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'Parthenope' frente a 'The Village Next to Paradise', el vacío Sorrentino frente al cine somalí que deberías ver

El director italiano Paolo Sorrentino durante la presentación de 'Parthenope' en el Festival de Cannes.

Alberto Mira

Enviado a Cannes —

"Sillas vacías ante mesas vacías". Cada año cuando acaba el Marché du film en el festival me viene a la cabeza este tema de Los miserables. Supongo que es el contraste entre la agitación y el silencio, la sensación de que algo se disuelve. Durante la primera semana del Festival, el mercado del film desborda una actividad febril. Pasillos y pasillos exhiben posters de toda la producción comercial para los próximos meses, cientos de títulos de los que nunca oiremos hablar, a la espera de que aparezca un comprador. Los representantes de las distintas productoras o delegaciones nacionales son siempre amables, siempre sonríen, conocen su material, defienden su distribución: citas en cubículos, en mesitas, folletos a granel, una instantánea del cine en su expresión más comercial. Hay reuniones, actos promocionales, curiosidad, proyectos. Se habla de cine, se piensa en cine. En concreto, cómo hacer llegar el cine, todo el cine, a ustedes y a mí.

En contenido, las películas que se venden en el Marché, tienden a ser el opuesto a las que se exhiben en el Festival: hay mucho cine de género, thriller, terror, acción y comedias. En muchos casos se trata de films que no se plantean pensando en un público global, son culturalmente específicos, sus estrellas no significan gran cosa fuera de sus países, pero paseando entre los carteles, ocasionalmente la mirada se centra en alguna imagen, alguna frase promocional, algún rostro o algún título que le hace pensar en lo que se está perdiendo, en lo que nunca verá. En cierto modo, el festival, o los azares de la distribución, son responsables del cine que vemos, el cine que se comprará, el cine que pasará de largo y nunca conoceremos. Hay tanto, tanto por descubrir.

Ayer en Un certain regard se presentó una película, The Village Next to Paradise, de Mo Harawe, que es probable que muchos de ustedes jamás vean. Es una película somalí sobre una familia formada por un padre, su hijo y la hermana del primero, que sobreviven en una aldea junto al mar llamada "Paraíso", a cierta distancia de una ciudad. Los diálogos son obvios, concisos, pausados, los actores no son profesionales y los enuncian con claridad, sin énfasis o emoción, la trama no hace más que documentar vidas cotidianas, explorar experiencias que probablemente estaban inspiradas en la realidad, su desarrollo es lento y las escenas se localizan en lugares reales. La financiación procede sobre todo de Francia, Alemania y Austria. A pesar de la escasez de medios, se trata de una película de imágenes cuidadas, pero el cuidado formal nunca se interpone entre el espectador y la vida.

Si yo fuera distribuidor, comprar o no esta película se convertiría en un dilema ético. Hay quien lo haría por una cuestión de fe, pero incluso considerando que hay un nicho para estas cosas, es difícil convencer al gran público que abra esta ventana. Y sin embargo, cuando la proyección terminó, sentí que la quería compartir con ustedes, contarles que existe y que si alguna vez la encuentran en una plataforma les ofrecerá una evocación de vidas reales.

La película no quiere representar "la experiencia somalí", pero Somalia está ahí: la realidad de la guerra, los ataques de drones como asignatura en las escuelas, la pobreza, la precariedad, el papel de la religión y el modo en el que la vida es difícil para las mujeres solas, las estructuras tribales, las decisiones que la gente toma. Los críticos tendemos a hablar de calidad, nos facilita la vida pensar en las películas como "buenas" o "malas", aplicar criterios, y resulta inevitable hacerlo así si queremos ir más allá de la crítica del gusto. Y sin embargo The Village Next to Paradise es recomendable (y creo que debe ser vista) por otros motivos. El cine documenta experiencia como pocos otros medios pueden comunicarla. Puede que ustedes nunca conozcan Somalia, pero con esta película sentirán más cercana las vidas de aquel país.

Y en el otro extremo está Parthenope, de Paolo Sorrentino, que se presentó en la sección oficial a concurso. Seguro que ustedes o han oído hablar de la película o les llegará algo pronto. Parthenope va a ser inescapable: tendrá su campaña de promoción, y los influencers invitados a sesiones especiales cantarán sus (evidentes) glorias. Es la segunda oda consecutiva de Sorrentino a la ciudad de Nápoles tras È stata la mano di Dio, su evocación autobiográfica. Visualmente exquisita (como decimos los antiguos), evoca un lugar y unas mitologías y rebosa valores de producción. La película se centra en una mujer hermosa (interpretada por Celeste Dalla Porta) que representa el alma de la ciudad (Parténope es el nombre de una sirena que se considera la fundadora de Nápoles) y recorre su vida desde su nacimiento en 1950 hasta 2023. Parthenope tiene sonrisa de esfinge, como alguien que guarda un secreto, aunque uno no está siempre seguro de que haya gran cosa detrás de la expresión serena: es un misterio sin contenido real. Adorada por los hombres por su belleza, se trata de alguien que se convierte en objeto de contemplación por parte de la cámara y por parte de los personajes, incluido su hermano. La narrativa la sigue y orbita en torno a la idea de que ella representa, en cierto modo, el alma de la ciudad.

Me ha sido imposible evitar la sospecha de mala fe, algo que me sucede, lo reconozco, en otros títulos de Sorrentino. A pesar de la insistencia en la Antropología (Parthenope se convierte en profesora universitaria de esta materia), el marco estético es el de la imagen publicitaria, con todo lo que ello implica: perfección formal, pero vacuidad. Para Sorrentino, hay una mística de la juventud y la belleza, y uno no puede estar en contra de esto, pero aquí esta mística simplemente se expresa con contundencia, en su formulación más superficial. La película nos invita a mirar, no a pensar, y creo que esto hace el cine un poco menos interesante. Y tampoco he podido evitar pensar que, como otros directores del sur, lo que Sorrentino hace aquí es intentar vender cierta idea de "lo italiano" para consumidores extranjeros, del mismo modo que las películas de Manolo Escobar daban una imagen de "lo español" que no tenía mucho que ver con la experiencia del tardofranquismo. En ocasiones, la película parece ser consciente de esto, como cuando una famosa actriz napolitana regresa a su ciudad y le reprocha sus mentiras. Pero incluso aquí hay cierto tipismo: la napolitana deslenguada diciendo las cosas como las piensa.

La estructura es episódica: seguimos a Parthenope en diversas calas de su vida. No todas parecen relevantes, algunas son autocomplacientes, casi nunca están desarrolladas de manera sustancial componiendo un mosaico. En la primera parte, todo gira en torno a las reacciones que despierta su belleza: los hombres le ofrecen todo por un instante con ella. Incluso su hermano comparte la fascinación. La sección clave de Capri cuenta con un cameo de Gary Oldman en el papel del escritor homosexual y alcohólico John Cheever, que reconoce la belleza de Parthenope. Ella, que admira al escritor, le ofrece matrimonio. Uno de los episodios más incomprensibles nos la muestra teniendo sexo con un sacerdote que se siente responsable por la licuefacción anual de la sangre de San Gennaro. En otra sección, algo siniestra, los napolitanos se reúnen a observar cómo dos jóvenes vástagos de buena familia hacen el amor para engendrar un heredero aristocrático para la ciudad. Y todo con una concepción del cuerpo femenino como objeto magnético, tan pasada de moda hoy, pero a la que Sorrentino se aferra con una intensidad propia de mejor causa. Y episodio tras episodio, el mar, el cielo, los rostros, y el Nápoles imaginado.

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Y por supuesto ayer fue el gran día para nuestro Jonás Trueba, que presentó su última película Volveréis en la sección paralela Quinzaine des cinéastes (una de las escasísimas entradas españolas de este año en el festival). El director insistió en el diálogo que siguió a la proyección que la premisa procede de algo que le dijo su padre, Fernando Trueba, que es dado, nos dijo, a este tipo de boutades: no hay que celebrar los matrimonios o los inicios de una relación porque no se sabe cuánto va a durar, hay que celebrar las rupturas, porque se sabe qué se está celebrando.

Los actores que interpretan a los protagonistas son Itsaso Arana y Vito Sanz. Al inicio de la película, Sanz recuerda las palabras de su suegro, y la trama gira en torno a la preparación de la fiesta que conmemora el final de la relación. La película se ve con una sonrisa, retoma el espíritu de las "comedias y proverbios" de Rohmer, con dos interpretaciones vívidas, vulnerables, lúcidas. Y como en el ciclo de Rohmer, nos deja con ganas de más. Fernando Trueba es una de las piedras de toque de un armazón meta cinematográfico que deleitará a los cinéfilos. Volveréis es una película de películas, que sabe de cine. Sus dos protagonistas son cineastas y el desarrollo de su relación es paralelo a la postproducción de una de sus propias películas. Además, se introducen lecturas: el libro de Stanley Cavell sobre la "comedy of remarriage", un ciclo en el cine de Hollywood que sigue a la "screwball" de los años treinta y que introduce parejas que han aparcado su matrimonio pero que, inevitablemente vuelven a él: Luna nueva, Un marido rico y Historias de Filadelfia, todas ellas realizadas en torno a 1940, son los títulos más importantes del ciclo. Todo esto, unido al título, genera la expectativa de que, sí, los protagonistas, "volverán", aunque la narrativa no ofrece un final fácil. Se sugiere que la decisión final no importa tanto como el hecho de que, como el personaje de Sanz insiste en matizar, uno "esté bien". Y Volveréis está bien.

Y mañana espero ya cerrar las reseñas de Un certain regard con una recomendación: Viet et Nam, de  Truong Minh Quý. Les contaré también algo sobre los últimos títulos en competición. Queda uno de los grandes nombres, el portugués Miguel Gomes que ha presentado Grand Tour, pero uno siempre está abierto a lo inesperado: la brasileña Motel Destino, dicen quienes han tenido oportunidad de verla, podría entrar en el último momento en las quinielas. 

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