Cultura

'Libertad', una España oscura de bandoleros que no logran escapar de la violencia

Jason Fernández, Bebe y Sofía Oria en 'Libertad', de Enrique Urbizu.
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Principios del siglo XIX. Invierno en la meseta. De los montes llegan historias de bandoleros, gente del pueblo pobre como el pueblo que ha decidido que la única manera de sobrevivir es matando y robando. Si son apresados con vida, las autoridades los ahorcan y luego los descuartizan, exhibiendo sus manos y sus piernas en las plazas como advertencia. Pero uno de esos nombres de leyenda va a salir de la cárcel después de 17 años en presidio: es Lucía, La Llanera (interpretada por Bebe), acompañada de su hijo Juan, que no conoce otra cosa que las rejas. Esa es la propuesta de Enrique Urbizu, director de No habrá paz para los malvados, en Libertad, miniserie de cinco episodios para Movistar+ que se estrena este viernes 26 de marzo. Ese mismo día llega a los cines, además, un remontaje del proyecto, ahora convertido en largo. La cadena y el propio director han contado que esta adaptación viene del deseo de apoyar a las salas en un momento difícil, pero lo cierto es que las texturas y el ritmo pausado de Libertad se entienden especialmente bien con la pantalla grande y las butacas.

Lo primero que quiere dejar claro Urbizu es que esto no es Curro JiménezCurro Jiménez. La sombra de Sancho Gracia es alargada, pero aquí, explica el cineasta, no hay criminales buenos: “No queríamos la figura del bandolero revolucionario o justiciero”. Ni tampoco los paisajes áridos y pedregosos de las serranías andaluzas de la mítica serie, emitida entre 1976 y 1978, que aquí se transforman en los parajes de la meseta, húmedos y fríos, verdísimos en las 15 semanas de rodaje en exteriores durante el otoño e invierno de 2020, justo antes de que empezara el confinamiento. Y no es que Urbizu no fuera fiel espectador del bandolero: “La querencia de hacer esta serie está en la infancia. Tengo las historias de bandoleros muy ligadas a las historias que a mí me gustan, y Curro Jiménez fue clave a la hora no solo de fortalecer la vocación de cineasta, sino de dedicarme a ello en mi país. Cuando veía estos episodios de Pilar Miró, de Antonio Drove, de Mario Camus... veía que se podía hacer el cine que yo quería hacer”.

Si Curro Jiménez se echa al monte después de haberse rebelado contra la injusticia, aquí las motivaciones de unos y otros para hacerse bandoleros no son especialmente nobles. Lucía, La Llanera, se cría en la pobreza, sin madre, en un peligroso mundo de hombres. El Lagartijo (Xabier Deive), padre de Juan, lleva en su historia una disputa por la herencia. El Aceituno (Isak Férriz) es un traidor que solo ha sido fiel al amor. No hay aquí revolucionarios, sino hombres y mujeres incapaces de escapar de la escasez y de la violencia, atrapados en una espiral de venganza. De todo eso quiere huir La Llanera, que al salir de la cárcel tiene claro que no hay libertad posible en ese mundo. Está decidida a volver a su casa y a dejarle a su hijo (Jason Fernández) un legado moral: no volver a matar. “Es lo interesante de este personaje”, señala Urbizu, “que es de una profunda antiviolencia, que une la palabra libertad a ese alejarse del clima de violencia e injusticia”. No se lo pondrán fácil.

Enrique Urbizu dice, algo provocadoramente, que el único personaje noble aquí es el gobernador Monterjo (Luis Callejo), porque “es el único que tiene un objetivo claro”. Su misión es despejar los caminos para llevar el progreso —es decir, el comercio— a todos los rincones del país, y perseguir por tanto a los bandoleros, a los que ve como unas excrecencias sociales de un pueblo al que de por sí no tenga en alta estima. Su lema: “Todo para el pueblo, aunque no se pueda confiar en él”. “Tiene el monopolio de la violencia”, señala el cineasta, “y lo ejecuta con normalidad administrativa... pero es su labor”. Junto a él, hay otro personaje que encarna el poder: el terrateniente, interpretado por Pedro Casablanc. Él es, en palabras de Urbizu, “el viejo orden”, aliado con el nuevo orden civil pero más interesado en el dinero que este le promete que en el progreso sobre el que pontifica el gobernador. Si La Llanera cumple condena por sus delitos, la hija del terrateniente, Reina, tampoco se libra de la prisión: su propio padre la manda al convento, tachándola de loca, después de que esta empiece a reclamar una libertad sexual inexistente para la mujer.

Escena de Libertad, de Enrique Urbizu. / Emilio Pereda (Movistar+)

Aunque la promoción de la serie lo niegue, hay algo en todo esto que suena a wéstern: la civilización que avanza, la ley que va comiéndole terreno a los forajidos, apresados en una eterna huida hacia adelante. Pero hay un elemento central en la trama que subvierte completamente el género: aquí la protagonista es una mujer, pero también una madre. El amor de Lucía, La Llanera, por su hijo funciona como un motor para la trama, y su relación pone ternura en un mundo cruel. “Se ha convertido en el hermano mayor de mi hija, mi nuevo niño”, dice Bebe sobre Jason Fernández. La cantante extremeña se había mantenido lejos del cine desde Caótica Ana (Julio Medem, 2007), hasta que Rosa Estévez, directora de casting de la serie, se puso en contacto con ella, diciéndole que acababa de leer un guion en el que no se imaginaba a otra persona más que ella. Los actores compartieron no solo el rodaje, sino un largo entrenamiento previo para aprender a montar a caballo, básico en una producción de aventuras como esta. “Nos pegamos como dos lapas, tuvimos una conexión especial, además del vínculo profesional”, señala la actriz.

'Balbuceos', bebés en el patio de butacas

'Balbuceos', bebés en el patio de butacas

Escena de Libertad, de Enrique Urbizu. / Emilio Pereda (MOVISTAR+)

Juan se presenta como una persona pura, criado en la oscuridad de la celda pero, precisamente por eso, exento de maldad, y más lleno de curiosidad que de rencor. Algo parecido a aquel Segismundo de La vida es sueño. Pero este también acaba decepcionado de encontrar una celda tras la celda: “Dijiste que había otras cosas, madre, pero aquí solo veo cadenas y verdugos”. Ese es uno de los núcleos ideológicos de la película: la libertad es imposible mientras el mundo siga siendo como es. Para alcanzarla, un ilustrado se muestra dispuesto a huir de España, país para el que no ve futuro, y buscar refugio del autoritarismo en la “América libre”, que acaba de quitarse de encima al rey. Pero no es tan fácil, porque no es posible ser libre en un mundo desigual: “Si hay justicia para todos, entonces hay igualdad, es libertad. Aquí nunca habrá de eso”, se escucha en la serie.

El otro pilar ideológico tiene como centro la violencia, que por otra parte no escasea en la serie, una violencia poco sofisticada, de suciedad y carne en conserva. La Llanera tiene claro su propósito moral: “Hay muchas maneras de matar, hay que saber cuál es la buena y cuál es la ruin. Pero la mejor manera de no errar es no matar. Y en eso estamos nosotros”. Y seguramente no sea casualidad que “Hay muchas maneras de matar” sea también el inicio de un conocido texto de Brecht: “Hay muchas maneras de matar. Pueden clavarte un cuchillo en el vientre, quitarte el pan, no curarte una enfermedad, meterte en una mala vivienda, torturarte hasta la muerte por medio del trabajo, llevarte a la guerra, etc. Solo pocas de estas cosas están prohibidas en nuestra ciudad”. Y solo algunas de estas cosas las hacen los bandoleros.

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