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Cultura

Billy el Niño, el "sádico" torturador que escapó a la justicia

Fotograma de 'Billy', un documental de Max Lemcke.

El cineasta Max Lemcke y su equipo recibieron dos muy malas noticias durante el confinamiento estricto de la pasada primavera. Primero, en marzo, al poco de haberse aprobado aquel primer estado de alarma, la muerte de Chato Galante, militante antifranquista y preso de la dictadura que dedicó las últimas décadas de su vida a denunciar las torturas sufridas a manos de la policía del régimen. Un par de meses más tarde, en mayo, llegó el segundo palo: la muerte del inspector Antonio González Pacheco, conocido como Billy el Niño, miembro de la Brigada Político-Social y precisamente torturador de Galante antes de que fuera internado en la cárcel de Carabanchel. Pacheco era también el protagonista de Billy, el documental en el que trabajaban, sobre las torturas policiales en los últimos años del régimen, los que inauguraron la Transición. Dos muertes que dolían por distintos motivos y que dejaban un proceso inacabado.

“Fue un shock”, dice Lemche a este periódico a un par de semanas de que empiece el Festival de Sevilla (del 6 al 14 de noviembre), donde se estrena el documental. “Lo primero que recuerdo es un terrible shock. Lo segundo fue pensar en toda la gente a la que habíamos estado entrevistando, y en que se iban a sentir defraudados, dolidos, como que Pacheco se había reído finalmente de ellos otra vez, incluso con la muerte”. Como dice el director, no era la primera vez que Billy el Niño burlaba los deseos de las numerosas víctimas que le denunciaron. Trabajó como inspector del Cuerpo Nacional de Policía democrático, contaba con cinco condecoraciones al mérito y, cuando la querella argentina, el único proceso abierto contra los crímenes del franquismo, le reclamó para investigarle, la Audiencia Nacional negó su extradición. Su muerte trascendía el documental. Pero también le afectaba: le robaba a su principal protagonista y la posibilidad de influir en la investigación judicial de sus crímenes. “Intentamos salvarlo, claro. De una forma creativa quizás introduciendo todo esto en el documental y rodando durante el confinamiento”. Así, se alternan entrevistas grabadas cara a cara, también con Chato Galante, con otras mantenidas ya de manera virtual.

Josefa Rodríguez, Asturias, militante antifranquista, en el documental Billy, de Max Lemcke.

El documental aborda la posible implicación de González Pacheco en el asesinato de Enrique Ruano, el joven estudiante que murió bajo custodia policial tras, según la versión oficial del régimen, arrojarse por la ventana de un séptimo piso. Algunas de sus víctimas le describen como un “matón”, alguien que “disfrutaba torturando”. “Lo recuerdo, una vez, colgado, dándome patadas de karate”, decía Chato Galante. La escritora Roser Rius, militante en su juventud de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), habla de un “proceso” que se repetía en cada sesión de tortura “paso a paso”: tandas de golpes, colgadura de una barra para dañar la planta de los pies, el “quirófano”, que consistía en atarles a una mesa y propinarles golpes en el pecho para generar una sensación de ahogamiento... Conductas de este tipo atestiguan también el entonces militante del PCE José Luis Úriz, la que sería militante del Partido Feminista Lidia Falcón, el militante de la LCR Javier Navascués, la militante de la LCR Ángela Gutiérrez, la militante de la LCR Azucena Rodríguez... Resulta especialmente duro el testimonio la militante del FRAP Josefa Rodríguez, AsturiasAsturias, que asegura seguir teniendo secuelas de las torturas y que llega a pedir perdón ante la cámara por haberse “derrumbado” y haber dado información a la policía. “Fue muy duro”, dice entre lágrimas en el documental.

Roser Rius pone sobre la mesa uno de los asuntos más complejos en torno a la figura de Billy el Niño: “A mí no me gusta la singularización de este tipo”, dice en el documental, “porque este no fue un caso aislado. Eran un colectivo de torturadores y maltratadores, la policía del régimen se dedicaba a esto”. A la vez, ahí están las narraciones de los entrevistados y el hecho de que haya sido precisamente González Pacheco el que se les haya quedado en la memoria y que le recuerden como especialmente “sádico”. “Es cierto”, reflexiona Max Lemcke. “Pero nos hemos centrado en la figura de Pacheco, primero porque era el que había generado un mayor número de víctimas, al menos en la ciudad de Madrid y entre ciertos círculos. Hay muchos Billy que no son tan famosos, que no se les ha juzgado ni se les va a juzgar, pero este era especialmente llamativo. Le gustaba que le llamaran Billy el Niño, iba a la universidad haciendo ostentación de su revólver, le encantaba pasearse y que la gente le temiera”. Cinematográficamente, el personaje tiene un interés particular: la película se construye también con metraje de distintas obras del wéstern que recrean al mítico Billy el Niño. “El pistolero, el Billy el Niño original, paradójicamente fue muy respetado. Nosotros usamos ese recurso incluso para ridiculizar al Billy Pacheco. Porque es la única manera en que hemos podido resarcirnos”, dice el cineasta.

El documental se esfuerza también por ir más allá de esta figura terrorífica pero extrañamente carismática. “Dijo aquello de bueno, tú crees que acabará la dictadura, pero los regímenes cambian y las policías permanecen. Y parece que tenía razón”, recuerda Javier Navascués en el documental. La cinta es muy crítica con el proceso de Transición política, que Lemcke define como “una de las más violentas de Europa” y del relato de consenso y acuerdo construido en torno a ella. “Testimonios como estos nos muestran que la estupenda Transición no lo fue tanto, con todo el respeto a todas esas gentes que la hicieron y que lucharon, y va siendo hora de ponerla en tela de juicio”, reivindica Lemcke. Pone una lista de tareas: “limpiar el nombre de los represaliados” y “juzgar las torturas”, procesos que por su naturaleza deben ser acometidos por el Estado, pero también “poder hablar de esas cosas que ocurrieron”, sobre todo mirando a las nuevas generaciones, en las que ve “un delirante vacío histórico”. “Aquí no se ha querido hablar de lo que pasó entre el final de la Guerra Civil y el 78. La única manera de sanarse como sociedad es hablar de ello, y hablar de todo”, reivindica el director.

Quienes ofrecen su testimonio en Billy eran veinteañeros cuando fueron torturados en la Dirección General de Seguridad, cuya sede, la Casa de Correos en plena Puerta del Sol, acoge hoy la presidencia de la Comunidad de Madrid. Han pasado toda su vida adulta sin que se reconozca públicamente el daño que se les causó, dice Lemcke. “Yo me he encontrado con gente, hombres y mujeres fuertes y valientes, que no han podido superar el sufrimiento. Y también con gente que no ha podido hablar aún a estas alturas, que no quiere recordar”. La muerte de González Pacheco deja un inevitable pesimismo: si él era el torturador franquista más conocido, y no será juzgado, cómo se puede confiar en una condena judicial para otros culpables. Pese al desánimo generalizado de estos meses Lemcke quiere confiar. Confiar en que, al menos, las historias de aquellos veinteañeros “a quienes golpearon y humillaron y a quienes les marcaron la juventud” sirva ahora a otros veinteañeros, y que estos estén decididos a que no vuelva a ocurrir. 

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