Literatura

“Comprar una novela para entretenerse me parece un acto de estupidez”

El escritor leonés Luis Mateo Díez.

Cuando la noche se cierne sobre la ciudad neblinosa, un hombre se echa el petate al hombro y emprende la huida de su propia vida. Es tiempo de posguerra, una época tan oscura y neblinosa como la propia noche, y se ha decretado una depuración que le atañe. Deambulando por las calles de esa urbe imaginaria, el hombre enfrenta su destino intentando esquivarlo, caso perdido. Tanto como él, como Ambrosio Leda, personaje principal de entre la miríada de presencias fantasmagóricas que pueblan de La soledad de los perdidos (Alfaguara), la última novela del escritor y académico de la lengua leonés Luis Mateo Díez (Villablino, 1942), una "fábula inquietante" cuajada de símbolos que, para quien los sepa descifrar, no hablan de Ambrosio Leda en un tiempo pasado, sino de usted, ahora.

Pregunta. Usted ha dicho anteriormente que se ve a sí mismo como una suerte de escritor ruso, y después de leer esta novela la afirmación parece acertada, por ideas como esa obsesión de Dostoievski por presentar la tragedia como la única verdad aprehensible en esta vida.

Respuesta. Sí, Dostoievski es como lo has dicho: la tragedia como sentido de la vida. Y está en casi todo los escritores rusos que tanto me gustan. Por ejemplo, en La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi, esa muerte de ese pobre funcionario que ilumina la totalidad de una triste existencia. Digo lo de escritor ruso porque, más allá de la tradición a la que pertenezco, nuestra tradición, de haber leído a los clásicos griegos y latinos pronto -por suerte, porque tenía un padre que era para eso muy cuidadoso- y de tener mucha conciencia de la lengua en la que escribo… lo ruso siempre ha tenido para mí un gran atractivo. Eso que llaman el alma rusa, eso que Zúñiga llama los bosques nevados. Es una literatura que representa mucho el dolor de un pueblo, de una civilización, su desgracia, y que presenta un debate de fondo que atraviesa una parte sustancial de la literatura y que lleva a una de sus últimas consecuencias uno de los más grandes, Vasili Grossman, en Vida y Destino, que es el contraste entre la bondad y el bien, un poco lo que es la alternativa de la bondad como sustancia de lo que somos, y lo que mejor ayudaría a que conviviéramos y nos entendiéramos, y la prédica del bien reconducido por quienes nos manipulan y llevan hacia los totalitarismos más siniestros. Entre eso y que mi gran maestro es Juan Eduardo Zúñiga, también con muchos segmentos de escritor ruso… lo digo cariñosamente y lo digo como una seña de identidad que siempre he mantenido: en mis novelas hay mucha niebla, hay nieve, llueve… hay espacios como Celama, que son estepas desoladas…

P. La novela también la recorren las ideas de destino y de dios. ¿Cómo conviven ambas en su imaginario?

R. Hay un ser humano, Ambrosio Leda, el protagonista, que tiene que aceptar el cumplimiento de un destino adverso que él mismo necesita manipular. Está depurado después de la Guerra Civil y toma una resolución peligrosísima, desparecer abandonando a los suyos y sin decir nada, en un intento de liberarles de complicaciones. Es como torcer el destino: mi destino podría ser sobrellevar la tragedia o los derivados de desgracia, no romper este mundo de afectos que podrían ser contraste de lo que me va pasar. Y ese es, efectivamente, un elemento crucial de la novela y de lo que le va a pasar a él. Y luego, la idea de trascendencia es algo que siempre me ha interesado, no siendo como soy creyente, sí me ha interesado mucho la idea de lo sagrado. Esa idea es la presencia de un ser supremo a la ausencia absoluta del mismo. Para acabar llegando a una conclusión en esta novela, la pongo en boca de un obispo que sufre mucho y que es un hombre casi tan perdido como Ambrosio en esa ciudad de sombra. Y creo que es una frase muy definitiva y muy arriesgada, aunque yo no la suscribo al cien por cien, pero me gusta mucho oírsela al obispo Galar, que es: 'Dios es la desgracia de los hombres'.

P. El tiempo es otro elemento definitorio de la novela: aunque esta transcurre en una sola noche, parece que el tiempo no fluye, que está estancado. Pero a la vez, al estar organizada la novela en capítulos muy cortos, también da la impresión de que se mueve a trompicones.

R. La novela empieza en un oscurecer: Ambrosio Leda sale de su chamizo en el monte, cruza unos espacios y llega a Balma. Lleva el saco al hombro, va buscando la subsistencia. Pero siempre encuentra lo inesperado, lo sorprendente: siempre es requerido, hay gente que le ordena, que le trae, que le lleva, le pasa de todo. Es un tiempo sin tiempo, un tiempo cristalizado, inmovilizado. Es uno de los símbolos de la novela: el tiempo de la desgracia, el tiempo del sufrimiento de la posguerra. Es un tiempo petrificado. Ese tiempo concita unos elementos meteorológicos que dan un punto de atmósfera a la novela, que son la noche y la niebla. Este tipo de capítulos muy cortos que escribo yo, me parece que dan a la novela un especial vértigo, hace que todo vaya más deprisa, pero sí es verdad que con esos elementos se podría pensar que esa noche es imposible, que esa noche es irreal. Y es verdad. Algo que define la novela es el onirismo, y si evaluáramos cómo a alguien le puede pasar todo eso en una noche no habría horas suficientes.

P. Trata también la cuestión de la posguerra, de la que ya ha hablado anteriormente. Yo le encuentro relación con otra idea, la de la infancia, que se queda como un poso, algo que también dice en el libro a través de uno de los personajes. ¿Tiene que ver ese recurso a la posguerra con su propia infancia?

R. La posguerra la uso aquí de una manera simbólica y metafórica. No hago una incursión de tipo político-histórico-sociológico, aunque hay elementos que determinan ese tiempo en el que está escrita, faltaría más. Y claro, yo soy un niño de la posguerra. Como sabes, hubo una generación maravillosa de escritores españoles que fueron los niños de la guerra, la generación del 50. Yo formo parte de la generación de la posguerra. Hay muchas huellas, claro, en mi identidad personal y en mi memoria. Yo creo que son huellas que me permiten reconstruir, a través de la imaginación, elementos de ambientación, aunque de lo que se trate sea de una novela tan simbólica y tan poco testimonial. Y eso, supongo que ayuda mucho a la verosimilitud de la peripecia. Todo lo que pasa, y esos seres extraviados que hay en ella. Y luego, la posguerra se ha enquistado en el mundo. Vivimos un mundo lleno de guerras por todas partes, porque estallan en el televisor día a día, por todos los sitios, y son más crueles o tan crueles como las más crueles, las del siglo XX; sabemos que el mundo está en posguerra. La posguerra es el secreto del sumario, ese tiempo silencioso del que apenas llegan noticias y hay otro ámbito del sufrimiento humano terrible, silencioso, y que procrea perdidos, gente perdida.

P. Aunque la novela está definida por los símbolos, la intención es hablar de la realidad actual en la que vivimos.

R. Yo creo que además estamos viviendo una realidad que se nos va de las manos como si fuera agua. Parece que la teníamos contenida, en España la podíamos comprender. Después de tantos sucesos desgraciados, el advenimiento de la democracia y unos tiempos más honorables, luego no se sabe lo que ha pasado, la realidad se entiende con dificultades. Hay mucho desaliento, sentimos que estamos desengañados porque tomamos conciencia de que nos han engañado en casi todo, y somos seres que hemos perdido mucho lo que nos unía, un contexto más solidario. Estamos llenos de desconfianza, y hay más noche y más niebla, no sabe uno donde pisa con seguridad o si alguien te está pisando el pie o si se lo estás pisando a alguien, y yo creo que se puede leer hoy día 'La soledad de los perdidos' como una fábula inquietante. Le quitas el rebozo de una ambientación lejana y la literatura permite hacer este tipo de incursiones, y a mí eso me interesa mucho como escritor ambicioso. Porque yo tengo la idea de que lo que pasa, lo inmediato, lo informativo, lo testimonial, de eso estamos saturados, porque tenemos medios de comunicación suficientes. Lo que hace falta es una literatura que te dé el espejo complejo no para que entiendas, porque eso te lo tendrán que explicar los que saben, sino para que sientas, percibas, te inquietes, te perturbes. Y en realidad, tomes conciencia un poco de que los asuntos de la vida tienen esta complejidad y esta contradicción tan terrible que desgraciadamente nos hace ver que, tanto tiempo después, parece que no estamos tan lejos de donde estuvimos.

P. Sin embargo, parece que parte de la literatura actual no persigue ese fin de grandeza.

R. La literatura actual tiene grandeza en los grandes, en los escritores que tienen un reto literario y que ejercen ese reto, han conquistado un estilo personal y tienen un mundo propio, y creo que en el panorama español hay unos cuantos extraordinarios. Y luego, la literatura ha derivado en manos de los comerciantes, los editores se han vendido a la búsqueda de un lector que no necesita literatura, sino entretenimiento literario. Y ese lector es infinito. El lector que responde al escritor que tiene un reto literario es un lector que tiene él mismo un reto literario, que sabe lo que quiere y que exige. A los editores les sigue interesando, a uno le siguen publicando por ahí, pero es que hay un mundo enorme de lectores que no leen. El escritor tiene derecho a escribir lo que le dé la gana, pero no podemos confundirnos con novelas de medio pelo que están hechas para un entretenimiento de medio pelo para lectores que no tienen exigencia y que no leen; no podemos confundirlas con las de escritores que tienen un reto y que intentan hacer otra cosa. El derecho todos lo tenemos, pero sí, en los últimos tiempos se han comercializado muchas cosas, siempre pasó esto. Tampoco tenemos por qué escandalizarnos, pero hoy día hay montones de mala literatura, o de libros que cuentan cosas que yo no sé por qué le interesan a la gente. Entretenimiento gratuito. Comprar una novela para entretenerse me parece un acto de estupidez. Voy a comprar una novela para que me apasione, para que me vuelva tarumba, para que me deje enganchado el resto de mi vida. Porque además, a las novelas a las que les pasa eso son novelas profundamente transformadoras y enriquecedoras de tu experiencia humana. ¿Cómo puede haber una novela más entretenida que Ana Karenina o que Fortunata y Jacinta? Y serán novelas que marquen tu existencia para el resto de tus días.

P. Para hablar de temas trascendentales o sustanciales, usted lo hace a través de la fantasía. ¿Cómo se conjugan en su obra esas dos nociones, la de realidad y la de ficción?

Grossman o el nacionalismo humanista

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R. Hay tres cuestiones fundamentales para escribir novelas, al margen de la ambición: la palabra narrativa, esa palabra que necesita un cuidado y una inspiración para que sea expresiva y placentera, para que sea hermosa; la memoria, porque es el reductor de la experiencia de la vida, para no alejarnos de esa idea que suele llevar a cabo todo novelista, que es contar la vida; y la imaginación, que es la que te da el poder de inventar lo que quieres contar. Cualquier escritor te añadiría alguno más, o incidiría más en este o en el otro, pero con eso se hace la ficción. Y de ahí hay un juego grande de opciones y de posibilidades: la historia de Ambrosio Leda es una historia en una ciudad de sombra, que tiene un contenido simbólico muy fuerte y diríamos que es una historia entre la noche y la niebla que es casi un viaje onírico. No es que no haya elementos reales, pero hay muchos elementos de irrealidad. Ambrosio se encuentra con muchos bichos que andan por la ciudad y que hablan, se comunican con él, le cuentan su desgracia, su soledad, cómo han tenido que abandonar el medio en el que vivían… y todo eso son elementos imaginativos que, si están bien usados, son significativos, no artificiales, ayudan a que la novela discurra por donde debe y que tú como lector recibas o percibas la fábula que han querido contarte. Y que no tiene por qué ser algo que tú expliques o racionalices, porque lo maravilloso del arte es su irracionalidad, el arte tiene sentido y significados pero no tiene por qué ser verdad: el compromiso con la verdad lo tenéis los periodistas, pero los narradores y los poetas no; estamos más cerca de la belleza de la mentira, que no de la falsedad.

P. Estando sumidos en la niebla y en la noche, ¿cómo llegar a la mañana y despertar?

R. La verdad es que no me gustaba a mí, después de una noche tan larga con Ambrosio, un final trágico. Los creadores somos más propicios a hablar del mal que del bien, y nos gusta más que todo acabe mal, los finales felices suelen ser poco agraciados. Pero a mí me interesaba ver cómo Ambrosio, después de un encuentro muy duro en el final de la novela, cuando él puede tomar conciencia de lo terrible que fue marchar, y del daño que causó, hay un amanecer en el que parece que acepta el destino de lo que fue, hay una especie de experiencia de madurez en él. Después del sufrimiento puede venir una cierta paz del alma y de los sentidos que posibilita que él sea un perdido menos angustiado, más reconciliado con el mundo. Él ha madurado en sabiduría y en conocimiento, y eso me parece, que después de esta larga noche sería maravilloso que saliéramos más sabios, más lúcidos y, sobre todo, que tuviéramos más sentido común.

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