Desenterrar el arte para entender la posguerra

Los años de posguerra se sucedieron en España como un periodo abocado a la más absoluta nada. Nacieron con vocación de sumir en un agujero negro a toda creación artística, como un paréntesis entre las heridas abiertas de una desgarradora Guerra Civil y la agonía de la sangrante dictadura franquista que se avecinaba. El sello artístico nacido durante los cuarenta quedó silenciado, anulado, empañado por la oscuridad de unos años convulsos e inciertos.

Hoy, y tras una labor de investigación de más de tres años, el madrileño museo Reina Sofía recupera y expone las obras que marcaron los años de posguerra. Campo cerrado. Arte y poder en la posguerra española (1939-1953) es el nombre con el que se presenta la exposición que ve la luz este miércoles 27 de abril y que permanecerá abierta al público hasta el 26 de septiembre. La muestra está estructurada en bloques temáticos relacionados con aspectos clave que, aunque con un significado independiente, se encuentran interconectados unos con otros. Abarca toda la tercera planta del museo, donde se encuentran ubicadas cerca de mil piezas que van desde las aproximadamente 100 pinturas de autores como Dalí o Joan Miró, hasta las 26 filmaciones, 20 esculturas, 11 maquetas, 200 revistas, dibujos y bocetos teatrales.

La comisaria de la exposición, María Dolores Jiménez, resume la intención del trabajo como una forma de "historiar con imágenes una época tan compleja y tan laberíntica", una forma de "hacer ver muchas cosas que normalmente no estaban a la vista". Se trata de una exposición "coral, en la que es difícil resaltar a autores concretos", pues atiende, más bien, a "una trama" que enlaza diferentes etapas, temáticas y perspectivas.

La exposición arroja de este modo algo de luz a un periodo "marcado por el miedo y el silencio", y que sin embargo no quedó "reducido a un desierto". Lejos de eso, la década de los cuarenta fue todo un oasis de "variedad y transcendencia de lo ocurrido en un periodo tradicionalmente considerado como un páramo", admite Jiménez.

La comisaria enfatiza, además, en lo simbólico de haber elegido el 26 de abril para presentar la exposición ante los medios: justo 79 años desde que la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana bombardearan Gernika, escribiendo así uno de los episodios más significativos de la historia del país, que posteriormente inspiraría a Picasso a la hora de elaborar la que pasaría a ser una de sus obras de mayor transcendencia y carga política.

Arte como retrato del temor

Las heridas de la guerra, lejos de cicatrizar, preceden al temor de un porvenir anunciado por un contexto internacional de emergencia de fascismos. Artistas como Kandinsky expresaban entonces el horror provocado por la situación internacional y el temor ante el escenario que se estaba construyendo en España. Con El enigma de Hitler (1939), Salvador Dalí presagia una Segunda Guerra Mundial que marcaría con sangre los años más duros de la historia reciente. También el catalán Joan Miró ocupa un espacio importante con sus litografías de la serie Barcelona, donde atestigua su preocupación tanto por la situación española como por el contexto europeo en plena guerra.

El fin de la Guerra Civil trajo consigo el inicio de una nueva etapa para quienes se vieron obligados a abandonar un país sumergido en la barbarie. Parte de las obras que se exponen en Campo cerrado reproducen la precariedad de las salidas hacia el exilio. Robert Capa retrató entonces las columnas de personas que huyeron a los campos de refugiados en Francia, fotografías que, vistas hoy, semejan el espejo de una realidad inmutable incluso en la Europa del siglo XXI.

Entrados ya los años de franquismo, Campo cerrado pone una mirada sobre "la expatriación de una parte de la cultura española y el penoso exilio interior de otra". La mayor peculiaridad de la exposición a este respecto es que no sólo muestra la visión de los exiliados, sino que también visibiliza el exilio desde la perspectiva de aquellos que se quedaron en el país. Buena muestra de ello es la obra de Hermenegildo Lanz, de quien se expone una carta dirigida a sus hijos en la que explica el motivo de la marcha del músico Manuel de Falla. El vacío del exilio queda además plasmado en los trazos que dibujó Lanz cuando su amigo le pide, dos años después de haberse ido, que le muestre el estado de la casa que había dejado deshabitada en Granada.

También se muestran trabajos de Manuel Ángeles Ortiz, librado de los campos de refugiados del sur de Francia por la intervención de Picasso, Remedios Varo, Luís Seoane y Maruja Mallo, entre otros.

Compromiso político y silencio impuesto

Las pinturas expuestas reflejan, en gran parte, el compromiso político de sus autores. En este sentido destaca un nombre por encima de los demás: Pablo Picasso. El malagueño no sólo combate la realidad de la posguerra mediante pincelazos, esencialmente con Femme asise au fauteuil gris, un óleo que terminó el mismo día de la capitulación de la República, sino que también reluce por su faceta de escultor. La exposición recoge dos significativas obras del autor: Tête de Mort. Se trata de dos calaveras, una en bronce y cobre, y otra en papel rasgado, que concentran toda la intensidad de la guerra y de los años que le sucederían.

La forma de censurar este tipo de obras se centró fundamentalmente en la imposición del relato oficial y el silencio que finalmente prosperó hasta enterrar las obras de los artistas, pero no fue ésta el único modo de acallar las voces críticas. Igual de importante fue la "articulación de un sistema represivo que llevó a prisión a cientos de miles de españoles, entre los que se encontraron artistas plásticos, arquitectos, fotógrafos, críticos y teóricos del arte", lo que dio pie a la producción artística dentro de las prisiones, y a la redención como "eje vertebrador del discurso del nacionalcatolicismo".

Los dibujos de Manaut Viglietti y de José Robledano hablan de las cárceles y la situación de quienes se encuentran privados de libertad, del mismo modo que el óleo de Juan Manuel Díaz Caneja de 1948, Iban a comunicar, que refleja la rutina de una familia visitando a sus seres queridos represaliados. Estas obras y Cárcel (1946),de Aurelio Suárez, ofrecen muestras de una resistencia que se negaba a olvidar.

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La exposición alberga no sólo obras de tipo gráfico y audiovisual, sino también material que documenta la realidad de una época desde una perspectiva informativa. Así, revistas como la oficial Reconstrucción retratan un momento en el que primaba la creación de un nuevo país "en el sentido de reinventar la tradición". También están expuestos número de Haz, la revista nacional del Sindicato de Estudiantes Universitarios, "con su gráfica sugerente y de líneas futuristas".

Ambas forman parte del argumentario oficial enfocado a idealizar la nueva era y a sus protagonistas. Este afán queda reflejado también en revistas como Vértice, o en la versión española de Signal, así como en libros de texto y material difundido con fines propagandísticos entre la población española de la época.

Frente a esta tendencia, fue fundamental el valor de La Codorniz, fundada en 1941 por Miguel Mihura, que se convirtió en símbolo del humor y "el mayor neutralizador de la melancolía". Todas forman parte de las 200 revistas y material documental de archivo del que se nutre Campo cerrado.

Los años de posguerra se sucedieron en España como un periodo abocado a la más absoluta nada. Nacieron con vocación de sumir en un agujero negro a toda creación artística, como un paréntesis entre las heridas abiertas de una desgarradora Guerra Civil y la agonía de la sangrante dictadura franquista que se avecinaba. El sello artístico nacido durante los cuarenta quedó silenciado, anulado, empañado por la oscuridad de unos años convulsos e inciertos.

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