De Pamela Anderson a Demi Moore, las traicioneras resurrecciones de los juguetes rotos de Hollywood

“Pamela Anderson, te quiero mucho/ Vi tu documental ayer”. Así empieza Pamela Anderson, uno de los últimos singles de la cantante española Rigoberta Bandini, pero también fue tal cual el proceso mental de Gia Coppola a principios de 2023. Esta descendiente de la realeza de Hollywood —su abuelo es Francis Ford Coppola, su tía Sofia Coppola— vio en Netflix el documental Pamela: Una historia de amor y dedujo de inmediato que debía fichar a la protagonista para encabezar el film que acababa de empezar a desarrollar. The Last Showgirl, de estreno en España. 

De repente Gia Coppola —tan interesada en las tragedias femeninas que puede esconder la superficialidad como su tía Sofia—, no podía imaginar a ninguna otra persona para el papel central de su tercera película como directora. El documental, producido por el mismo hijo de Anderson, le había conmovido. Surgía como un impetuoso intento de devolverle a la protagonista de Los vigilantes de la playa el dominio de su relato mediático, que se había vuelto a descontrolar a raíz del estreno el año anterior de Pam & Tommy. Una serie que recreaba el mayor escándalo de la carrera de Anderson, cuando en 1995 el vídeo de su noche de bodas con Tommy Lee se hizo público.

En una contradicción muy de nuestros tiempos, esta serie protagonizada por Lily James y Sebastian Stan pretendía denunciar cómo la cultura estadounidense y su machismo medular habían destrozado a Pamela Anderson… sin contar para ello con su testimonio ni con su permiso. Anderson había vuelto a ser empujada a primera línea de actualidad y este documental quería ahora, por fin, cederle la voz. Era el primer peldaño para una reivindicación personal que ha querido seguir The Last Showgirl, situando a Anderson por primera vez en un papel dramático cuyas ramificaciones autobiográficas desbordan el guion. Aunque este no fuera escrito con Anderson en mente.

La dramaturga Kate Gersten lo escribió inspirándose en un conocido espectáculo de baile de Las Vegas llamado Jubilee! El show se había representado desde 1981 hasta su clausura en 2016, imaginando Gersten cómo podría haberse sentido una de las bailarinas veteranas en esta tesitura. Cosa curiosa, el nombre del espectáculo que eligió la guionista inspirándose en Jubilee! ha sido Razzle Dazzle. Es el título de uno de los números principales de Chicago: musical que justo había protagonizado Anderson como Roxie Hart —la desquiciada mujer que canaliza la crítica al morbo y el sensacionalismo de la obra— durante varias representaciones en Broadway a lo largo de 2022. Las ironías del mundo del espectáculo, que los artífices de The Last Showgirl conocen bien.

El crepúsculo de las diosas

A cada rincón de The Last Showgirl lo envuelve la confusión de realidad y ficción, ofreciendo un catálogo de voluntariosos intérpretes con aparentes deseos de exorcizar demonios. Dave Bautista, como director de Razzle Dazzle, es una exestrella de la lucha libre que viene mostrando una palpable desesperación por que le tomen en serio dentro del cine. Las bailarinas que acompañan al personaje de Pamela Anderson (llamado Shelly Gardner) son Brenda Song y Kiernan Shipka por un lado (hiperactivas actrices y modelos desde que eran niñas) y Billie Lourd (hija de la legendaria Carrie Fisher) por otro. También está Jamie Lee Curtis, hija al igual que Lourd y Coppola de la aristocracia de Hollywood, que no fue bendecida con el prestigio hasta hace un par de años.

Es decir, cuando ganó el Oscar a Mejor actriz de reparto por Todo a la vez en todas partes. El elenco de The Last Showgirl simboliza así todos los complejos, caprichos y reivindicaciones selectivas del star system de Hollywood, buscando desde este lugar tanto el guiño directo —Curtis repitiendo el striptease de Mentiras arriesgadas 30 años después— como la amplificación emocional del relato. Coppola quiere que veamos en The Last Showgirl a algo más que personajes y a algo más que gente real: una suerte de símbolo de varias capas que entretejan los temas de la obra. Temas no demasiado novedosos, por otro lado, atendiendo a la vulnerabilidad psicológica de las figuras en el escenario y a las consecuencias de sacrificar toda una vida por una frivolidad

Tampoco es nada novedoso que The Last Showgirl recurra a estrellas ya previamente “rotas” para ello. De hecho es una estrategia con mucho recorrido en Hollywood: una crítica a la industria desde la propia industria cuya tradición se remonta a los años 50 del siglo pasado, en El crepúsculo de los dioses. La película de Billy Wilder no solo tenía a Gloria Swanson en un papel de enormes concomitancias con su carrera —estrella del cine mudo que no había logrado adaptarse al sonoro—, sino también al reputado cineasta Erich von Stroheim encarnando a un mayordomo tan olvidado como ella, y a Buster Keaton y Cecil B. De Mille engrosando el catálogo de rostros trágicos

Aun cuando esta película manejara la sátira, la estrategia no tiene muchos grados de separación con los flamantes regresos de actores olvidados, tenga este repentino prestigio un matiz meta —Michael Keaton nominado al Oscar por Birdman tras ser Batman— o no —Brendan Fraser nominado al Oscar por La ballena. Cuando este regreso apela a mujeres, sin embargo, hay otros condicionantes. La industria se suele olvidar de las actrices por su incapacidad de darles papeles una vez cumplen cierta edad o experimentan un cambio físico; combinando esta dinámica con los vientos del MeToo a finales de la segunda década del siglo XXI, resulta que estos regresos deben tener un afán justiciero, y mostrar que Hollywood ha “aprendido”. Así puede seguir criticándose a sí mismo.

La redención de los intérpretes, de esta forma, supone a la vez la redención de Hollywood. Cada elogio, cada comeback épico, cada nuevo premio gana significación, y esto nos lleva tanto a Pamela Anderson como a Demi Moore: actriz con la que llegó a compartir carrera de premios hace pocos meses, siendo ambas nominadas al Globo de Oro. 

Esta soy yo, ahora

A diferencia de Anderson —nominada en la categoría interpretativa de película dramática—, Moore sí ganó su Globo de Oro a Mejor actriz de comedia/musical, y hasta que más tarde Mikey Madison le quitó el Oscar por Anora fue una de las favoritas para obtener la máxima victoria. Todo gracias a La sustancia, película tan asentada en el intercambio de ecos mediáticos como The Last Showgirl: el personaje de Elizabeth Sparkle (antigua estrella televisiva caída en desgracia por la vejez y los cánones de belleza) tenía casi tanto que ver con Moore como Shelly Gardner con Pamela Anderson. 

La sustancia quería hurgar en la tradición de El crepúsculo de los dioses, asimismo, para seguir arremetiendo contra la industria e introducir la correspondiente pátina feminista. Suficiente para reclamar el prestigio académico, y que Moore siguiera emitiendo una serie de imágenes —las de una industria totalmente concienciada— a través de los premios que iba ganando y los recuerdos de cuando, al estilo de Anderson, había sido ridiculizada y sexualizada globalmente. “Hace 30 años un productor me dijo que era una ‘actriz de palomitas’, y pensé que significaba que nunca podría tener algo así”, dijo Moore agradeciendo su Globo de Oro, en un discurso aplaudidísimo.

Así como el film de Coralie Fargeat afronta abiertamente el hecho de que las propias mujeres —fruto de la alienación patriarcal— hayan sido cómplices de esta explotación, Hollywood difícilmente va a ser consciente alguna vez de que estos nuevos paripés se limitan a proseguir la explotación desde una narrativa inversa. En lugar de permitir una introspección auténtica, la industria sigue capitalizando estas figuras, ajustando su destino a una nueva línea ideológica donde tampoco tienen más agencia que la que pueda seguir recompensando el gusto popular. La sustancia, de tan cruel como es con su protagonista —un personaje que solo puede limitarse a sufrir, rematando así la “moraleja”— es en sí misma el mejor ejemplo.

Todo consiste en la compraventa de relatos, básicamente. Una compraventa que Hollywood siempre necesita legitimar con algún tipo de valor ético —tan hipócrita como criticar la misoginia que sufrió Anderson mientras se la vuelve a colocar contra su voluntad en primera línea—, y que al final se evidencia con mayor sinceridad y desparpajo cuando hablamos de estrellas pop estilo Jennifer López. Esta es otra figura que ha transitado del consumo popular al consumo premiable: estuvo más cerca que nunca de rascar nominación al Oscar por Estafadoras de Wall Street en 2019, y ahora se dice que vuelve a aspirar a ella por El beso de la mujer araña, un próximo musical.

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¿Se ha parapetado López en discursos similares a los de Moore o Anderson para hacer este recorrido? Quizá, pero sobre todo ha primado una autonomía propia y, de tan atolondrada, gozosamente ridícula. Jennifer López no engaña a nadie; solo (quizá) a sí misma. La afición del público por ella se encuentra ahora mismo en un punto muy bajo tras la racha de 2024, cuando su reencuentro amoroso con Ben Affleck le llevó a embarcarse en el macroproyecto de This is Me… Now: un disco, una gira, y una película masacrada por la crítica donde López presumía de una actitud plenamente empoderada, en plena posesión de su atractivo y su relato.

El título completo del documental era, por cierto, This is Me… Now: A Love Story, compartiendo lo de “Una historia de amor” con el documental de Anderson. En ambos casos esta love story bien puede aludir al amor por una misma y, finalmente, a unos desajustes en el ego cuyo daño ha amplificado evidentemente la arbitrariedad de la industria pop. Un régimen neurótico del que sin duda participa The Last Showgirl —no hay más que fijarse en el modo totalmente turístico en que Coppola filma Las Vegas—, pero en la que hay que agradecer un par de elementos. 

Por un lado, sacándole los colores a La sustancia, que nunca ponga la tesis por encima de la protagonista, a quien Coppola observa con cariño y sin condescendencia. Y por otro, que quiera mirar de frente la contradicción irresoluble de su planteamiento —¿cómo describir la humanidad desde el espectáculo, si el espectáculo es en sí mismo deshumanizante?—, a través de estampas tan sugerentes como esa Pamela Anderson, tan patética como luminosa, enfureciéndose con su hija por haber renunciado a perseguir sus sueños. 

“Pamela Anderson, te quiero mucho/ Vi tu documental ayer”. Así empieza Pamela Anderson, uno de los últimos singles de la cantante española Rigoberta Bandini, pero también fue tal cual el proceso mental de Gia Coppola a principios de 2023. Esta descendiente de la realeza de Hollywood —su abuelo es Francis Ford Coppola, su tía Sofia Coppola— vio en Netflix el documental Pamela: Una historia de amor y dedujo de inmediato que debía fichar a la protagonista para encabezar el film que acababa de empezar a desarrollar. The Last Showgirl, de estreno en España. 

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