¿Monja de clausura a los 17? Ruiz de Azúa indaga en la llamada de Dios: "Ellas lo viven como un primer amor"

Ainara (Blanca Soroa) es una joven de 17 años en ese momento crucial en el que hay que decidir qué carrera universitaria estudiar. Su madre murió hace no tanto y su relación con su padre es tan aparentemente convencional como distante a esa edad. Pero hay un hueco que no consigue llenar hasta que de repente empieza a sentir la llamada de la vocación religiosa. Con tanta potencia que valora incluso, para estupor de su familia y amigas, convertirse en monja de clausura.

Ese es el motor de Los domingos, la segunda película como guionista y directora de Alauda Ruiz de Azúa (Barakaldo, 1978) tras el éxito de Cinco lobitos (2022) y de la serie Querer (2024). Un largometraje que llega este 24 de octubre a los cines y que, como en estos otros títulos, pone al espectador ante multitud de interrogantes y disyuntivas, todas ellas incómodas, siendo la principal de todas ellas la gran pregunta del millón: ¿es una cuestión de fe verdadera o la muchacha está siendo manipulada por su vulnerabilidad?

"Esa es la gran pregunta que sostiene la película. Hasta qué punto esa vocación religiosa es algo absolutamente genuino o espiritual, o está de alguna manera más construida por el mundo adulto, tanto el religioso como el familiar que rodea a la chica", plantea a infoLibre la cineasta, señalando, más allá del entorno más cercano, a ese joven sacerdote que ejerce como padre espiritual de la menor. "He intentado elegir las situaciones que a mí me parecían más cuestionables", apostilla. "Que el espectador se cuestione hasta qué punto una menor en esa situación, hablando de según qué cosas con un adulto, es acompañar en una búsqueda espiritual o se puede estar dando otro tipo de proceso", añade.

Para Miguel Garcés, que interpreta al padre de la chica, Los domingos es una cinta que crea una "incomodidad buena", pues según indica a infoLibre, "estamos en un tiempo donde todo son verdades absolutas, donde lo que buscamos en las películas, en los libros o en las noticias, es que nos reafirmen en nuestras convicciones". "Esta película es incómoda porque es capaz de ponerte en otra casilla diferente a la tuya. Y esto, ¡ay, amigo! Esto es complicado de gestionar. A veces, de repente tú mismo pones en duda cosas que tenías muy claras y creo que eso es bueno, no para compartir o acabar compartiendo otro punto de vista, pero igual sí para comprender al otro, no buscar todo el tiempo que me reafirmen en mi opinión", subraya.

"Tensión" es la palabra escogida por Ruiz de Azúa para definir este film, ya que provoca que no tengamos claro qué pensar o que nos deje un poco "tocados". No tiene la realizadora, aclara, ningún interés en ser "paternalista, ni decirle a nadie lo que tiene que pensar", pero sí que lanza "preguntas muy claras". Por ejemplo: "¿Cómo se construye una vocación? ¿Hasta qué punto es algo genuino o es algo más construido desde lo humano, desde lo educacional? ¿Qué peso tiene la institución de la familia, los relatos que nos hacemos de la familia en nuestra propia vida? ¿Cuánto nos puede costar romper con la familia, aunque no sea un sitio ni de refugio ni de afecto? ¿Cuánto nos impide a veces la superioridad moral intentar entender al otro? ¿O el miedo que a veces tenemos de entender algo porque pensamos que nos va a llevar a validarlo?"

Se nos cuenta que la familia tiene que ser un sitio de afecto, de refugio, de comprensión, pero luego muchas veces no es así

Muchas preguntas que la trama no necesariamente responde, pero acompaña, tratando de plasmar todos los puntos de vista posible ante una situación tan extrema. Así lo ve también la protagonista, Blanca Soroa, para quien lo importante es que pueden ver Los domingos tanto personas con vocación religiosa como otras "totalmente ateas o agnósticas, que también pueden identificarse con otros personajes y, al mismo tiempo, entender a otros con ideas totalmente diferentes a las suyas".

Aunque cueste, esa es la propuesta. Porque cuesta imaginar cómo se puede llegar a sentirse enamorada de Dios, como proclama Ainara en diferentes ocasiones. "Realmente las chicas que tienen esta vocación religiosa tienen una sensación que se parece mucho a la del amor. De hecho, ellas hablan de enamoramiento de Dios, dicen que Dios es su marido. Siempre dicen que Dios es el pastor y ellas son el rebaño", resalta la actriz, mientras la directora explica que cuando hablas con chicas que han atravesado "este tipo de procesos de discernimiento vocacional o de llamadas, ellas te dicen que sí que lo sienten así". 

"Cuando se cuentan a sí mismas, ellas sí se cuentan desde ahí, lo viven como con la fuerza de un primer amor, de un enamoramiento. Y, de hecho, ellas, a nivel de lenguaje de cómo se cuentan, hablan mucho en términos de relación amorosa, que es una de las cosas que más me llamó la atención", destaca Ruiz de Azúa, antes de poner el foco en el asunto principal que remueve constantemente la trama de la cinta: la familia.

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Y es que el desencadenante es la vocación religiosa de Ainara, pero realmente para la guionista y directora esta es "la historia de una familia, de cuánto cuesta romper con la familia, de cuánto empeño ponemos en la familia muchas veces, de cómo se nos cuenta que la familia tiene que ser un sitio de afecto, de refugio, de comprensión, pero luego muchas veces no es así y cuesta mucho romper con esa idea". "Hasta el punto de que muchas veces quedamos a comer los domingos con toda la familia, aunque por debajo no haya muchas cosas que nos tengamos que decir", puntualiza.

"Está en juego la ruptura con la familia en la película todo el rato", continúa. "De hecho, lo que valora el personaje de Ainara es elegir otra comunidad, otra familia, y además de una manera muy radical, hasta el punto de encerrarse con ellas a vivir otra vida. Eso, para la otra familia, la que se queda en el mundo de fuera, es muy duro de enfrentar", argumenta. "La película pretende generar conversación y reflexión, sin ninguna lectura dogmática en ninguna dirección", asegura.

Es así como Los domingos pone sobre la mesa la "fragilidad de determinados vínculos familiares", señala Garcés, en cuya opinión "damos por sentadas determinadas cosas, determinados actos con la familia, determinado tipo de relación que muchas veces es solo la carcasa mientras realmente por dentro están pasando un montón de cosas que, si no sucede nada, como lo que sucede en la película con el planteamiento vocacional de Ainara, se pueden mantener y alargar durante años. Pero, quizás, si sale un elemento como este, todo ese frágil equilibrio se tambalea, se mueve, empieza a salir de todo y los silencios se empiezan a convertir en verbales", concluye.

Ainara (Blanca Soroa) es una joven de 17 años en ese momento crucial en el que hay que decidir qué carrera universitaria estudiar. Su madre murió hace no tanto y su relación con su padre es tan aparentemente convencional como distante a esa edad. Pero hay un hueco que no consigue llenar hasta que de repente empieza a sentir la llamada de la vocación religiosa. Con tanta potencia que valora incluso, para estupor de su familia y amigas, convertirse en monja de clausura.