con incrustaciones blancas a modo de gaviotas, pulserita rojigualda y el mundo por montera. No se puede negar que así ataviado tiene el maestro buena planta.

Se anuncia al primero de la tarde: “Pitoniso”, de la ganadería “La Económica”. Albertiño lo desea pequeño, flojo de manos, manso y ciego. No acierta ni una. Lo que imaginó desastre se convierte en un morlaco vigoroso, grande, noble y con un objetivo claro: que toda la plaza reconozca su buen paso y fortaleza. Pegado a la puerta de cuadrillas, el diestro (muy diestro) lo deja pasar sin hacerle el menor caso hasta que desaparece por la de arrastre, tras vuelta al ruedo. División de opiniones: entre unos “qué hace éste” y otros “tanta hechura como poco valor”.

Clarines. El segundo: "Extranjero", de la ganadería “Independiente”. Incómodo, malcarado y protestón. Intenta saltar a los tendidos para embestir al respetable. “Albertiño” lo observa desde el callejón y ordena que entren en escena los picadores. Puyazo profundo. No es suficiente. Otro más, otro más... hasta siete. Yace sin fuerzas el astado en el ruedo. Apuntillado allí mismo, salen las mulillas, mientras el héroe saluda desde los medios, respondiendo a la algarabía de los tendidos de sombra. (En los alrededores de la plaza crecen las protestas por tamaña salvajada, hasta tomar tintes sediciosos. Interviene contundente la fuerza pública).

Llega el tercero. Mentiroso, marcado con el hierro de “La Auténtica”. Éste le puede venir muy bien. No en balde, desde sus comienzos, fue y es conocido como el “maestro del engaño”. Ambos se plantan: frente a frente. El respetable grita: “¡Pónsela!, ¡pónsela!”. Avanza despacito “Albertiño” unos pasos con la muleta al costado, e inmediatamente la quita, iniciando una apresurada marcha hacia el burladero, en donde, ciertamente, se encuentra mucho más seguro. Reclama los máximos trofeos pese a ser el impulsor de la teoría de que éstos se entregaren a quien más pases diere, sin tener en cuenta si esos pases pudieran constituir faena. "Mentiroso" regresa sobre sus pasos y los monosabios lo encaminan en dirección a chiqueros. Así será posible volver a sacarlo, cuantas veces fuere menester, para su lidia. Silencio.

Más clarines. El cuarto. De nombre “Barrerito”, que luce la divisa verde de “La Nostalgia” en el morrillo. Un meano, cojo, cuernigordo y convenientemente afeitado. Se pide su devolución. No es aceptada. Desde el callejón, el diestro (menos diestro), lo mira con menor recelo que admiración: el deseo del triunfo todo lo puede. Su moza de espadas le empuja al tiempo que le clava la punta del estoque en la espalda. No se observa herida y un murmurado “lo siento” se oye en las cercanías. Resbalón y caída ante la testuz del bravo (no tan bravo), que escarba y escarba y tira derrotes a derecha e izquierda. Finalmente, “Barrerito” se humilla refugiado en tablas. Alza la figura el diestro ante el animal y pide el indulto. Ambos salen por la puerta grande ante el delirio de los tendidos de mayor precio.

Ya aparece el quinto por la puerta de toriles, de nombre “Arrejuntao”, de la afamada ganadería “Soliloquios”. Invitados a la lidia otras grandes figuras, “Albertiño” se siente capaz de salir airoso mediante faena de aliño. En caso de apuro, alberga la esperanza de que alguno de ellos le hagan un quite por chicuelinas, o que distraiga al público con algún recorte espectacular. Finaliza la lidia de este “Arrejuntao” con los diestros enzarzados en quién maneja mejor las suertes y, desde cierta distancia, pretenden torearlo todos a la vez, con lo que el bicho salta al callejón buscando una salida. Algunos pitos.

Parece ser que el día 23 del mes próximo están convocados todos los estamentos de este noble arte, fecha en la que se dirimirá si se prosigue con el actual Reglamento o si se revoca y renueva

Resuenan timbales y clarines en el coso. Ordena el presidente música, y sobrevuelan por el ruedo, desde su centro hasta las andanadas, los acordes de “España, cañí”. El sexto, de nombre “Colorao”, un encendido astifino de la ganadería “El Sanchismo”. Para aumentar su valor, “Albertiño” toma un chupito que le ofrece su apoderado (“Marinero”, el hijo de Rodrigo), quien le asegura darle buen resultado esta estratagema en trances complicados, y se dispone a recibir al bravo a puerta gayola. Mientras espera la apertura del portón, recuerda los múltiples revolcones que ha sufrido con vaquillas y novillos de esta misma ganadería, en capeas y tentaderos, sobre el albero de “El Senado”. Y recuerda cómo tanto sus intentos de toreo al natural, por el pitón derecho, como las trincherillas y el pase del desprecio por el pitón izquierdo, acabaron de la misma forma: rodando por la arena, aunque por fortuna, sin necesidad de acudir a la enfermería. Tiemblan sus rodillas al compás del trote del morlaco, y se abre de par en par el portón. Es asomar la cabeza “Colorao” y el primer espada emula a su gran maestro Joaquín Rodríguez Ortega Cagancho”, saliendo en espantá, saltando la barrera y perdiéndose entre la multitud por algún vomitorio. Bronca.

Parece ser que el día 23 del mes próximo están convocados todos los estamentos de este noble arte, fecha en la que se dirimirá si se prosigue con el actual Reglamento o si se revoca y renueva. Quizás sea buen momento para pedirle (o exigirle) a tan singular torero que se corte la coleta.

(Nota: Aunque pueda parecer lo contrario, soy un firme abolicionista de todas las manifestaciones mal llamadas culturales relacionadas con la tauromaquia, admitiendo la duda de incluir en ellas a los encierros de San Fermín.)

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Javier C. Fernández Niño es socio de infoLibre.

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