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'The Apprentice', un retrato de Trump en el que no hace falta que la ficción supere la realidad

El director iraní Ali Abbasi junto a los actores Maria Bakalovay Sebastian Stan en la presentación de 'The Apprentice'.

Alberto Mira

Enviado a Cannes —

El público se lo ha pasado pipa con la última película de Sean Baker. El director de Tangerine (2015) The Florida Project (2017) y Red Rocket (2021), ha presentado hoy a concurso en la sección oficial Anora. En todas ellas proyecta su mirada sobre vidas marginales. Tangerine, rodada con un iPhone, fue un hito en la representación de mujeres trans. Estrenada casi simultáneamente con La chica danesa, la comparación entre ambas pone de relieve la originalidad de la mirada de Baker, a años luz de la concepción de lo trans en el cine comercial. Desde entonces, The Florida Project nos habló, sin dramas, de supervivencia y de la ilusión de una niña que vive en un complejo cutre junto a Disneylandia. Red Rocket nos habla de una masculinidad, la de un actor porno fracasado, que incluso en lo límites no acaba de renovarse.

Anora es consistente con esta mirada, pero también da un paso más allá hacia lo comercial. Los momentos divertidos de Anora lo son mucho: una escena en la que una joven hace frente a dos esbirros parece un cruce entre los Coen y Walt Disney. Y el público desarrolla una relación especialmente intensa con la protagonista Mikey Madison: durante la sesión de estreno se han aplaudido frases y giros de guion, daba la impresión de que el público quería demostrarle su apoyo.

Anora, que prefiere llamarse Ani, es una prostituta de familia ruso estadounidense en un garito de Brooklyn. No lo lleva mal. Vive con su hermana, no conoce a su padre y su madre vive en Florida, pero tiene amigas y hay alguna enemiga en el lugar. Como todos, vamos. Tiene veintitrés años y es muy ingenua. Un día se presenta en el club un joven, hijo de un oligarca ruso, que elige a Ani y, tras una semana de sexo y juerga, le propone casarse con ella en las Vegas. El papel lo interpreta Mark Eydelshteyn, un actor que chalametea (o igual es que uno está en Cannes y ve Chalamets por todas partes) y que representa a la perfección a un hombre joven millonario que no ha dado golpe en su vida, que sólo quiere divertirse pero que carece de centro moral. Esta carencia determina el desarrollo de la película: cuando los padres se enteran de la boda, vuelan desde Rusia para anular la unión.

Si durante la primera hora hemos asistido a una historia de Cenicienta en la que es Ani quien lleva la voz cantante y llega a creer que su sueño se ha cumplido y es irreversible (después de todo, alega, tiene su certificado y su anillo de bodas), la segunda vuelve a traer ecos de los Coen, con sus esbirros despistados, ocasionalmente sentimentales, a menudo brutales y sus heroínas deslenguadas. Nunca se abandona el tono ligero, refractario al sentimentalismo. Es difícil saber, en estos momentos, si el entusiasmo en la sala se traducirá en una buena acogida. Baker entra sin cortarse en zonas en las que algunos preferirían que no se entrase, o que no se entrase de cualquier manera. De lo que no cabe duda es de la frescura de las interpretaciones y el encanto de la propuesta.

Y tengo todavía tres películas de la sección oficial pendientes. Dos de ellas han sido decepcionantes y no creo necesario dedicarles mucho espacio. David Cronenberg tiene una filmografía respetable, y las sinopsis describían The Shrouds (Los sudarios) en términos que la situaban como un proyecto ideal para él. Su última visita a Cannes fue hace dos años, con Crimes of the Future, una película casi excelente y casi fallida, pero que en cualquier caso hacía una propuesta angustiosa sobre los cuerpos que se nos vienen.

En The Shrouds los intentos de relevancia se revelan como postizos. El duelo de un hombre por su esposa le lleva a crear un programa que permite a sus usuarios observar el proceso de descomposición de los seres queridos en cementerios especiales. El director ha explicado que su propio duelo por el fallecimiento de su mujer en 2017 está en el origen de esta película. En otros momentos, Cronenberg habría mantenido los aspectos más viscerales de la idea en primer plano, dejando de lado la excesiva justificación narrativa (pensemos en Spider o Naked Lunch), pero The Shrouds desaprovecha su premisa y nos mete en una complicada trama en la que participan los rusos, los chinos, el movimiento medioambiental y los celos. Uno se pone a seguir la trama, olvida sus elementos más emocionales y, sin poderlo evitar, se pierde en ella. En cualquier caso, noto que una vez más, como en Rumours, que comentaba hace un par de días, la trama concluye con algo que sugiere los peligros de la inteligencia artificial. La noción, o el miedo, está en el aire.

Marcello Mio también prometía mucho más. Marcello Mastroianni es una de las leyendas del cine europeo, y cualquier excusa para pasar un par de horas evocando su figura es, como mínimo, aceptable. La presencia de Chiara Mastroianni, hija del actor, y Catherine Deneuve, madre de ésta, parecía ofrecer garantías. La película no es terrible, pero Christophe Honoré parece dejar atrás a Mastroianni para contar otra historia. Me ha resultado imposible entrar en la idea central: la hija de Mastroianni decide que es su padre, y dice llamarse “Marcello”. No es que quiera “hacerse pasar” por su padre, lo cual es imposible por razones obvias. Es que dice “ser” su padre (en un extraño momento llega a ser confundida con un hombre por parte de un soldado gay suicida). Uno no sabe si la intención es lúdica o intelectual, si se trata de una reflexión, un homenaje o si simplemente está mal de la cabeza. El reparto incluye también a nombres como Stefania Sandrelli, Nicole Garcia, Fabrice Luchini, Benjamin Biolay, y Melvil Poupaud, todos ellos con relaciones tangenciales o profesionales con los Mastroianni y todos interpretando versiones ficcionalizadas de sí mismos. Uno disfruta de las referencias y quiere entrar en el juego meta-cinematográfico, pero Chiara no es Marcello y uno habría deseado más del segundo y menos de la primera.

The Apprentice dirigida por Ali Abbasi, es el cuarto título de la sección oficial que les comento hoy. Su interés potencial radica en que su protagonista es nada menos que Donald Trump (interpretado por Sebastian Stan). Es como una de esas precuelas que cuentan el origen de un villano de comic. Dada la evolución de las cosas, uno podría esperar una sátira brutal en cuyo centro Trump apareciera como un monstruo despreciable. No hay nada atractivo en el protagonista de esta película, pero la verdad es que la representación es en clave realista. A veces la realidad es suficiente.

El despegue de la carrera de Trump es significativo: al parecer, se produjo gracias a Roy Cohn. Y Roy Cohn, lo recordarán por la obra de Tony Kushner Angels in America o por la serie Fellow Travelers, fue mano derecha del fanático senador McCarthy. Más que en su retrato de Trump, creo que lo mejor de The Aprentice es el modo en el que nos recuerda una determinada genealogía de la derecha populista americana, de McCarthy a Cohn, a Nixon (que abre la película en unas imágenes documentales), a Reagan (que sobrevuela la segunda parte sin llegar a materializarse), a Trump.

La especulación de aquellos años que llevó al “renacer” de Nueva York trae ecos de la serie de HBO The Deuce. Así, se nos recuerda que probablemente sabríamos poco de Trump si no hubiera sido por un golpe de efecto que logró gracias a Cohn: a mediados de los setenta, con la ciudad de Nueva York al borde de la bancarrota, dio un pelotazo inmobiliario para el que se le eximió del pago de impuestos. Fue Cohn también quien le evitó problemas con la mafia y le enseñó el arte del chantaje político.

En un momento dado Cohn enuncia un manifiesto que Trump demostrará haber asimilado, con alguna variación, al final de la película. Consiste en tres consejos. Primero: ataca, ataca, ataca siempre. Segundo: nunca asientas a nada. Tercero, lo más importante: jamás reconozcas la derrota. Y resulta escalofriante darse cuenta de que el ethos que Cohn transmite, que le fue legado por la era McCarthy, sigue vivo entre los políticos actuales. Es la base de la continua hostilidad, el estar siempre en pie de guerra, negarse a todo diálogo, a la evidencia o a admitir el poder de la verdad. Si alguna cualidad tiene la película es recordarnos que lo de hoy viene fraguándose décadas, que ha necesitado tiempo para consolidarse y que, quizá, no tiene por qué permanecer. Que la “nueva política” es un proyecto largamente acariciado para imponer una visión de la sociedad que se consolidó con el triunfo de Trump.

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Jeremy Strong nos hace recordar Succession con su retrato de Roy Cohn. Como la serie de Jesse Armstrong, presenta un mundo de gente impresentable, a menudo incompetente, que logra cambiar el curso de los acontecimientos, y lo hace utilizando un estilo sin adornos con elementos documentales. Se ha insistido, y se insiste en esta película, en la homosexualidad de Cohn. Quizá sería más provocador reconocer que Cohn en realidad fue el epítome del varón patriarcal, que utilizó como nadie las relaciones homosociales: en el mundo de Trump las mujeres no cuentan y no deben tener ni voz ni voto. Es otra lección que Trump aprende y una de las escenas más incómodas de la película tiene que ver precisamente con el modo en que trata a Ivana.

The Apprentice no es probablemente la gran película que podría haberse hecho sobre el tema. Stan es probablemente demasiado blando, quizá parezca demasiado atractivo, pero recordemos que el mal acecha desde la banalidad. En definitiva, su tratamiento de la historia es tan riguroso como puede permitirse un guion comercial y encuentra una narrativa que alinea pasado y presente, que nos ayuda a entender qué está sucediendo.

Mañana, les comento los últimos títulos de la sección Un certain regard, que está a punto de finalizar. En la sección oficial, Parthenope, de Paolo Sorrentino.

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