Ética para Cotten

Carlos L. Keller

El pasado sábado Fernando Savater recordaba en El País sus películas favoritas; entre ellas, El tercer hombre, de Carol Reed. Una de las mejores películas de la historia, sin duda alguna; es extraordinaria no solo por su argumento o su producción sino por la forma en que todos los elementos de su engranaje, desde la iluminación hasta la música, encajan con una solidez y precisión insólita: nada falta, nada sobra. Todo en ella es una soberbia sombra llena de acordes; todo, una música en blanco y negro.

No es la primera vez que Savater la menciona entre sus películas de referencia; ya lo hizo hace años en una columna titulada Inolvidable. Tras reconocer haberla visto cien veces, hacía un emotivo repaso a sus intérpretes, desde el “malvado insuperable” interpretado por Orson Welles hasta el “noble” Joseph Cotten. ¿Pero realmente es así? No vayamos tan rápido. 

Los guiones y novelas de Graham Greene no encajan en el estereotipo de temática policíaca o de espías al uso. Muchos de ellos recogen historias que profundizan en el perfil moral de los protagonistas, a quienes Greene insiste en colocar en encrucijadas éticas de las que nunca salen indemnes. Estos dilemas conforman el verdadero contenido del relato. Así sucede en El tercer hombre

Dice Savater en su columna del sábado que “los amigos son como cualquier otro bien esencial, cuantos menos hay más sube su valía”. Si solo tienes uno, su valor será infinito

El argumento es conocido: Joseph Cotten hace el papel de un escritor mediocre que se traslada a vivir a Viena porque un amigo de la infancia, interpretado por Orson Welles, le ha ofrecido un trabajo. Tras llegar, y después de diversas vicisitudes, la policía le comunica que su amigo es un delincuente en busca y captura y le pide que, cuando quede con él, informe del lugar y hora de la cita. Joseph Cotten así lo hace: traiciona a su amigo, acude a la cita acompañado de la policía y finalmente matan a Orson Welles. El propio Cotten le dispara el tiro de gracia. ¿Qué tiene esto de noble? El juicio moral de la película nos lo ofrece el papel de Alida Valli, que interpreta a la novia de Orson Welles. En la última escena de la película, durísima y maravillosa, la chica muestra su largo, largo e insondable desprecio al traidor. 

Dice Savater en su columna del sábado que “los amigos son como cualquier otro bien esencial, cuantos menos hay más sube su valía”. Si solo tienes uno, su valor será infinito. Al comienzo de la película, Cotten tenía apenas un amigo; sin familia, sin trabajo, sin nada que le ate, abandona su país convocado por su fiel camarada. Al final de la película no tiene nada, ni familia, ni trabajo, ni novia (en efecto, el bueno de Cotten quiso levantarle la chica a Orson Welles), ni amigo, ni nada. 

La película nos deja una clara reflexión: ¿podemos llamar íntegra a una persona que traiciona una amistad? Es evidente que no. Beccaria nos recordará que la traición es siempre detestable “incluso entre criminales”; cuánto más lo será entre amigos. Decirlo será obvio, pero también necesario: a un amigo no se le traiciona ni se le delata nunca, aunque sea un delincuente. En fin, salvando la dudosa y maniquea costumbre de etiquetar a buenos y malos en las películas, lo tengo claro: en El tercer hombre, el malo es Joseph Cotten. 

En todo caso, hay gente que puede tener dudas u opinar otra cosa, dependiendo de su idea de la amistad. De ahí la hondura de la encrucijada y la complejidad de las opciones en juego. En la tesitura planteada, Savater entiende que Cotten actuó con nobleza. Yo, por el contrario, creo que actuó como un miserable.

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Carlos L. Keller es socio de infoLibre.

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