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Teletrabajar no es conciliar

Pilar Laura Mateo

Durante esta pandemia el país ha sufrido, además de la dura pérdida en vidas humanas, el afloramiento de un montón de desigualdades, más o menos ocultas, que han puesto de manifiesto, de manera descarnada, que nuestro sistema no es tan sólido como parecía, ni nuestra cacareada sociedad de bienestar tan firme como ciertos políticos nos querían hacer creer. La sanidad se ha revelado claramente insuficiente para abordar el Covid19 y, en varios momentos, se ha visto a un paso del colapso; la educación ha hecho emerger la brecha digital y la flagrante desigualdad entre un alumnado sin habitación propia y sin acceso a la web y otro con toda la tecnología a su alcance; las residencias de mayores han experimentado una mortandad que nos habla de condiciones higiénicas sumamente defectuosas y de un reparto discriminatorio de los recursos sanitarios, por no hablar de la vergonzosa situación de hacinamiento que sufren los temporeros que recogen la fruta o de la insolidaridad social que han practicado ciertos colectivos.

Ahora, al finalizar las vacaciones, llega la vuelta al cole y nuevos fantasmas han hecho su aparición, nuevas situaciones no contempladas ni protegidas por la ley, que agravan las brechas salariales y la desigualdad entre sexos. Me refiero al tema de la conciliación, pues si en el anterior estado de alarma, las familias asumieron el coste del cierre de los centros educativos, incluso cuando se trataba de madres y padres que pertenecían a servicios esenciales, hoy ya no es de recibo mantener la misma solución si hay que guardar cuarentenas o cuidar enfermos dentro del núcleo familiar. De hecho, durante los meses más duros de la pandemia el mensaje respecto a esta cuestión parecía claro; hay que hacer planes específicos de conciliación para facilitar que la vida vuelva a fluir en la “nueva normalidad”. Sin embargo, casi seis meses más tarde, sigue sin haber ningún tipo de prestación específica, ni solución para los progenitores que se vean obligados a reducir sus jornadas de trabajo por el cuidado de hijos y/o familiares.

En estos momentos todas las comunidades autónomas trabajan en una vuelta segura a las aulas y es evidente que esa vuelta no es posible en los mismos términos que el curso pasado, cuando los abuelos y abuelas eran los auténticos pilares de esa conciliación. El problema apremia. ¿Y si no se puede llevar a los niños al cole por una cuarentena inesperada, qué haces? ¿Renuncias a tu trabajo? Y si no queda otro remedio. ¿Quién tiene que renunciar? Como suele suceder son masivamente las mujeres las que acaban renunciando porque ganan menos, porque cuidan mejor, porque son más sacrificadas…. Ellas, que, por cierto, están sufriendo multiplicadas las consecuencias de la crisis económica derivada de la pandemia. (Véase: El desempleo en agosto tiene género.)

En la primavera, el teletrabajo solventó de manera básica el conflicto, pero en estos momentos continuar haciéndolo en las mismas condiciones que al principio ya no es una respuesta válida. Desde luego, el teletrabajo ha representado una alternativa a la situación de muchas empresas y una herramienta con ventajas, como evitar los desplazamientos largos al lugar de trabajo y paliar la contaminación del aire, pero también tiene inconvenientes como tener que comunicarse con los demás a través de una pantalla, entrar en un aislamiento nada positivo o no disponer de un lugar suficientemente espacioso en casa para poder trabajar. En cualquier caso, su desarrollo está propiciando desafíos y problemas que habrá que resolver lo antes posible. El primero, a mi juicio, es combatir la idea, que en algunos ámbitos se está extendiendo peligrosamente, de que el teletrabajo es una conciliación barata, porque ¿cómo gestionar el cuidado de los hijos/as, sin escuelas, de los mayores y dependientes, sin residencias sin aumentar el esfuerzo y el trabajo dedicado a la familia? Y en esta situación ¿ayuda el hacer horas y más horas de teletrabajo que no contabilizan como tales?

Desgraciadamente, en estos meses, esa alternativa que surgió como una solución circunstancial se ha convertido para muchas mujeres en una pesada mochila, que las hace especialmente vulnerables en todos los sentidos, pues hace aún más invisible, si cabe, la doble y tiple jornada que deben soportar. Esto puede derivar en que la reducción de horas de trabajo o la excedencia de la madre aparezcan en el horizonte como la única solución para sobrellevar ese agobio. Es decir, volvemos a lo de siempre, a la renuncia de las mujeres. La renuncia para quedarse más y más atrás en la promoción laboral, en los derechos, en la independencia económica, en la cotización para la jubilación...

Así pues, la pregunta es ¿cómo se está contemplando desde el poder esta cuestión? ¿Cómo viven las mujeres esta incongruencia? Generalmente nosotras tenemos más dificultades para encontrar empleos estables, con lo cual estaríamos lanzando un misil a la línea de flotación de nuestra, ya de por sí, precaria situación en el mercado laboral y, por ende, agrandando la desigualdad estructural entre sexos, que en cada crisis crece sin tregua.

Según el reconocido estudio de Nielsen (1), las mujeres españolas son las más estresadas de Europa y el motivo fundamental de ese estrés es la obligación de conciliar, muchas veces en solitario, la vida profesional con la familiar. La salud es lo primero, pero no podemos convertir el teletrabajo en otro instrumento para debilitar la situación de las mujeres y aumentar su desigualdad sumando así otra vergüenza social a las que ya han emergido en esta pandemia. La situación apremia, no coloquemos otra vez sobre los hombros de las mujeres las peores consecuencias de la actual crisis, obligándolas a retroceder en sus derechos ganados con tanto esfuerzo.

La clase política en su conjunto junto con los interlocutores sociales (empresas y sindicatos) deberían elaborar una buena ley de conciliación y una regulación del teletrabajo que evite los abusos y permita una conciliación más justa y equitativa, compensando las posibles discriminaciones que puedan producirse entre los sexos. Es lo justo, pero para ello tendrán que ponerse a trabajar ya.

(1) Según el estudio La mujer del mañana, (2012) realizado en 21 países por la consultora Nielsen, el 66% de las españolas se sienten estresadas y presionadas, afirman que apenas tienen tiempo para dedicarse a sí mismas.

                                                                                                           Pilar Laura Mateo es escritora y socia de infoLibre

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