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‘Padre no hay más que uno 3’: Santiago Segura sigue entreteniendo (inexplicablemente) a los niños españoles

Cartel de 'Padre no hay más que uno'.

Le echa Santiago Segura mucho valor y muy poca vergüenza al homenajear a La gran familia en su nueva película. Y no le vale con hacer una mención implícita (una de los niños se pierde momentáneamente por la Plaza Mayor en plena Navidad, como le pasaba al mítico Chencho para desgracia de Pepe Isbert. Aquí el abuelo es Carlos Iglesias, uno de los pocos actores que están algo graciosos en todo el reparto), sino que se empeña en dejar clara la referencia nombrando explícitamente aquel entrañable clásico de Fernando Palacios que tantas veces hemos visto en la televisión.

Le honra al creador de Torrente saber de dónde viene, aunque no nos debería sorprender; alguien capaz de crear tantos éxitos de taquilla debe de tener la cabeza muy bien amueblada. Por alguna razón sabe afinar tan bien el tiro. Aunque quizá debería limitarse a las tareas de producción: con su buen olfato para crear sagas populares, quién sabe las maravillas que podría hacer si además esas películas fueran escritas y dirigidas por gente que tuviera capacidad para construir buenos gags, control del espacio y dotes para la dirección de actores.

Aunque qué más da todo eso. Por más plana y anticuada que sea, a Padre no hay más que uno 3 probablemente le irá bien en taquilla, a juzgar por lo que ha conseguido Segura en los últimos tres años. Suyas han sido las películas más taquilleras en nuestro país en 2019, 2020 y 2021. Por orden: Padre no hay más que uno, vista por 2,4 millones de espectadores y con una recaudación de 14,2 millones de euros; la secuela, que solo bajó un millón de espectadores y poco más de un millón de euros a pesar de estrenarse en plena pandemia; y ¡A todo tren! Destino Asturias, que repetía la fórmula familiar con mucho reparto infantil y fue vista por un millón y medio de espectadores, recaudando 8,4 millones de euros.

El fenómeno es, entre otras cosas, fascinante. Cientos de miles de familias españolas han adoptado la tradición de meterse en las salas de cine cada verano para ver las aventurillas de un padre español adinerado y su numerosa prole; en Estados Unidos tenían a Steve Martin, aquí a tenemos Santiago Segura. El hecho de que uno de los cómicos más gamberros, malhablados y antipáticos de su generación pasara de encarnar al cuñado de España a convertirse en el padrazo de España no es lo más raro e inquietante que ha ocurrido en el mundo esta década, pero está ahí ahí.

En realidad, el éxito de la saga entre el público familiar no entraña un misterio tan grande. Padre no hay más que uno 3 es una película innegablemente infantil que bebe de los códigos visuales y escénicos de la ficción televisiva más popular, con fotografía color pastel y un guion que no es más que la sucesión de sketches y situaciones planteados en escenas que, por lo general, no duran mucho más de minuto y medio. Todo ello acompañado por una constante musiquita tontorrona de Roque Baños que le está comunicando a los niños que lo que están viendo es gracioso. Por supuesto, hay referencias a todo lo que está de moda, desde el trap a las nuevas redes sociales TikTok y Twitch, pasando por los culebrones turcos. Risas aseguradas, supongo.

Que estas sean las películas más taquilleras de los últimos años es señal inequívoca de que los adultos buscan su entretenimiento fuera de las salas de cine. A pesar de lo que dicen los agoreros de la supuesta dictadura de la corrección política, Torrente sí se podría hacer hoy en día, pero no en el cine: su humor no apto para niños no encontraría su público fuera de las plataformas de streaming. Cabe preguntarnos de quién o quiénes es la culpa de esta desbandada de espectadores adultos en las salas, pero eso es una conversación para otro momento.

Otra de las cosas fascinantes de Padre no hay más que uno 3 es que sea una comedia con un reparto tan poco gracioso. Segura es el que tiene los mejores chistes, y que sabe tirarlos no lo vamos a poner en duda; a su lado, el papel de Toni Acosta es el de madre sufridora y reñidora, por suerte es una actriz de naturaleza simpática y evita construir un personaje irritante. Loles León es, de lejos, la que mejor trabaja con el material que tiene, y sus escenas junto a Iglesias como los dos consuegros con relación de amor/odio son de lo único realmente disfrutable por un adulto. El verdadero mérito de la película es conseguir que Sílvia Abril, una de las mujeres más graciosas de esta industria, haga un papel soso y prescindible.

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En cuanto al reparto infantil, sería entretenido hacer un ranking ordenándolos por su falta de naturalidad y gracia, con la excepción de Luna Fulgencio. Aunque todos ellos tienen más tablas y mejor dicción que Omar Montes, que con su cameo en esta película se convierte en lo más parecido que tenemos a un Minion en España.

La gran familia, además de un fenómeno de público, fue también una encapsulación del espíritu del tardofranquismo que pretendía potenciar la natalidad y el consumo y dar una imagen de progreso. Era una familia numerosa que se sacaba las castañas como podía gracias a un patriarca pluriempleado y la buena gestión de una buena esposa, y así conseguían incluso irse de vacaciones, pasar unas buenas navidades y comprarse un televisor. La familia de Padre no hay más que uno también proyecta una cierta bonanza: pertenece a esa “clase media” que vive en chalés, mantiene con holgura a seis hijos y puede optar a becas de la Comunidad de Madrid para asistir a colegios concertados.

Está claro que en la España actual solo el tipo de público que se verá reflejado en esa familia puede permitirse pagar tres, cuatro o cinco entradas de cine una tarde cualquiera. Santiago Segura, al fin y al cabo, sabe lo que hace.

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