Música

Una industria más rica frente a unos músicos más pobres: "Somos un lujo pero la gente nos ve como una mierda"

Belén Gómez, Olvido Lanza, Laura Gómez Palma, Ricard Miralles, Diego Galaz y Tomás Novati.

Hernán Grecco Ferrari

“La música es una fuente de fraternidad." Tomás Tommy Novati (2000) resume con esta frase la filosofía de un músico de directo o de sesión. Gozan de una profesión única, es verdad, pero viven en un contexto laboral en el que muchas veces es imposible subsistir económicamente. “Un músico es una cosa de lujo, y la gente lo ve como una mierda”, sentencia más crudamente Belén Gómez (1982), que además de compositora, cantante y pianista es profesora en la Escuela de Música Creativa de Madrid.

La evolución del panorama laboral en las últimas décadas ha diezmado el poder adquisitivo y de trabajo de los músicos profesionales. Una falta de estabilidad que se ha acentuado durante la pandemia de covid-19. Esa precarización del trabajo contrasta con la exponencial subida de ingresos de la industria musical en España. Desde el año 2013, los ingresos anuales han aumentado de 488 millones de euros hasta los 851 millones en el año 2020, según datos de la empresa de análisis Statista GmbH. Sin embargo, los trabajadores del sector que han accedido a hablar con infoLibre destacan que la tendencia, para los músicos profesionales, ha evolucionado de forma inversamente proporcional a los ingresos de la industria.

Laura Gómez Palma (1970) es bajista de origen argentino, pero ha forjado la mayor parte de su carrera en España. Ha acompañado a artistas como Coque Malla, Amaral, Loquillo o Joaquín Sabina, entre otros. Ella cuenta que, al llegar a Madrid en 1997, había trabajo en el sector para todos los músicos. Las compañías pagaban giras y había dinero público para fomentar los espectáculos musicales. Desde la crisis de 2008 y hasta la actualidad ambos factores, que funcionaban como incentivos, han ido desapareciendo poco a poco. Lo denomina "periodo rebajas", en referencia a la reducción de presupuestos. “Mucha gente, de las nuevas generaciones, entraba al mundo laboral con menos expectativas y menos caché”. Comenzó una oleada de competitividad, en la que cada vez se ofrecía menos dinero por los trabajos porque había mucha más demanda y menos conciencia sobre el valor de la profesión.

El maestro Ricard Miralles (1944), arreglista y músico de Joan Manuel Serrat desde los años 70, cree que el desempeño musical no ha tenido a lo largo de la historia reciente un gran reconocimiento social, pero nunca ha estado tan infravalorada como en la actualidad, “tanto económica como intelectualmente”. Pero se muestra positivo de cara al futuro. “La creación de cada uno es una cosa imparable. Hay mucha porquería, pero hay jóvenes que están haciendo cosas increíbles”.

Diego Galaz (1976), violinista e integrante del dúo Fetén Fetén, expone que si hace 15 años se cobraban 400 euros por grabar un tema, ahora no se cobran ni 100. “Se ha perdido una red, se han dado muchos pasos atrás. Antes podías ser un músico de sesión y vivir dignamente”. Su diagnóstico es claro: las grabaciones de la actualidad son mucho más amateur. “Antes los artistas contrataban a músicos que se sabía que eran los profesionales. Ahora, ha bajado el nivel económico, pero también el nivel musical”.

En la misma línea se manifiesta Belén: “Cuando empecé en este mundo había una generación con poca gente preparada, el pastel se repartía entre esos pocos. Ahora hay gente más joven dispuesta a coger trabajos por menos dinero. Ahora veo unas cosas que no veía cuando tenía 20 años”.

Olvido Lanza (que se declara atemporal), violinista de formación clásica, ofrece un punto de vista mucho más reflexivo. “Hay que saber qué es lo que quieres hacer y transmitir como músico. El mayor problema es la desigualdad entre gremios, y a su vez dentro de los propios músicos. Habría que cambiar la jerarquía que rige el mundo musical, el quién valora qué vale cuánto. Para qué hacemos música debería ser una de las preguntas principales que nos formulamos”.

¿Cómo revertir la degradación de la profesión?

Diego Galaz lo tiene claro. “La educación es la fórmula para evitarlo. En los colegios se tiene que hablar más de música”. El violinista considera que, además de la escuela, los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad en este aspecto, porque “el 80% de los programas están dedicados al pop”. Según datos de la Confederación de Asociaciones de Educación Musical (COAEM), la carga lectiva media de enseñanzas musicales en los colegios españoles era de 58 minutos semanales en 2017. Por comunidades, Canarias (82,5), Cataluña (75) y La Rioja (70) se situaban a la cabeza de minutos dedicados al aprendizaje de música. A la cola de la lista se encontraban Madrid, Murcia, Andalucía y Ceuta y Melilla con 45 minutos semanales cada una. El colectivo que representa a los docentes de Educación musical de Primaria y Secundaria de toda España lamenta que su materia no cuente con una carga lectiva mínima a nivel nacional, ya que en la actualidad la asignación de horas dedicadas al aprendizaje musical depende de cada comunidad autónoma y en algunos casos es inexistente. Por ello, en el marco de la tramitación de la nueva Ley Educativa (LOMLOE) han elaborado un documento en el que condensan sus peticiones al Ministerio encabezado por Isabel Celaá.

Además de la importancia de la educación, Diego afirma que la responsabilidad también recae en las casas. “Aparte de enseñar a un niño a comer con tenedor y cuchillo, hay que decirle quién es Mozart, quiénes eran los Beatles, qué era el cine de Chaplin. Son cosas que muchos niños disfrutan, incluso más que los Cantajuegos. El problema es que si no lo conoces, no lo puedes disfrutar”.

Diversos estudios avalan la formación musical como un potenciador del desarrollo cognitivo, especialmente en edades tempranas. Uno de los más llamativos se llevó a cabo en 2004 en la Universidad de Toronto. El doctor en psicología Glenn Schellenberg realizó un seguimiento de 144 niños de 6 años divididos en 4 grupos con una carga de enseñanza musical diferente durante 36 semanas. Al inicio y al final de la investigación se les realizó una prueba intelectual y las conclusiones fueron claras: los niños expuestos a más formación musical lograron mayores mejoras, tanto en aprendizaje como en coeficiente intelectual.

“Tocar es una cosa fascinante, una fuente de creatividad y disfrute”, señala Laura. Cree que el hecho de que el foco esté puesto en lo negativo de la profesión musical eclipsa todas las cosas buenas que la música puede aportar. Olvido añade que la música es una forma de compartir todo el tiempo y lanza algunas preguntas al aire: “¿Qué queremos comunicar con la música? ¿Qué me mueve a mi para hacerla?"

“Creo que tenemos que apreciar la música con los oídos más que con los ojos. El público que escucha música no tiene motivos para la confrontación, al contrario que en muchas otras fuentes de ocio en la vida”, señala Tommy. Él cree que la alegría que emana de la interpretación musical es suficientemente fuerte como para que su esencia no se pierda en la sobrecarga de estímulos de los últimos tiempos.

Las tecnologías han cambiado el paradigma del músico

“Todo lo que sirva para facilitar y explorar nuevos sonidos es estupendo, pero ¿dónde queda el músico? Belén se declara “un poco pesimista” con respecto a la irrupción de los avances tecnológicos, en particular con la cada día más inseparable unión entre música e imagen. “Se está perdiendo la esencia. Pink Floyd llevaba un show de luces, pero buscaban otra cosa. No el show por el show. Cuantos más estímulos, más se perjudica al valor de la música en sí”. Olvido, por su parte, considera que el rol de las tecnologías depende de cómo se gestiona. “Tenemos que evitar perdernos en el miedo de que esto (la tecnología) es el futuro, el miedo de que me voy a quedar atrás. Hay que pensar que la persona tiene un rol central en todos los aspectos, y recordar que las máquinas las hemos creado nosotros. Y que nuestro cuerpo también es una máquina cuando hablamos de ejecutar música”.

El maestro Miralles, con más de 50 años de trabajo musical a sus espaldas, es mucho más crítico. “El proceso de creación se ha convertido todo en un escrutinio de los arreglos, con cambios y modificaciones infinitas. Para la cuestión artística ha sido nefasto”. Con respecto a la normalización del uso de secuencias grabadas en los directos musicales, se declara completamente en contra. “No soy partidario. Es como tocar con un playback, y eso no ayuda a que la gente valore al músico”. Tommy, que representa a una generación de músicos que ha aprendido y crecido de la mano de los avances digitales, considera que “la tecnología no tiene un botón de estilo, de swing, un estilo propio. Los músicos aportan un grado de humanidad que las máquinas no pueden ofrecer. Rosalía, por ejemplo, tiene un tipo de show y Juanes otro bien diferente. La diferencia la marca que haya una banda detrás."

Un privilegio insustituible: "Si naciera mil veces, mil veces sería músico"

“Incluso con lo cruel de nuestro trabajo, el no saber qué va a pasar mañana, dedicarse a la música es un regalo”. Laura cree que revalorizar la profesión pasa por no perder la ilusión, lo fascinante de tocar y compartir momentos musicales con otra gente. Su última oración en la entrevista sintetiza ese sentir: “No puedo tener más que agradecimiento”.

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Belén se pronuncia en unos términos similares. “Es una vida inestable, tienes que tener la cabeza muy amueblada. Pero yo no lo cambiaría por nada. Eso lo pensaba con 18 años y lo sigo pensando ahora. Quise vivir con la idea romántica de dedicarme a lo que me gustaba, aunque no tuviese dinero. Ahora me congratula, porque la vida está para vivirla”. Diego va un poco más allá en su reflexión y relaciona de forma íntima los conceptos de música, sobre todo la popular, e identidad, que según explica no tiene nada que ver con ser patriota. “En detrimento de la identidad se ha inventado el cutrepatriotismo, pero lo importante es la diversidad que hay en España. Cuando un chaval de Burgos deja de saber lo que es una dulzaina, se rompe un legado de siglos. Podemos desaparecer como pueblo, aunque pongamos una bandera enorme en una plaza”.

Este capítulo se cierra con las palabras del maestro Miralles. Él destaca el privilegio que ha supuesto viajar y repartir música en diferentes rincones del mundo. Independientemente de la incertidumbre que hay por delante, las y los artistas presentes en este artículo convergen en una máxima: el agradecimiento a la vida que la música les ha otorgado.

“A medida que vas avanzando en la vida, más te das cuenta de lo poco que sabes. Llevar a la música como compañera es un privilegio maravilloso. Ahora, con 76 años, miro hacia atrás y le doy gracias a la música. No lo cambiaría por nada. Si naciera mil veces, mil veces sería músico”.

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