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¿Desde cuándo sobran los viejos?

Francisco Javier Herrera Navarro

Tengo la ligera impresión de que los viejos sobran (no digo "sobramos" porque estoy en ese linde donde siendo mayor, aún no se es viejo o anciano) desde hace unos cuantos años. No hace mucho los progenitores que alcanzaban la viudedad, la ancianidad o la vejez con todas sus secuelas degenerativas eran cuidados por sus hijos, con no pocas dificultades, lo que ocasionaba no pocos problemas en el seno de su familia. Conozco casos muy cercanos de abnegación e incluso de sacrificio personal que han antepuesto los deberes hacia los padres a los de sus parejas e hijos. No pido eso. Sólo constato que las normas emanadas de los sentimientos del amor filial y del mandamiento "honrar al padre y a la madre" primaban sobre otras que ahora considero detestables desde una mínima consideración moral y humana.

El caso es que, de pronto, los viejos empezaron a ser un estorbo, a ser recluidos en guetos, en arcenes y ahora en cunetas legalmente establecidas, para luego ser almacenados sus restos en urnas y sin testigos; se trataba de que ocuparan el mínimo espacio posible y molestaran menos. ¿Qué ha sucedido para que se haya pasado al otro extremo, al extremo colindante con el exterminio selectivo, que se negocie y trapichee con ellos, con su enfermedad, con su muerte, como si se tratara de unas monedas de cambio más en los intereses y en la refriega política?

Confieso que me asquea hablar del tema pero voy a intentar un mínimo de frialdad analítica porque es la única forma de no caer presa del vómito. Antaño, no ha mucho, ante los peligros más extremos de catástrofes y accidentes, los protocolos de actuación primaban a las mujeres y niños y después a los ancianos, viejos o mayores. ¿A santo de qué ahora esos protocolos ya no funcionan y tenemos que vernos sometidos a una suerte de silente exterminio?

No hay otra razón (y no quiero extenderme sobre otras cuestiones de orden físico y de edad) diferente al hecho de que los detentadores del poder, publicitados por todos los medios mal llamados sociales, son incapaces de la más mínima ejemplaridad y de hacer creíbles sus proclamas, consejos o manifestaciones por la sencilla razón de que en su inmadurez están esencialmente infradotados para regir el destino de quienes no sean como ellos: carecen de la empatía, del respeto o de la inteligencia necesarias para no considerar a un viejo como un desecho, como una prenda ya inútil e inservible.

Y así nos va.

¿Quién se va a creer a esa manada de incompetentes que utilizando el estrado de las instituciones públicas claman defender a los mayores cuando la realidad bien distinta es que los mandan literalmente al crematorio en una muerte anticipada? Por eso no me extraña que, debido a su esencial incongruencia, estén procediendo en su sana inconsciencia a un exterminio selectivo de la especie matando -sí, matando- a los más débiles.

Pero hay más: esa insensibilidad que sólo puede provenir del padecimiento de enfermedades políticas infantiles o de una puerilidad socialmente dominante (de la que hablaban tanto Lenin como Ortega, cada uno en su ámbito), se ha cebado con la generación que en España ha luchado contra la dictadura y por la democracia; es como si esos descendientes de la gente bien de siempre quisieran diseñar un cortafuegos exclusivo y así crear un alzheimer colectivo que lograra la impunidad eterna a sus desmanes.

Sólo hace falta ver en qué ha quedado reducido algo tan teóricamente serio como el Senado: a un reducto de improductivos ceros a la izquierda, estómagos agradecidos al jerarca o de jóvenes imberbes que contradicen en su más pura esencia el concepto del senator, por etimología sinónimo de la experiencia, el sentido común y la mesura en la cosa pública.

Pero para más inri me parece estar asistiendo a la representación de una broma macabra: sostenedores del sistema en los momentos de máxima crisis económica gracias a nuestras pensiones, sostenedores del equilibrio familiar ejerciendo de segundos padres en todos los elementos que conforman el hogar, cuidadores, asistentes, ayudantes imprescindibles ¿por qué hemos de asistir a nuestra propia eliminación del mapa social? Sólo lo entiendo como consecuencia de ese efecto bumerang de la ceguera suicida que domina a la derecha en su negacionismo ultra y en su codicia por alcanzar el poder a costa incluso de su propia razón de ser ideológica.

Lo dicho, es incomprensible esa actitud selectiva de la especie salvo que la inquina sea más efectiva con los viejos y ancianos que no son de su clase, pues me cuesta mucho trabajo creer que haya habido muchos muertos en residencias de ancianos procedentes de las clases más pudientes (¿hay datos por cierto al respecto?). Una razón más para que salgamos de esta pandemia reivindicando residencias públicas de mayores de la más alta calidad y eficacia, u otros sistemas más avanzados en el cuidado y asistencia que ya empiezan a funcionar en los países nórdicos.

No quiero ni es deseable que haya hijos que sacrifiquen sus vidas por la supervivencia de sus progenitores y que por ellos pongan en peligro sus matrimonios o parejas, pero tampoco es tolerable que se aprovechen situaciones extremas como la que vivimos para tirar a la basura y aniquilar a los seres humanos que nos sobran en virtud del negocio y de la codicia. Lo primero no es tolerable; lo segundo es un crimen. Y espero que los responsables paguen en justicia, si es que existe, lo que cada día que pasa dudo más.

Francisco Javier Herrera Navarro es socio de infoLibre

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